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"¿A dónde vas?", le pregunté a mi esposo mientras tomaba su abrigo y se acercaba a la puerta, a punto de marcharse. En cuanto escuchó mi voz, se detuvo y se giró para mirarme con el ceño fruncido.
"No te debo explicaciones, Lucía", murmuró, y mi corazón se encogió. Asentí, bajando la cabeza como había estado haciendo últimamente, y me di la vuelta después de dejarlo ir.
Los pasos resonaron afuera de la casa mientras mis ojos se llenaban de lágrimas al saber que nuevamente estaría sola. Lo acepté; había sido un matrimonio por contrato. Él me había dado una buena cantidad de dinero a cambio de mi mano. Todo había sido para poder ayudar a mi hermana, quien estaba con mi sobrina en el hospital y ya no podía pagar los tratamientos.
Siempre había leído libros de amor, donde los protagonistas se enamoraban poco a poco. Pero en mi caso, me daba cuenta de que eso quizás nunca pasaría. Nicolás era de esas personas frías que se llevaban el trabajo por delante. Era un ejecutivo importante en una de las empresas más multinacionales que existían. Vivíamos en una mansión rodeada de lujo y él vestía ropa de marca, pero mi corazón se encontraba vacío. Me había enamorado de su apariencia y de su forma de ser fuera de las paredes, pero detrás de la puerta cerrada, era todo lo contrario.
Se había ido, y no sabía en qué momento regresaría. Suspiré, me di la vuelta y tomé la cartera.
"Prefiero ir a ver a mi hermana; a mi sobrino ya le dieron el alta."
Llevo casada apenas cuatro meses, cuatro meses que han sido un verdadero infierno para mí. Tengo ojeras y el cabello bastante desaliñado. Mientras camino para llegar a mi vehículo, una llamada de un número desconocido me sorprende.
"¿Hola?", pregunto, y del otro lado dicen:
"Señorita Lucía Alba, ¿verdad?"
"Sí, soy yo", respondo.