CAPÍTULO 3

2191 Palabras
Escuchar la palabra muerte me estremece, no por preocupación por el tal Jonathan, sino porque debí morir para haberme metido en el cuerpo de otra persona, y esa persona también debió morir. Lo que significa que Dakota está muerta. —Dices que sabes todo sobre mí, ¿cierto? —la cuestiono mientras peina mi cabello frente al espejo. —Sí, señorita, por eso estoy aquí con usted y no en la casa de sus hermanos, porque soy así como decir… su confidente. Al menos me considero así, ¿usted no? —inquiere preocupada, mirándome fijamente a través del espejo. No respondo su pregunta; hago lo contrario: le respondo con otra pregunta. —¿Puedo confiar plenamente en ti? —Pues sí, he hecho todo lo que me ha pedido, he encubierto sus maldades y más íntimos secretos como si fuera una misma caja fuerte, desde que tenía quince años, cuando empecé a trabajar para su familia. Si todo lo que he hecho por usted y demostrado no son suficientes para ser de su confianza, no sé qué más hacer para serlo. —Bien, si eres mi confidente, mi amiga íntima… —¿Así me considera? ¿Su amiga íntima? —cuestiona emocionada. —Dices que has guardado secretos y hecho muchas cosas por mí, entonces eres mi mejor amiga —ella cubre su boca y grita emocionada, agradeciendo que la consideres así—. Ahora, debes saber que… perdí la memoria y no sé nada de mi vida pasada —miento descaradamente, pero es necesario para seguir sobreviviendo en este cuerpo sin que me quieran llevar al exorcista para que saque mi alma, creyendo que se apoderó de este cuerpo. Si les cuento lo que ha sucedido, no creo que me vayan a creer. Nadie me creería. Es más, si a mí alguien hubiera llegado y me hubiese dicho que su alma abandonó su cuerpo y se introdujo en otro, no lo creería. Estoy seguro de que le hubiera tachado de loca y de tantas cosas. Es eso lo que me impide confiarle completamente la verdad a esta mujer, que parece estar dispuesta a hacer cualquier cosa por Dakota. —¿Perdió la memoria? —asiento, poniendo mi mejor cara de actuación. —Ni siquiera recuerdo qué mismo ocurrió antes de despertar en el suelo anoche. ¿Puedes ayudarme a recordar? Ella suelta mi cabello, se aleja y antes de cerrar la puerta mira afuera, y viene apresuradamente de nuevo a mí. —¿En serio no recuerda nada? ¿Ni siquiera su amor por el señor Jonathan? —niego—. Carajo, ¿cómo es posible olvidar al amor de su vida así como así? —Debió ser el golpe que me di. ¿Sabes cómo me lo hice? —Pues claro —mira el costado de mi frente—. Después de que confesara a todos los invitados, incluidos periodistas que se encontraban en la fiesta de anoche, el señor Jonathan se puso furioso; para callarla, la sacudió con fuerza, y cuando su madre, la del señor Jonathan, intervino, él la soltó y usted se fue contra la columna que está en el centro del salón, y pues ahí se desmayó. —Así que, la mujer de anoche, aquella que me ayudó a levantar, es la mamá de él. —Pues sí, es una señora muy buena, incluso la adora, y creo que la noticia sobre su boda con el señor Jonathan le agradó. —¿Y sabes por qué estoy en esta casa? ¿Por qué no vivo con… Stefano, quien dicen es mi hermano? —Ah, pues, el señor Stefano pasa cierto tiempo en el ejército; es un importante coronel, y como no confía en el esposo de su hermana, decide dejarla a cargo de su mejor amigo, porque sabe que nadie más que el señor Jonathan la cuidará como él. —¿Stefano y Jonathan son mejores amigos? —Bueno, creo que lo eran, porque después de lo que pasó, no creo que su hermano le perdone al señor Jonathan por meterse con usted; bueno, aunque en realidad fue usted la que se metió con él —sonríe con complicidad, y al notar mi seriedad, deja de sonreír—. ¿En serio perdió completamente la memoria? —asiento—. Y ahora, ¿qué dirá cuando su hermano llegue y la increpe con preguntas sobre su boda con el señor Jonathan? —me encojo de hombros, dando a entender que no me importa—. Pues debe importarle, porque su hermano es muy impaciente y odia los