—Y… ¿el señor Razumov…? —Se quedó allí, sí. Supongo que entró en la casa cuando yo me marché. Recuerde que llegó aquí muy recomendado a Peter Ivanovitch, quién sabe si con importantes mensajes para él. —¡Ah, sí! De ese sacerdote que… —El padre Zosim, sí. O puede que de otros. —Y entonces usted se marchó. Pero, ¿puedo preguntarle si ha vuelto a verlo? La señorita Haldin tardó un rato en responder a esta pregunta directa, y después, en voz baja, dijo: —Esperaba verlo aquí hoy. —¡Lo esperaba! ¿Se encuentran ustedes en este parque? En ese caso mejor la dejo enseguida. —No, ¿por qué? Y no nos encontramos en este parque. No he vuelto a ver al señor Razumov desde ese día. Ni una sola vez. Pero lo he estado esperando… Se detuvo. Me pregunté por qué el joven revolucionario se mostraba tan

