Capitulo 4. pesadillas

1530 Palabras
Capítulo 4: Pesadillas —Alex— Estoy en mi despacho trabajando hasta tarde cuando escucho a mi Nana tocar la puerta. —Alex, hijo, la cena está lista —me dice con esa sonrisa forzada que ya conozco. —Ya sé que vienes con algo, Nana. Dime qué tienes que decir, te conozco bien. Ella entra y se acerca. —Es muy hermosa, pobre muchacha. Siento que el destino los unió a ustedes dos por alguna razón. —Nana, por favor. ¿Dónde está? —le digo, sin levantar la vista de los documentos. —Está en su habitación. Fui a verla y estaba acostada. —Llámala para la cena, por favor. —Sí, mi niño, enseguida. —La veo salir emocionada. Me levanto para ir al comedor, donde la veo llegar y sentarse al otro lado de la inmensa mesa. La cena fue incómodamente silenciosa, lo cual agradecí. Espero que siempre sea así. Al terminar, subo a mi habitación. Tomo una ducha con agua tibia, buscando relajarme después de este día agotador lleno de contratos, juicios y resentimiento. Estoy acostado, intentando conciliar el sueño, cuando los gritos perforan el silencio de la noche. Son los gritos de Isabel, agudos y aterradores, que me hacen levantarme de golpe. Salgo de mi habitación y corro hacia la suya. Abro la puerta sin tocar. La veo acostada, dormida, pero gritando. Inmediatamente, sé que está atrapada en una pesadilla. La sacudo con cuidado. Ella despierta de golpe, me ve y se exalta. El llanto le sube a la garganta, incontrolable. Me acerco, intentando tranquilizarla, pero ella me rechaza al instante, golpeando mi pecho. —Tranquila, solo fue una pesadilla. No llores. —le digo, preocupado por su estado. —¡Soñé que me chocabas de nuevo y que moría! —Me expresa, llena de rabia y dolor—. ¡Tú me arruinaste la vida, Alex! ¿Por qué demonios no miraste el camino? —No fue mi intención, ¿sabes? Nunca quise que esto pasara. Tienes que calmarte —le digo en un tono tranquilo, luchando por no empezar una discusión explosiva en medio de la noche. —¿Calmarme? ¡Si eres el culpable de que no recuerde nada! Eres el culpable de que ahora tenga que vivir aquí, a solas, con un desconocido. —Se aleja de mí, levantándose de la cama y señalando la salida. —No puedo cambiar lo que pasó. Entiende que debemos cohabitar hasta que te recuperes. ¡Es una orden judicial! —Ella toma mi brazo, sin dejarme terminar, y me empuja con una furia desesperada hacia la puerta. —¡Vete de mi habitación! ¡Vete! —Salgo sin mirar atrás, furioso por sus acciones, pero también por la verdad que escupe. Esta chica necesita ayuda urgente. Mañana mismo pediré que le adelanten la cita con el psicólogo. No puedo vivir con ella gritando así por las noches; me volverá loco. Regreso a mi habitación y, a duras penas, logro quedarme dormido. —Isabel— A la mañana siguiente, me levanto de la cama, me doy una ducha y me visto. Al bajar a desayunar, noto que Alex está sentado en el comedor. Me doy la vuelta para volver a mi habitación. Debemos vivir juntos, sí, pero no tenemos que estar siempre juntos. Espero un rato y vuelvo a salir. Noto que ya se ha ido a trabajar. Al bajar, Marta ya tiene mi desayuno listo. —Buenos días, mi niña. Desayuna. Tienes que recobrar energías —dice, entregándome una taza de frutas. Mientras como, observo el lugar con una gran pregunta en mente: ¿Qué debo hacer en esta casa? ¿Cuándo podré ir a trabajar? La idea de leer me llama la atención con una fuerza instintiva. No sé por qué, pero al ver la biblioteca contigua al despacho de Alex, siento una punzada de necesidad. Voy a su despacho. Me quedo allí, hojeando y leyendo libros hasta que el hambre me obliga a volver al comedor para almorzar. Al llegar, noto que Alex ya está de regreso. Me detengo, intentando que no vea que me voy a mi habitación, cuando escucho su voz. —¿Me tienes miedo, Isabel? —Su voz, tan cerca, me paraliza en medio de la sala. El tono no es una pregunta, sino una afirmación condescendiente. —No. Solo no quiero estar contigo ni verte. Él ni se inmuta. —Eso será difícil. ¿Recuerdas que vivimos juntos? —Sus palabras me estremecen, sintiendo un escalofrío. Respondo lo más seco que puedo. —Ok, entiendo, pero no tengo la obligación de verte en todo momento. Él se levanta, mirándome fijamente, y se