En Florencia, el mayor de los Salerno se encontraba en un duelo de besos con su prometida, sus manos se colocaban entre sus delgados pijamas de seda. La alemana se retorcía de placer ante sus caricias hasta que el teléfono los interrumpió haciendo al italiano hacer un gruñido de rabia. A pesar de su enfado al mirar que se trataba de su hermano menor no dudó en responder de inmediato.
—¿Ciao? (Hola) —Articuló Lucían y entonces su hermano lo preocupó con sus palabras siguientes.
—Tenemos un problema Lucían—Confesó entonces.
—¿Qué problema? —El mayor se sentó sobre la cama rápidamente haciendo que Leisel lo mirara con preocupación.
—Creo que Leonard tiene disfunción eréctil—Mierda. Lucían soltó un par de maldiciones, pero no pudo evitar soltar una risa ronca ante aquello. Luca se mantuvo serio tanto como pudo, pocas veces escuchaba reír a su hermano—Por un demonio Lucían realmente no estoy bromeando, le he enviado a un V.I.P con una de las mujeres mas hermosas de Sicilia y no ha podido hacerlo. Estoy preocupado debemos llevarlo al doctor.
—No seas imbécil Luca—Lo reprendió Lucían, borrando su sonrisa—Creo que los problemas de Leonard no son físicos exactamente. ¿Cómo ha estado? ¿Ha mejorado su actitud o se mantiene distante? Lo envié a Palermo con el objetivo de que se acostumbrara al ambiente y olvidara a Greco de raíz, pero me temo que ahora parece haber empeorado.
Lucían no pudo contener el gesto de preocupación que hizo a Leisel colocar su mano sobre su hombro, el italiano sujetó su delicada mano y depositó un beso mientras continuaba con la conversación.
—Sabes que su muerte le afectó demasiado, es indudable que la amaba y me temo que esa herida no sanara pronto—Se sincero Luca siendo el que más lo conocía—Lo único que podemos hacer es intentar sacarla de su cabeza poniendo su atención en otras cosas, pero eso lo discutiremos cuando estés en Palermo. ¿Vendrás?
—Claro que iremos. Ludmila nos acompañará, Franco tiene otros asuntos en Roma.
—¿Y Leisel?
Lucían la miró de reojo.
—También Leisel ira.
Luca chasqueó la lengua para luego sonreír. Estaba por molestarlo.
—No la traigas, hay mujeres lindas en Palermo y se que te agradaran. Una linda morena de grandes pechos te sentaría de maravilla—Leisel quien al escuchar su nombre se había acercado escuchó el comentario de su cuñado y no dudo en arrebatarle el teléfono a Lucían para responder ante aquella provocativa oferta.
—Vete a la mierda Luca. Pronto terminaras tan enamorado que dejaras de comportarte como un Playboy, pero mientras tanto no provoques a Lucían con esa clase de comentarios. Te aseguro que no hay nada que esa morena de grandes pechos pueda dar que no de yo—Respondió con enfado, pero también con un tono burlón.
—Mi querida y amada cuñada, has escuchado mal, mencionaba a esa mujer para nuestro querido hermano Leonard—Se apresuró a decir al escuchar a la alemana responderle con tanta rabia—No temas, Lucían será protegido por mí, en cuanto lo mire con alguna mujer te lo comunicare. Me ofendes con tu desconfianza.
Lucían miraba divertido aquella conversación.
—Sé lo que escuche Luca. Pero tarde o temprano te miraré y me reiré en tu cara. A las personas como tú que les agradan tanto las mujeres siempre terminan en los brazos de una que para terminar de variar no corresponde sus sentimientos. Suerte con el karma, mi amado y querido cuñado—Y sin más la alemana terminó con la llamada.
Luca miró consternado el teléfono. Bien, su hermano mayor estaba acabado, Leisel dominaría su mundo, nada mejor que la libertad, la amada libertad que el menor de los Salerno adoraba más que nada. Era demasiado tarde y cuando circularon por las vacías calles de Palermo, Luca ocupó su atención en el teléfono.
Pensaba en Leonard. ¿Debía llamarlo? Su hermano llevaba horas en su departamento intentando conciliar el sueño. Entonces, cuando se disponía a llamarlo el auto dio un golpe secó, el sonido de las llantas rechinando en el suelo hizo al italiano impactar su cuerpo en contra del cristal delante de él.
Mierda.
Su cabeza le dolió inmensamente y cuando llevó sus manos para comprobar el estado sus dedos se mancharon de sangre, el impacto había provocado que su cabeza chocara contra el vidrio y una pequeña herida se había abierto. Su puerta se abrió de pronto dejando ver a los guardaespaldas.
—Señor ¿Se encuentra bien? —Preguntaron al mirarlo sangrar. El italiano haciendo una mueca de dolor salió del auto asintiendo con la cabeza para luego comprobar que era lo que había pasado. Al levantar la mirada observó a una pequeña niña siendo sujetada por una mujer fuertemente, a juzgar por su vestimenta comprobó que era una enfermera. Sus ojos vagaron un poco aturdidos y corroboro que se encontraban delante de un gran hospital, el University Of Pittsburgh Medical Center Italy, ubicado en la calle Discesa dei Giudici.
