Me duele.
Me duele el pecho.
Me duele el alma.
¿Por qué ella?
Duele perder a un primo, un hermano o un padre, pero ese dolor no se compara con el dolor de perder a una madre. Esa que te dio a luz, que te vio crecer, que estuvo ahí en tus altas y en tus bajas, la que te vio caer y te ayudo a levantarte diciéndote que todo estará bien. Esa mujer que te inspira a ser mejor cada día y aunque la sociedad te vea como el ser más repugnante del mundo, ella siempre te verá como el tesoro y la estrella más hermosa del universo.
El amor de una madre no se compara a otra cosa, ella siempre será ella por sobre toda las cosas.
Pero yo ya perdí a la mía.
Ella era mi rompecabezas. Cuando yo me desarmaba ella estaba ahí para recoger todas mis piezas y volverlas a colocar en su lugar.
Ella era mi todo y ahora no la tengo.
¿Qué haré? ¿Qué haré sin ella?
Ya no me queda nada del porque vivir. Ya no tengo a nadie que me ayude en mis ataques de pánico, que me abrace y me diga que todo estará bien, que saldremos de está.
Mí madre
Mi madre era la mujer más hermosa del mundo, tan buena, tan bondadosa, siempre brindado ayuda al que lo necesitaba. Ella siempre se mereció ser feliz, se lo merecía.
¿Dios? ¿Dios existe? Y si existe ¿Por qué se llevó a un ángel como ella? ¿Por qué no yo?
Ya no tengo vida, lo poco que tenía se fue ese día con ella, aquí solo queda un cuerpo vacío, sin nada por lo que luchar, por el cual vivir.
Cuando la vi en la morgue ¡Dios! Está tan pálida como una porcelana y tan fría como un hielo. Cuando la enterraron quise meterme junto a ella en esa tumba y dormir por toda la eternidad a su lado, como cuando me escabullía a su habitación por miedo a los monstruos que habían bajo mi cama, sin saber que esos monstruos eran realidad y eran lo que me hacía la vida imposible cada día. Ella siempre me abrazaba apretándome fuertemente contra su pecho, besando mi frente y cantándome esa canción de cuna que me tranquilizaba hasta hacerme dormir.
Mi madre era lo mejor.
Los chicos siempre estuvieron conmigo, en todo momento tratando de darme fuerzas para avanzar, sin saber que yo ya no quería seguir.
Adrián siempre trataba de sacarme una sonrisa, pero mis sonrisas se las había llevado mi madre junto a ella.
Alaric también estuvo conmigo abrazándome fuerte como si no quisiera soltarme nunca y se lo agradecí yo tampoco quería que me soltara porque sabía que en cualquier momento caería.
Y a Catriel, a él nunca lo vi, ni en la universidad, ni en ningún lado.
Mentiría si dijera que no me molestó, al menos debió de dar señales de vida, quería que me abrazara y me dijera que todo estaría bien, que él siempre estaría aquí, conmigo.
Pero él no está obligado a nada de eso, ni siquiera nos conocemos del todo, además yo soy la única estúpida sintiendo cosas por un hombre que ni se quiere así mismo.
Aquí los rumores corren rápido y no se hizo esperar que algunos chicos me mirarán con lastima, otros me daban las condolencias y los demás solo pasaban de mí.
No dure ni una semana yendo a aquel lugar, no soportaba que me mirarán con lastima y me hablaran por el mismo motivo.
Solo soy la chica rota, el bicho raro que perdió a su madre. Seguro estoy exagerando pero es lo que siento.
Así que no aguante y me fui, no he ido desde hace tres meses y no me importa en lo absoluto. Estoy desde hace tres meses encerrada en estas cuatro paredes, sin querer ver a nadie, sin comer, simplemente no quiero nada.
Solo la quiero a ella. Quiero que me la devuelvan.
Lidiar con mi trastorno de ansiedad sin ella se ha vuelto tan complicado. Estos meses he tenido que luchar con esto, estando casi al borde de la muerte, aunque eso me gustaría, morir, sin embargo mi cuerpo reacciona y lucha.
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Mi teléfono sigue sonando, ellos siguen insistiendo.
Neal
Adrián
Dafne
Nathan
Alaric
Todos ellos llaman, todos los día mi teléfono suena por sus constantes mensajes, por todas sus llamadas.
Pero ninguna de él.
Lo único que le respondo para que se queden más tranquilos es un simple y cortante, estoy bien.
Aunque no lo esté, pero prefiero eso a que vengan aquí y termine no abriéndoles la puerta o respondiendo a sus llamados.
Cómo lo he estado haciendo desde hace meses.
El suicidio nuevamente ha pasado por mi mente. Esas voces piden a gritos que acabe con mi vida.
Es tan simple dicen, solo coge una navaja y corta lentamente tú muñeca. La sangre empezará a esparcirse como una cascada, pero a diferencia de está, será de color carmesí. Luego el cuerpo se entumecerá y poco a poco caerías en un abismo oscuro donde mi vida acabaría ahí, sin más.
Simplemente con un corte.
Se preguntarán qué si les hice caso. Lamentablemente lo hice.
Estoy tirada en el piso del baño con la sangre brotando de mis cortes y esparciéndose por el frío piso, creando un enorme charco de color carmesí.
Sonrió
Nadie lo impedirá, está vez lo hice, no fui una cobarde y lo hice.
Mi madre estará decepcionada, pero no me importa, lo que más quiero en estos momentos es estar con ella y solo con ella.
—Pronto estaremos juntas mamá. Ya no estarás sola — lágrimas de felicidad y tristeza caen por mis costados —Allá va tú pequeña mami.
Cerré los ojos con lentitud, las fuerzas se me iban. La vida se me escapaba, yo le di la libertad, yo le permití irse.
Antes de ceder por completo a la oscuridad, lo último que escuche fue mi nombre ser gritado con desesperación.
Y así fue como me entregué por completo, con esa voz en mi cabeza, con ese grito en medio del desesperó.