I N T R O D U C C I Ó N
Su trote era ligero, ágil y apresurado. Se movía por las calles de Portland, daba vueltas y zigzagueos que parecían ser sólo conocimiento propio, un mapa burdo e inexacto escrito con tinta indeleble en su corteza cerebral. La urgencia por llegar a casa estaba escrita en sus facciones conforme veía su muñeca y contaba los segundos que tardaban sus pies dando un paso. Una carrera feroz entre el pie derecho y el izquierdo, que repercutían en sus plantas tras la presión que ejercía contra el suelo. El camino no era su único rival: el frío, un enemigo brutal que dificultaba sus intenciones, era notorio el ritmo irregular de su respiración y sus pasos, una desigualdad simultánea de sonidos.
Sus piernas estaban rígidas y entumecidas, tenía sus brazos apretados contra su pecho, luchaba contra el ambiente helado. Parecía dolerle su circulación por la vía pública. Sus dedos estaban levemente apoyados en su comisura recibiendo aliento caliente para poder normalizar su temperatura. Su vestimenta era oscura y abrigada pero no parecía cumplir muy bien con la obra para la que fue diseñada, su gorro rojo de lana sobresalía al combinar con el color de su nariz. Su imagen podría fácilmente confundirse con esos dibujitos de anime, con la nariz colorada y sus ojos irritados apunto de lagrimear.
Su silueta proyectaba un dibujo oscuro contra el suelo conforme transitaba por la distancia faltante a su vivienda.
Su sombra no era la única adherida a sus pasos, una figura encapuchada parada en la vereda de en frente observaba su recorrido. Una persecución sin tregua ni reposo.
Un personaje desconocido, acechador de sus movimientos y acosador de sus expresiones, con un claro recordatorio tatuado en la mente, rememorando una realidad pasada.
Ella será siempre la imagen más bonita que puedan mis ojos presenciar, una ilustración de colores oscuros y apagados, con unos ojos grandes y brillantes.
Ya habían pasado más de dos meses desde que estuvimos uno enfrente del otro, ella seguía viéndose como la pureza misma, una capa de armoniosa perfección de copos de nieve la rodeaba. Parecía una hermosa deidad de cristal y era un deleite para mis ojos observarla.
Desde el día uno empecé a seguirla a cada lugar al que iba, se había vuelto una obsesión que me consumía pero al que mismo tiempo aliviaba algo del dolor que había dejado su ausencia.
Buscaba todo momento para espiarla, cada instante disponible era una oportunidad para apreciarla a la distancia.
Los primeros días de tortura sin Kali estuve encerrado en mi habitación, permanecí tirado sobre el colchón observando el techo y repasando mis últimos momentos con ella. Pensando en las alteraciones que podría haber echo en los días previos a la separación, para que permaneciera a mi lado. Incluso considere ocultarle la verdad pero lo más seguro es que se hubiese enterado por otras bocas y habría sido peor. No se cómo, pero habría sido peor. Encerré en la mesa de luz todas nuestra fotografías, no quería verla y darme cuenta de la realidad, ella se había ido y jamás volvería.
La extrañaba. Dios, la extrañaba como un loco, y todos los momentos que vivimos justos se recreaba una y otra vez en mi cabeza, castigándome.
Los recuerdos que compartí con ella son como una cuerda invisible que me sujeta a una ancla de hierro, me hunde bajo el agua y no me permite respirar. No tenerla cerca me mata, vivir día a día era una rutina dolorosa pero no era nada comparado con verla seguir adelante, sin mí.
Era algo con lo que soñaba a diario, ella iniciando con alguien más, siendo feliz al olvidarme. Soñaba con una boda, con hijos, con un hogar cálido y feliz, lo detestaba. Lo detestaba por que no era yo quien la acompañaba, esos hijos no eran míos y su hogar, no era a mi lado.
Termino con"mi paseo nocturno", al no tenerla a la vista, estoy triste y enojado, no quiero volver a casa. Mi progenitora es su papel de Mamá preocupada me preguntaría por mi estado emocional y mi padre sólo me daría un consejo estúpido sobre superación personal. Mi beta—que da la casualidad de ser también mi mejor amigo—me observaría en silencio esperando que hablara o me desahogara con él, como si fuera un especie psicólogo o terapeuta y no quiero dar explicaciones ni recibir miradas de compasión y lástima. Lo mejor que puedo hacer es ir a un bar y perderme un rato.
Conduzco mi Mercedes por la carretera, duro varios minutos haciéndolo, estoy tomándome un tiempo, esperando que mi subconsciente responsable decline y tome la decisión de volver a casa. He dejado atrás varios bares y clubes atestados de gente, poniendo excusas para no entrar, pero al no encontrar ninguna cláusula que me impida beber terminó por frenar de golpe y apagar el motor.
Diez minutos después, estoy mirando la galería de imágenes de mi móvil con un Vodka con naranja en la mano libre.
Desearía tener mas fotos en el teléfono que mirar, nunca necesité congelar los recuerdos, creí que permaneceríamos juntos siempre y que nunca necesitaría rememorarnos.
Dejó el celular a un lado, es demasiado m********o para un solo día y estoy mentalmente agobiado.
¿Por qué tiene que ser todo tan doloroso y extenuante? ¿Por qué tiene que ser tan complicado? Y, lo más importante, ¿por qué no puedo olvidarla y seguir con mi vida?
Una pequeña parte de mí, la que sigue conservando esperanza, me dice que al volver a casa: la voy a encontrar sentada en mi cama con la piernas cruzadas, leyendo algún libro y que al verme cruzar la puerta, se arrojaría a mis brazos y está pesadilla habría acabado.
Sé que es mi parte irracional, la que habla y crea escenarios imaginarios pero es una agradable forma de ignorar que al llegar a casa, mi habitación estará desolada y una sección del ropero se encontrará vacío. Soy ingenuo al creer que todo se arreglara por arte de magia, y un verdadero tonto que se enamoró de su opuesto y se niega a olvidarla.
Una relación entre Kali y yo, siempre fue difícil pero nunca creí que llegara a ser imposible, ambos éramos una aventura impresionante y extraordinaria, una montaña rusa de locura adictiva y placentera, no parecía que ninguno quisiera parar o que hubiera algo que pudiera detenernos.
Lo que en verdad nunca cruzó por mi cabeza: es que sería yo el que echará a perder lo nuestro. Me gustaría que ella supiera, sobre mi acciones equivocas: realizadas por impulso y estimuladas atraves del miedo y la desesperación.