꧁★AMELIA★꧂
Respiré hondo y me di la vuelta. El ruido de la discoteca era ensordecedor, como si el volumen aumentara con cada paso que daba. Mi cuerpo estaba tan pesado que sentía que cada paso requería el doble de esfuerzo. El sudor se intensificaba en mi frente, mientras que mis manos, ya completamente frías, se desplazaba sin fuerza hacia mis extremidades inferiores. —“Tranquila, tranquila” dije en mi mente. Solo es un mareo. Todo está bien, no entres en pánico. Me decía internamente.
Pero no lo estaba. Cada fibra de mi ser gritaba que algo estaba terriblemente mal. La penumbra del club, salpicada por luces estroboscópicas, comenzó a cerrarse como si estuviera atrapada en un túnel. Las caras familiares se volvieron distorsionadas, irreconocibles, como grotescas máscaras de carnaval.
El camino hacia el baño parecía no tener fin. La gente a mi alrededor seguía moviéndose violentamente, empujándome, golpeándome sin darse cuenta, bailando locamente como si yo no existiera. Mi visión se volvía cada vez más borrosa; apenas podía distinguir las luces de colores que bailaban a mi alrededor, y mis oídos zumbaban intensamente.
No me siento bien, algo me dieron, pero ¿por qué? Mi cuerpo se va calentando como si tuviera fiebre. Los murmullos y risas de mi alrededor se transformaron en un murmullo distante, y el mundo inclinarse y girar. “Tengo que salir de aquí antes de que pierda el control de mi cuerpo, tengo que llamar a mi abuelo, tengo que buscar el celular”. Busco mi cartera, la llevo en mi mano, pero no puedo coordinar mis movimientos.
—Perdón… —balbuceé al chocar con alguien, pero ni siquiera pude ver a quién. Mis palabras no sonaban claras.
Seguí avanzando con dificultad, tropezando ligeramente con mis propios pies. Dios mío, ¿qué me está pasando? Me apoyé en una pared, intentando recuperar el equilibrio. Mi respiración era rápida y entrecortada. Parpadeaba con fuerza, tratando de aclarar mi visión, pero todo lo que lograba era ver manchas confusas.
Finalmente, llegué al tocador y me apoyé contra el lavabo, respirando con dificultad. Miré mi reflejo en el espejo, y apenas me reconocí. Mis ojos estaban vidriosos, la piel pálida y perlada de sudor. “Esto no es solo un mareo”, pensé con un creciente pánico. Sentía como si estuviera a punto de desmayarme. Me aferré al lavabo con ambas manos, tratando de estabilizarme mientras el mundo seguía dando vueltas.
Solo necesito salir. “Necesito aire”, pensé, obligando a mis pies a moverse una vez más. Pero cada paso era una batalla, como si el suelo se hundiera bajo mí.
De repente, sentí que alguien me tomaba del brazo con violencia. Al principio, la sensación fue un alivio, conocía esas personas y pensé que me ayudarían al ver mi estado. Mi cuerpo se desplomaba, pero estaba en manos de mis amigos.
—¿Amelia? —La voz era conocida. Reconocí a Darry por el tono despreocupado.
Levanté la vista con dificultad y parpadeé varias veces para intentar enfocarlo. Lo vi acompañado de Andrew, London y Carlos, otros chicos del grupo que siempre estaban cerca cuando había fiestas, amigos en común con mis amigas. Los distinguí apenas por sus voces, porque sus rostros se difuminaban frente a mí.
—No… no me siento bien, ayúdenme a llamar a mi abuelo, tengo el celular en mi cartera —balbuceé, mi lengua pesada y mi voz rota.
—Tranquila, mi reina, estás en buenas manos, cuidaremos de ti —respondió Darry, su tono extrañamente dulce y pegajoso—. Ya verás, te vas a divertir mucho con nosotros.
Algo en sus palabras hizo que mi cuerpo reaccionara. Una alarma se encendió dentro de mí, un miedo visceral que me envolvió por completo. Intenté apartarme, pero mis músculos no me respondían; a estas alturas mi cuerpo ya no reaccionaba con mi cerebro. Mis brazos eran de gelatina, y mi cabeza pesaba tanto que apenas podía sostenerla.
—¿Qué… qué pasa? —conseguí murmurar, aunque nadie parecía dispuesto a responder.
—¿Te crees mucho?, ¿no? Crees que eres inalcanzable para nosotros —intervino London, su voz, con un deje de desprecio que jamás había escuchado antes. Se acercó tanto que pude sentir su aliento en mi oído—. La niña rica que piensa que es mejor que las demás. Que se cree la santurrona de la universidad.