acerca a mí. —Siéntate. Necesito hablar contigo sobre tu trabajo. —Esas son las palabras que dan música a mis oídos. Inmediatamente, tomo asiento para escucharlo. —Dime lo que me tengas que decir, pero no quiero verte, Alex. Él se acerca tanto que me pone nerviosa. Se inclina sobre mí, acercándose a mi oído. —Eso será difícil, cariño. A partir de mañana, serás mi asistente personal. Es la única forma de garantizar que estoy 'velando por ti' en todo momento, como exige el juez. Me alejo de golpe, reaccionando con furia. —¡No! Yo no quiero estar cerca de ti, ni mucho menos verte la cara. Ya es suficiente con que vivamos juntos. —Yo tampoco quiero tenerte cerca, pero no tengo otra opción. Mañana temprano nos vamos a la oficina. Serás mi asistente, te guste o no. ¿Querías trabajar? Pues trabajarás conmigo. —¡Yo ni siquiera sé cómo ser una asistente, ni de qué trabajas! —le grito, muy molesta. —Te enseñaré. Ahora siéntate a comer. —Señala la silla a su lado, donde mi comida espera. Sus palabras me dan ganas de golpear su hermoso rostro. Me saca de quicio, pero no puedo evitar las ganas que tengo de comer. Después del almuerzo, me pide que vaya a su oficina para ponerme al tanto de las tareas que debo realizar. Me gusta lo que me explica: su empresa trata de publicidad y mercadeo. Una de las carreras más interesantes del mercado. Lo único que me molesta es que debo tenerlo cerca. No sé cómo voy a sobrevivir con él en la oficina. El solo verlo me hace recordar que por su culpa estoy aquí, sin saber de dónde vengo ni si tengo algún familiar esperándome. Al terminar, voy a mi habitación. Tomo una ducha. Me acuesto en ropa interior, porque hace mucho calor. Dando vueltas en la cama, consigo quedarme dormida. —Alex— Estoy a punto de quedarme dormido cuando de nuevo escucho sus gritos. Esto ya se está volviendo una rutina que me va a volver completamente loco. Mañana tiene cita con el psicólogo; él tiene que ayudarme a que deje de gritar de esa manera. Me dirijo a su habitación. Abro la puerta de golpe, preparándome para el caos. Lo que veo me detiene en seco. Ella está sobre la cama, semidesnuda, cubierta solo con una fina sábana retorcida. La luz tenue resalta las curvas de su cuerpo en ropa interior. Siento una ráfaga de emociones inapropiadas, una atracción fulminante que me quema el pulso. Me quedo observándola, hechizado, durante varios segundos. Es tan hermosa. Decidido a volver a mi habitación para ignorar la situación, me doy la vuelta cuando, de repente, la escucho llamarme. —¿Alex? ¿Por qué, Alex? ¡Esto es tu culpa, te odio! Me acerco, temiendo que despierte y piense que quiero hacerle daño. Me molesta profundamente que me odie incluso en sus sueños. La levanto con cuidado. Al abrir sus ojos, me mira fijamente. Sus ojos color miel me penetran, dejándome hipnotizado por unos segundos. Ella solo me mira, algo somnolienta. —Estás gritando muy fuerte. Tienes que calmarte —le digo, mientras ella se aleja. De la nada, toma la sábana, cubriendo su cuerpo y desviando la mirada. Su inocencia, su confusión, me atraen. Sin pensar, la tomo de las mejillas por unos segundos, y nos quedamos mirando fijamente mientras acaricio su rostro. —Tienes que calmarte, Isabel. Y tratar de perdonarme... solo así podrás avanzar y mejorar. Al decir esas palabras, veo su expresión cambiar drásticamente. Me mira con odio y dolor en sus ojos. —Debes salir de mi habitación. La próxima vez, no vuelvas. No te necesito —dice, arrogante. Retiro mis manos. —Escúchame bien. No habrá próxima vez. Si sigues con estos gritos, te juro que haré uso de mis derechos de 'vigilancia' y te encerraré en el ala de huéspedes más alejada, o incluso en el sótano, hasta que el juez me dé permiso de deshacerme de ti. Mañana tienes cita con el psicólogo. ¡No te aguanto más! —le digo, saliendo de la habitación, furioso por su actitud. No puedo seguir en esta situación. Esta chica solo lleva dos días en mi casa y ya me está volviendo loco. Solo espero que el psicólogo la ayude, que recupere la memoria y se vaya lejos. Los dos juntos somos una bomba de tiempo que en cualquier momento explotará. No sé si podré con esto por más tiempo.
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