Noah
Después de ese beso robado en el pasillo de la biblioteca, el aire entre Maggie y yo se cargó de una tensión palpable, casi eléctrica. La vi en la cafetería, la vi en los pasillos, y cada vez, mis ojos no podían evitar seguirla. Había encendido algo en mí que no sabía que existía. Esa indiferencia inicial, ese sarcasmo, me había picado y ahora, su resistencia era como un imán. Quería más. Quería verla reaccionar. Quería que se derritiera bajo mi toque, como cualquier otra chica, pero al mismo tiempo, quería que fuera diferente, que mantuviera esa chispa rebelde que la hacía única.
El chisme sobre el beso se extendió como un incendio forestal, por supuesto. Y con eso, la furia de Tatiana. Me enteré de su confrontación con Maggie en la cafetería. Lola me lo contó, furiosa, mientras Jayden negaba con la cabeza, con una expresión de decepción.
—Noah, en serio —dijo Jayden, un día en los vestuarios, su voz grave y teñida de seriedad. —Tatiana no es de las que se rinde fácilmente. Y Maggie... ella no es de este lugar. Ella es inteligente, tiene su vida planeada. No merece ser parte de tus dramas de preparatoria. No tienes que demostrar nada, Ice.
Me encogí de hombros, terminando de atarme los cordones de mis zapatillas. Sentía la verdad en las palabras de Jayden, pero me negaba a aceptarla. El control se me estaba escapando de las manos, y eso me irritaba.
—¿Mis dramas? —repliqué, mi voz fría como mi apodo. —Jayden, ella es la que se metió en mi radar. Yo solo la estoy... conociendo mejor.
—¿Conociendo mejor acosándola, besándola sin su consentimiento y usándola para molestar a Tatiana? —Jayden suspiró, frustrado. —Sabes que eso no está bien, Ice. Ella no es como las demás. Respétala.
—Lo sé —dije, y la verdad era que lo sabía. Lo sabía en cada fibra de mi ser. Por eso me interesaba tanto. Por eso cada pequeño gesto suyo, cada mirada furtiva, cada intento de ignorarme, solo avivaba más la llama. Había un desafío en ella, una chispa que la hacía diferente de cualquier trofeo fácil. Era un proyecto, un acertijo.
Empecé a intensificar mi "persecución". Textos. Pequeños, inofensivos al principio. Eran como anzuelos, lanzados con precisión. ¿Cómo fue tu día, cerebrito? o Me aburro en clase, ¿qué haces tú?. Luego, más directos, buscando esa reacción. No puedo dejar de pensar en ese beso o Voy a la biblioteca, ¿tienes algún misterio de física que resolver?.
Ella tardaba en responder. A veces no lo hacía en absoluto. Me dejaba en visto, lo que era un insulto digital que nunca había experimentado. Y eso solo me frustraba y me motivaba aún más. Nunca había tenido que trabajar tanto para conseguir la atención de una chica, mucho menos para que me respondiera un simple texto. Era un juego, y yo era el cazador. Y quería ganar. Quería que ella cediera, aunque solo fuera un poco.
Un día, la vi en la biblioteca. Era mi territorio, el lugar donde la había acorralado la última vez. Estaba sentada sola en una mesa, con el ceño fruncido sobre un libro de texto grueso, la luz del atardecer filtrándose por la ventana y envolviéndola en un halo dorado. Era una imagen completamente ajena al caos del gimnasio. Me acerqué, haciendo el menor ruido posible, y me deslicé en la silla frente a ella.
Maggie levantó la vista, sus ojos avellana abriéndose ligeramente en sorpresa, como si hubiera aparecido un fantasma. La expresión de su rostro no era de miedo, sino de irritación controlada.
—Noah —dijo, cerrando ligeramente el libro, como protegiéndolo de mi intrusión. —¿No tienes práctica?
—La terminé temprano. El entrenador Davies nos dejó irnos antes —mentí con facilidad; Davies nunca dejaba ir a nadie temprano. —Decidí pasarme por aquí a ver... qué estabas tramando.
Me incliné un poco sobre la mesa, con mi brazo apoyado cerca de su libro. Su aroma, fresco y afrutado, con un toque de café, me llegó. Era embriagador.
—Tramando el fin de la humanidad, como siempre —respondió con su sarcasmo habitual, aunque noté una pequeña sonrisa luchando por aparecer en sus labios, una grieta en su armadura que me hizo sentir victorioso.
—Me gusta eso. ¿Puedo unirme a tu conspiración? —dije, mi voz baja, un poco seductora, buscando bajar la barrera del sarcasmo a algo más personal.
Ella soltó una risita suave. —No creo que seas material de conspirador, Carter. Demasiado... obvio. Necesito a alguien que pueda camuflarse, no al tipo más popular de la escuela.
—Oh, no me subestimes, Lawson. Tengo muchos talentos ocultos —dije, bajando mi voz aún más. Mis ojos bajaron a sus labios, recordando la suavidad y el sabor de ellos. El deseo se encendió en mí, caliente y rápido. Quería besarla de nuevo, esta vez de verdad, sin la urgencia de la sorpresa.
Maggie pareció notarlo; su respiración se aceleró sutilmente, y un ligero rubor subió por sus mejillas. Cerró el libro de golpe.
—Tengo que irme.
—¿Ya? ¿Tan pronto? —pregunté, mi mano alcanzando la suya sobre la mesa, buscando anclarla. Mis dedos rozaron los suyos. Su piel era suave y cálida.
Ella retiró la mano rápidamente, pero no sin que sintiera la electricidad. La noté. La sintió. Y eso era suficiente.
—Sí. Tengo planes —dijo, levantándose con una rapidez que delataba su nerviosismo. Recogió sus cosas, y antes de que pudiera decir otra palabra, se alejó. La observé, la frustración mezclada con una extraña emoción. Esta chica era un reto. Y me encantaba. Era la primera vez que un juego me hacía sentir completamente vivo.
Mientras caminaba de regreso a mi coche, no pude evitar sonreír. Tatiana era un recuerdo lejano, un contrato aburrido. Maggie Lawson había capturado mi atención. Y no iba a soltarla tan fácilmente.