El pánico se apoderó de mí. Intenté retroceder, pero mis piernas no respondían. Sentía como si estuviera atrapada en una pesadilla, incapaz de despertar. Los rostros de los chicos se volvieron sombras amenazantes, y sus voces, ecos distorsionados de un peligro inminente.
—¡Déjenme…! —susurré, mi voz apenas audible.
Andrew se acercó, su expresión era una mezcla de burla y malicia. —Vamos, Amelia, solo queremos divertirnos un poco. No seas aguafiestas. Queremos conocer tu lindo cuerpo.
La desesperación me invadió al oír eso, no es posible que esto me esté pasando a mí. Sabía que tenía que salir de allí, pero mi cuerpo no me obedecía. Cada intento de moverme era inútil, como si estuviera atrapada en un cuerpo que ya no me pertenecía. Sentí las lágrimas brotar, pero no podía permitirme llorar. No frente a ellos.
Carlos, que hasta ahora había permanecido en silencio, dio un paso adelante. Traté de verlo, pensé que me ayudaría, que se arrepentía de esto. —Vamos a llevarla a un lugar más tranquilo, donde podamos hacer cosas prohibidas —sugirió, su tono frío y calculador.
La idea de estar a solas con ellos me aterrorizó aún más. Con un último esfuerzo, reuní todas mis fuerzas y grité: —¡Ayuda! Alguien, ayuda.
El grito resonó solamente en mi mente, pero no sabía si alguien lo había escuchado. La música de la discoteca seguía retumbando, ajena a mi desesperación. Mis esperanzas se desvanecían, pero no podía rendirme. Tenía que luchar, tenía que encontrar una manera de escapar.
—No… No… —Intenté negar lo que decían, pero apenas podía pronunciar las palabras.
—¿A dónde la llevamos? —preguntó Andrew desde algún lugar detrás de mí.
—La llevamos afuera, para empezar, traten de disimular —respondió Darry, como si estuvieran hablando de una cosa, no de una persona—. La tiramos en la cajuela. No queremos que la niña rica nos ensucie el auto.
Mi corazón se detuvo un segundo. ¿La cajuela? ¿Qué estaban diciendo? Sentí que alguien me agarraba por los hombros y, aunque traté de defenderme, mis brazos no respondían. Un pánico indescriptible comenzó a recorrerme, reemplazando el malestar con una oleada de terror puro.
—¡No lo hagan, por favor…! —balbuceé, pero mi voz no era más que un susurro.
—¡Cállala ya! —dijo Carlos, y entonces sentí que una mano grande me cubría la boca. Intenté gritar, pero no salió ningún sonido. Mi cuerpo apenas podía moverse, como si estuviera atrapada en una pesadilla.
Me alzaron del suelo y todo se volvió un caos. El ruido de la música comenzó a desaparecer poco a poco, como si me estuvieran alejando de ella, y las voces de los chicos se hacían más claras.
—Darry, ¿estás seguro de esto? —preguntó Andrew, sonando un poco nervioso.
—¡Cállate, cobarde! —espetó London—. Nadie nos va a descubrir. Solo es cuestión de divertirnos un rato.
Mi mente quería gritar, quería golpear, quería correr, pero mi cuerpo no reaccionaba. Solo podía sentir las lágrimas deslizándose por mis mejillas mientras la desesperación me consumía.
“¡Dios mío, ayúdame! ¡Por favor, alguien ayúdeme!”
—Esta siempre se cree mucho —escuché a Darry decir con desprecio—. La niña Blackwood, la perfecta Amelia. Pero ya no será tan perfecta después de esta noche.
Mi corazón latía con fuerza, pero no tenía cómo defenderme. Todo se volvió confuso. Las luces, las voces, el olor a alcohol y cigarrillo. Mi cuerpo fue arrastrado sin piedad a través de la multitud, y lo último que vi antes de cerrar los ojos fue la puerta de salida de la discoteca.
No sé cuánto tiempo pasó. Quizá segundos, quizá minutos, hasta horas. Todo lo que supe es que, cuando volví a abrir los ojos, estaba en un lugar frío y oscuro. Sentí que el mundo giraba a mi alrededor, y el silencio era insoportable. El miedo me estrangulaba.
Intenté moverme, pero mi cuerpo aún no respondía. Todo estaba borroso, pero poco a poco comencé a escuchar sonidos: el motor de un auto arrancando, voces apagadas. Mi cuerpo se movía violentamente en donde me depositaron.
—¿Está en la cajuela? —preguntó alguien, la voz amortiguada por el metal.
—Sí. Ya vámonos antes de que alguien nos vea.
Un sollozo ahogado escapó de mi garganta. Quería gritar, quería golpear las paredes de lo que fuera que me rodeaba, pero no pude hacer nada más que quedarme ahí, paralizada por el pánico, resignándome a mi destino.
“Esto no puede estar pasando. Esto no puede ser real.”