rodeos; sobre todo, detesta que no hablen cuando pregunta. Él podría asesinar a su esposo si usted no le aclara lo ocurrido. —¿Me debería importar que lo asesine? —ella abre la boca con asombro. —Juro que si eso sucede, usted, cuando recupere la memoria, no se lo perdonará nunca. El señor Jonathan es todo lo que ama en este mundo. ¿Sabe cuánto tiempo soñó con convertirse en su esposa? Mucho tiempo, tanto que hasta planificó ese viaje de graduación para obligarlo a casarse con usted. —Entonces, ¿se casó obligado? —Más bien, drogado —sonríe—, pero el caso no es ese, sino que su matrimonio no puede disolverse porque hay un contrato de por medio —se acerca a susurrarme más cerca—. Contrato que el señor Hamilton iba a usar con otra mujer, solo que usted descubrió a tiempo, y solo lo transcribió a su nombre, y así poder atarlo por cinco años. Vaya, que Dakota era el mismo diablo y sí que estaba obsesionada con el tal Jonathan. Aunque viendo a ese hombre, la comprendo; está para obsesionarse y volverse loca por completo. —Tal vez sea mejor no ver a Stefano… —Imposible —mira el reloj y mueve las manos con nerviosismo—. Su hermano llegará hoy; la enfrentará a usted y al señor Hamilton. Si no está presente, él subirá, la sacará así sea de la ducha completamente desnuda, y la obligará a hablar. —¿Así de malvado es? —Son —confianza mirando mi herida—. Su esposo no se queda atrás; es tan cruel que solo su voz me aterra —guarda un instante de silencio, y seguido comenta—. Debe estar lista para cuando su hermano llegue, así que apresurémonos —comienza a arreglar mi cabello, y mientras lo hace comenta—. Le contaré todo sobre su boda con el señor Hamilton, para que cuando su hermano pregunte, tenga cómo responderle. —¿Estarás ahí? —No, válgame Dios, señorita; si me quedo ahí, su hermano es capaz de tragarme con la mirada y disolverme como si fuera sal en agua hirviendo. Es mejor, mucho más sensato diría yo, que no sepa jamás que le ayudé en aquello, si es que usted tiene alguna consideración por mi persona y desea que yo sobreviva para ver otro amanecer. Su hermano tiene una mirada que podría congelar el mismo infierno, y preferiría enfrentarme a un toro enfurecido antes que provocar su ira nuevamente. Me cuenta todo sobre Jonathan y Dakota, recreando cada momento, sin perderse el más mínimo detalle de aquella noche que cambió el rumbo de sus vidas. Describe los acontecimientos, pintando un cuadro tan vívido que casi puedo verlo desarrollándose ante mis ojos. No puedo creer que la joven dueña de este cuerpo, que por la edad que tiene es menor por al menos dos años que yo, haya sido tan persistente, tan tenaz y determinada hasta conseguir su propósito. Aunque debo admitir que lo hizo empleando medios bastante cuestionables, no puedo evitar sentir una extraña admiración y asombro por esa niña audaz, que decidió luchar por lo que anhelaba con todo su corazón, de la misma manera intensa y apasionada en que yo quería luchar por construir una mejor vida para mí misma, lejos de las carencias y limitaciones que siempre me rodearon. Ahora que reflexiono sobre todo esto, mientras dejo que mi mirada recorra cada rincón del espacio, miro con atención a mi alrededor y observo que me encuentro rodeada de una vida opulenta y privilegiada que ni en mis sueños imaginé poder vivir, pero siempre deseé. Y ahora que se me ha otorgado milagrosamente esta oportunidad, después de tantos juegos del destino, tantas noches de súplicas a las estrellas y tantas lágrimas derramadas en la oscuridad, creo que debería aprovecharla al máximo, exprimir cada segundo de esta nueva realidad y no desperdiciar ni un solo instante de este regalo que la vida me ha concedido por alguna extraña razón que todavía no comprendo. Ya arreglada, con cada cabello en su lugar y un atuendo que jamás habría podido costear en mi vida anterior, gracias a la empleada que dice ser mi amiga incondicional, a quien apenas hace unos pocos minutos conocí con el curioso