Capítulo 4

996 Palabras
Dorian no dijo nada mientras llevaba a Camille a toda prisa por la pista de baile y hacia los jardines, donde las densas enredaderas y los árboles de sauce manchados protegían a quienes estaban abajo de los rayos de la luna. El sonido de bocinas, risas y música que venía de los clubes y bares cercanos los rodeaba. Cada nuevo sonido luchaba por dominar, y cada uno ganaba, aunque solo por un momento. Estaban solos, pero quizás no por mucho tiempo, así que Dorian continuó hasta que llegaron a una pequeña fuente rodeada de árboles maduros, en medio de un exuberante oasis en el centro de Las Vegas. Solo entonces se alejó. —¿Dorian?— susurró Camille, incrédula. Se acercó a él, su mano subiendo hasta su rostro mientras una incipiente sonrisa llamaba su atención hacia sus labios rosa oscuro. —¡Estás vivo! En el segundo ante de que ella lo tocara, su mano se movió rápidamente, y él le atrapó la muñeca. Luego se quedó quieto al olerlo. Olerla a ella. Naranja dulce y coco flotaban desde su piel, y temblaba con la necesidad de alejarla o aplastarla contra él. Su mano se cerró alrededor de su delgada muñeca mientras luchaba por controlarse, y ella hizo una mueca de dolor. —Tienes una noche,— dijo, soltando su mano mientras se apartaba de ella. Pudo leer la confusión en sus ojos. —¿Cómo puedes estar vivo?— susurró. Cuando ella dio un paso más cerca e intentó tocarlo, él mostró los dientes, y ella se congeló. —No tienes derecho a exigirme respuestas,— gruñó. Por un momento cayó un tenso silencio entre ellos mientras él la miraba fijamente a sus ojos grises acerados, desafiándola a continuar. Ella lo miró, sus ojos cautelosos. —Está bien,— susurró. —No preguntas. Pero... El dulce aroma de ella lo envolvía hasta que todo lo que podía oler era a ella. —Tienes una noche para despedirte de tu amante. Ella separó los labios como si fuera a hablar. Pero al ver la dureza en su rostro, se detuvo. —No lo besarás.— Se acercó más mientras el recuerdo del beso apasionado entre Virgil y Camille fuera de Éxtasis convertía sus palabras en un gruñido lleno de ira. —No lo tocarás.— Se acercó aún más, sus colmillos alargándose, como lo hicieron al ver la mano de Virgil en su cadera cuando la guió adentro. Camille retrocedió un paso mientras él la acorralaba. —No te acostarás con él,— gruñó, percibiendo la fragancia aguda de su miedo en el aire. Retrocediendo hasta que chocó contra un árbol y no pudo retirarse más, abrió la boca, pero se congeló cuando él extendió la mano y la rodeó con su mano alrededor de su cuello. Dorian sintió su trago profundo bajo su mano. —No saldrás de Las Vegas. Si lo intentas, lo sabré. Te buscaré. Lo mataré, y te prometo que no será rápido ni indoloro. Y después de eso...— Le apretó suavemente el cuello. —¿Y a mí? ¿Qué me harás a mí?— susurró ella. Él se inclinó hacia ella. Tan cerca que sintió su cuerpo temblar contra el suyo. —Lo que yo quiera.— Soltó su mano y se alejó mientras ella se deslizaba por el árbol, como si sus piernas hubieran perdido toda capacidad de sostenerla. Dorian observó desde las sombras mientras Virgil salía al jardín, sus ojos buscaban hasta que se enfocaron en la figura abatida de Camille a los pies del árbol donde la había dejado. Una pequeña parte de él se sintió aliviada por la interrupción de Virgil. No podía estar seguro de si estaba a punto de asfixiarla hasta la muerte o de hundir sus colmillos en su cuello y beber de ella. Al pensar en probar su sangre dulce y especiada, sintió que su cuerpo respondía, endureciéndose. Había subestimado el efecto que ella aún tendría en él, pero eso estaba bien. Tenía tiempo para prepararse. No dejaría que la respuesta de su propio cuerpo lo tomara por sorpresa de nuevo. Lo último que quería, lo último que jamás querría, era tenerla de nuevo en su cama. No se podía confiar en ella. No después de su traición. No después de que lo abandonara para ser torturado en Praga. Desde las sombras, sus ojos bebieron del terror de Camille mientras ella temblaba y Virgil le exigía saber qué pasaba. Pero todo lo que ella hizo fue sacudir la cabeza y repetir que quería irse a casa. —¿Había alguien aquí contigo?— le preguntó Virgil, su mirada buscando hasta que Dorian sintió que se fijaba en su escondite. —¿Alguien te asustó?— Virgil se levantó de su posición en cuclillas junto a ella. En las sombras, Dorian sonrió anticipando. ¿Se atrevería Virgil a enfrentarlo? Porque él estaba listo y esperando. La desesperada mano de Camille detuvo a Virgil mientras él se levantaba. El gruñido de Dorian fue silencioso mientras sus ojos se centraban en esa pequeña mano suave rodeando el brazo de Virgil. Y aunque no emitió ningún sonido, Camille palideció como si lo hubiera oído, y apartó su mano rápidamente. —Quiero irme a casa,— dijo ella, tropezando en su prisa por ponerse de pie. Cuando Virgil se volvió para ayudar a Camille, ella se escabulló de su agarre y salió casi corriendo. A Virgil no le quedó otra opción que seguirla o quedarse atrás. Dorian los vio irse antes de pasar una mano por su rostro. Aún podía oler la fragancia de ella en su piel, y por un momento cerró los ojos e inhaló un aroma que no había olido en casi cuatro años, un aroma que nunca había esperado volver a percibir. —Una noche,— murmuró para sí mismo mientras la puerta se cerraba detrás de Camille y Virgil, dejándolo solo en las sombras oscuras. —Solo una noche más.
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