Uno de los guardaespaldas le tendió un pañuelo.
—¡Maldita sea! —Exclamó al sentir el dolor cuando coloco el pañuelo sobre la herida. La asustada mujer le tendió la niña al guardia de seguridad y centró su atención en el hombre, o bueno, en los hombres que la miraban de mala manera.
—¿Acaso no puede cuidar a sus hijos con más atención? —Cuestionó uno de los guardaespaldas alterados al mirar al menor de los Salerno sangrar—Pudimos haberla arrollado y seguramente terminar en prisión cuando claramente no ha sido culpa nuestra.
—Lo siento mucho—Se disculpó la joven mujer mirándolos con pena, de alguna manera le recordó la mirada de Fiore—La pequeña ha escapado y cruzado las puertas, lamento mucho el inconveniente.
Cuando los hombres se movieron un poco observó a Luca herido y sus ojos lo analizaron con preocupación. Intentó acercarse a él, pero inmediatamente sus guardaespaldas se lo impidieron.
—Parece herido, si me lo permiten puedo suturarlo—Dijo haciendo que los hombres se miraran entre sí para que luego de que el líder de seguridad de Luca lo aceptara se le permitiera observarlo. La chica de largo cabello oscuro centro sus ojos en la herida de la cabeza. Luca no había usado cinturón de seguridad e inminentemente hizo al impacto más devastador.
—¿Puede una enfermera suturar? —preguntó uno de ellos.
La mujer asintió.
—Primero debemos comprobar que no ha sido más que una herida superficial con un médico y después pudo suturar yo misma—Comunicó causando un poco más de comodidad a la seguridad. Si podía corregirlo fácilmente no tendrían que comunicar este incidente a Lucían. Ingresaron dentro y Luca no murmuró ni una sola palabra, estaba demasiado ocupado atendiendo el dolor que no puso sus ojos en la mujer.
Le dieron unos analgésicos y la joven enfermera logró que un médico lo atendiera de emergencia comunicando lo que había ocurrido con la pequeña. Era una pena, la pequeña niña había sido detectada con cáncer hacía poco tiempo y su madre superada por la situación la había abandonado en el hospital, cada día era lo mismo, su hija la buscaba sin poder encontrarla con éxito y sin importar la hora salía corriendo intentando escapar e ir en su búsqueda mucho más lejos que entre las simples paredes del hospital. Mientras la joven enfermera tomaba un descanso sus compañeras habían quedado a cargo de ella y durante breves momentos de descuido logró escapar hasta que ocurrió el incidente donde casi es arrollada por el auto.
—No hay lesiones graves, solo ha sido superficial—Informó la doctora un poco nerviosa al mirarse observaba por dos pares de ojos hostiles, pertenecientes a los guardaespaldas—Puedes suturar Gabriella.
Gabriella.
El nombre llamó la atención de Luca quien comenzaba a sentir los efectos del analgésico y entonces cuando levantó la mirada se encontró con aquella credencial pegada al pecho de la joven mujer. Leyó lo que tenía impreso: Gabriella Pacinelli. Después de eso se tomó el tiempo para analizarla, cabello semi ondulado oscuro como la noche, ahora sujeto en un moño perfectamente peinado, rostro menudo pero curvilíneo oculto entre ese blanco uniforme, unos ojos cafés intensos acompañados de largas pestañas y cejas pobladas. Todo en aquella mujer era natural, pues al estar en turno de trabajo no usaba maquillaje, en sus ojos había unas ojeras poco marcadas pero que con unas horas de sueño desaparecerían.
A Luca le pareció linda y captó su atención de inmediato, pero no lo demostró.
—Lamento mucho esto, señor—Comenzó diciendo—Colocaré anestesia.
—Hágalo sin ella, solo quiero irme de aquí. No me gusta el olor a hospital.
—Supongo que no, a nadie le agrada—Respondió—No puedo hacerlo sin anestesia, puede moverse y eso perjudicaría mi labor.
Era una mujer con una voz dulce y ojos plagados de tranquilidad. Luca sostuvo su mano llamando su atención, esos ojos grises que compartía con Leonard y Ludmila se contactaron con los de la chica logrando ponerla nerviosa, su tacto pareció quemarla. El hombre olía magníficamente y a juzgar por la ropa que cargaba, el costoso reloj de su mano y la seguridad que lo acompañaba no parecía ser alguien común y corriente, era alguien demasiado alejado de su mundo simple y carente de lujos.
—Le aseguro que no voy a moverme, solo hágalo.
La mujer no muy convencida se dio la vuelta para ir a preparar los utensilios y las herramientas para el procedimiento. Cuando estuvo lejos de la pesada vista de un Luca enojado y adolorido tragó saliva, cuando tomó en sus manos una aguja la observó temblar levemente en sus manos. ¡Dios! ¿Por qué se había puesto nerviosa? Intentó contenerse hasta lograr que la aguja se mantuviera estable, era muy buena en ello, demasiado buena como para que de la nada su mano comenzara a temblar.
Cuando se sintió capaz regresó con Luca.
—Puedo hacerle daño.
Luca la miró con severidad.
—Créame, no ha nacido una mujer con el poder de lograrlo.
En ese momento Gabriella se perdió. ¿Hablaban de la sutura?