nombre de Juiles, tomo una profunda respiración para calmar mis nervios y finalmente bajar las escaleras para enfrentarme al desayuno familiar que me espera como una prueba de fuego. Las piernas me tiemblan como hojas al viento mientras arrastro mis pies por el suelo, sintiendo cada paso como si caminara sobre arenas movedizas que amenazaran con tragarme. Al llegar a la sala de estar, me encuentro con toda la familia reunida: un hombre y una mujer de mediana edad, otra mujer más joven, la cual está al lado de Jonathan, observándome con desagrado. Supongo que es toda la familia de… ¿mi esposo? La palabra aún suena extraña y ajena en mi mente. —Kata —dice la mujer de mediana edad, de porte distinguido y elegancia natural, aquella que recuerdo haber visto en primera fila, ayudándome cuando el idiota ese me había empujado minutos atrás—. Stefano… él llegará hoy a la ciudad, probablemente al mediodía. —Lo sé —trago grueso, sintiendo la garganta seca como papel de lija, cuando dirijo mi mirada nerviosa hacia Jonathan, quien me fulmina con la suya, con un fuego helado en sus ojos que podría congelar un océano entero—. Yo hablaré con él, le explicaré todo con calma. —¿Me estás diciendo que me esconda cobardemente en algún rincón mientras tú valientemente das la cara por ambos? —habla entre dientes, ajustando la mandíbula tensa—. No pienso huirle como si fuera un delincuente fugitivo, no soy ni seré jamás un cobarde que se esconde detrás de una mujer, menos de ti. —Bueno, si lo que realmente quieres es enfrentarlo, no seré yo quien te detenga ni intentaré impedírtelo; tampoco moveré un solo dedo para intervenir cuando te esté asfixiando con sus propias manos —mi respuesta directa y desafiante lo enfurece; sus ojos brillan con una rabia apenas contenida, pero su madre interviene y le pide que se calme antes de que la situación escale a mayores. —Jonathan, por favor contrólate. Dakota tiene toda la razón; primero debes permitir que ella hable en privado con su hermano y le aclare que esa boda fue un terrible error de juicio. Estoy segura de que Stefano, siendo un hombre razonable a pesar de su carácter, permitirá un divorcio rápido y discreto para evitar mayores escándalos… más si no hubo consumo matrimonial. —¿Está segura de que no ocurrió nada más aquella noche? —echo leña al fuego, intrigando a cada uno de los presentes que ahora me observan con expresiones que van desde la sorpresa hasta el horror. —¡Claro que no ocurrió nada más, ni se te ocurra insinuarlo! —ruge Jonathan como un león herido, su voz retumbando en las paredes de la estancia. —¿Recuerdas con claridad todos los acontecimientos de esa noche, hasta el más mínimo detalle? —inquiero con media sonrisa dibujándose lentamente en mis labios, mientras contemplo con satisfacción cómo su rostro enrojece, delatando su incertidumbre. —¡No vas a confundirme con tus artimañas, mocosa obsesiva y manipuladora! —ruge nuevamente—. Todos aquí ya saben que estás obsesionada conmigo y que, a costa de cualquier cosa, incluso de tu dignidad, quieres atraparme en tus redes. —¿Estás completamente seguro de que soy yo quien quiere atraparte? Si recuerdas quién creó las cláusulas en el contrato matrimonial… —¡No eran para ti, maldita sea! ¡Lo sabes bien! ¡Jamás estuvieron destinadas a ti! —exclama con desesperación en cada sílaba que escapa de sus labios. —Destinada a mí o no, tú te quedarás sin nada si me pides el divorcio —esas palabras toman por sorpresa a su madre; tal parece que no sabía nada de esto. La otra mujer, al lado de él, le fulmina con la mirada. —Madre, era la única forma de que mi abuelo aceptara mi matrimonio con Fiorella; si me casaba con ella bajo ese contrato, mi abuelo no podría separarnos —así que Fiorella se llama la mujer que ama, la que supongo es quien está a su lado, por eso me mira con desprecio. —Ah, qué pena, arruiné tu felicidad, esposito —digo con mofa, lo que le indigna más.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR