4. Mi vida... patas arriba

2109 Palabras
EN LA ACTUALIADAD Hace unos años, ni siquiera me habrían pillado con este ridículo traje de trabajo amarillo abejorro. Maldición estos últimos años. Y maldita sea, debo tener tres trabajos para poder pagar la matricula y los gastos de manutención aquí en Chicago. Fruncí el ceño con frustración ante mi reflejo en uno de los escaparates de las rebajas de verano detrás de la parada de autobús en la que estaba esperando. Era un reflejo de una chica que no reconocía, de algún yo alternativo que estaba viviendo en una realidad de mierda, un yo alternativo que vestía el uniforme de mucama amarillo brillante que el hotel Congres tenían que usar todas las amas de llaves. Y... ¿era esa suciedad en mi mejilla? Escupí en mis dedos y limpié la marca. > Empapada y hambrienta, agarre mi teléfono entre la oreja y el hombro. Estaba empapada porque había dejado mi paraguas en casa, un error estúpido, que se puede cometer cualquier día del año en Chicago, donde el clima impredecible está a la orden del día. Y tenía hambre porque mi jefe en el café donde trabajo me había pedido que me quedara unos minutos más y esos pocos minutos se convirtieron en toda una media hora completa, lo que hizo que no tuviera tiempo de detenerme a comer algo en el camino entre trabajos. —Por favor contesta, Gladys— Esperaba atrapar a mi manager, Gladys. A veces ella fichaba por mi cuando llegaba tarde. El propietario del hotel dejó muy claro en la orientación que eran tres strikes y estas fuera. Y esta era la tercera vez que llegaba tarde. Pero no podía darme el lujo de perder mi trabajo. Necesitaba los ingresos para completar todos mis requisitos previos a la medicina. ¿Dónde esta ese maldito autobús? Mire hacia la concurrida calle, no había ningún autobús a la vista. —Por favor contesta. Por favor contesta— murmure. Mi teléfono sonó con otra llamada y vi que era Peter, mi exnovio. ¡Ugh! eh tratado de romper con él, todos los días durante más de un mes, pero el nunca pareció entender que realmente había terminado entre nosotros. Aun así, me sentí obligada a responder a su llamada. —Realmente no tengo tiempo para hablar en este momento— dije. —Solo quería invitarte a ver la Bella y la Bestia, el musical mañana por la noche— —Peter...—suspire. —Agradezco la invitación, pero enserio. Por favor, deja de invitarme a salir—. Por un momento me pregunte si su presencia tenía algo que ver con que nunca hubiéramos llegado hasta el final. Él sabía que yo era virgen y tal vez estaba decidido a quitarme la virginidad. Pero no lo hice. No quiero entregar mi virginidad a un hombre que se sentía más como un hermano que como un amante. —Por favor, Erin—dijo. —Solo dame una oportunidad más. Estoy perdido sin ti— Cerré los ojos y sacudí la cabeza. —Realmente no tengo tiempo para discutir esto ahora— —¿Entonces cuando? — pregunto. —Yo... no lo se. Te llamaré— —Haré cualquier cosa, Erin. Te extraño, muñequita. No puedo vivir sin ti— —Escucha, yo solo... no siento ninguna química contigo. Simplemente no me atraes de esa manera— Peter es un hombre bastante guapo, con cabello rubio desordenado, una mandíbula cincelada, un cuerpo para morirse y ojos de un azul profundo que podrían describirse como fascinantes. Al principio me sentí atraída por él, pero fue su personalidad desesperada la que me había desanimado, su apego, necesidad y baja autoestima. —Erin— —En serio, solo... déjame en paz. ¿Está bien? — Estaba gritando ahora, y los demás de mi lado que también estaban esperando del autobús me miraron. Colgué y volví a marcar el número del departamento de limpieza del Hotel Congres mientras mis dedos acariciaban el collar de diamante de mi abuela alrededor de mi cuello. Hacerlo siempre me hizo sentir más tranquila. Por un breve momento recordé el día que mis padres me lo regalaron hace cinco años. Muchas cosas habían cambiado desde entonces. Tanto es así que ya ni siquiera reconocía mi vida ni a mí misma. Mi padre cerro repentinamente su consultorio hace dos años y una semana después le diagnosticaron cáncer de pulmón. Su médico le dio menos de un año de vida. Entonces, mis padres echaron mano de sus ahorros para la jubilación para viajar por el mundo, algo que había pospuesto toda su vida hasta tener más tiempo. Mientras cuidaba a Robin, que acababa de cumplir quince años, viajaron por el mundo. Unos meses más tarde regresaron y vimos como mi padre, mi héroe, se consumía hasta quedar reducido en nada. Lo enterramos el verano pasado, cuando el primer aniversario estaba a la vuelta de la esquina. No pasa un día sin que lo extrañe. Y no pasa un día sin que me recuerde el compromiso que le hice en su lecho de muerte: Que pase lo que pase, encontraría una manera de continuar con la tradición familiar de que el primogénito se convierta en un doctor. Mi plan era que una vez que terminara la escuela de medicina, abriría un consultorio familiar. —Maldita sea, Gladys— murmuré en voz baja. El teléfono seguía sonando y sonando. Alguien choco conmigo y tropecé hacia adelante. Mis manos golpearon la ventana, impidiéndome plantarme de cara en el escaparate. —Mira hacia dónde vas idiota— espete. Pero él no lo hizo, mientras me miraba, solo continúo caminado por la acera, charlando en voz alta por su teléfono celular, sosteniendo su paraguas. Invisible. Así es como me sentí. Tomar el transporte público me ahorro dinero en gasolina, pero seguro que era menos conveniente en tiempos como estos. Metí mi teléfono en mi super grande bolso de cuero marrón de gran tamaño y aprete los diente. Era hora de correr para salvar mi trabajo. Corrí tan rápido como mis piernas me podía llevar, mi cabeza se sacudía cada vez que mis zapatillas blancas tocaban el suelo. Justo cuando me acercaba a un cruce de peatones, la señal paso de una mano naranja intermitente a una mano roja fija. A la mierda. No iba a esperar para cruzar la calle. Cruce la calle corriendo delante de los coches, pero justo cuando llegaba al otro lado, mi pie se atoro en el borde de la acera y caí de rodillas contra el pavimento. Todo lo que había en mi bolso salió volando. No tuve tiempo de sentirme avergonzada. Necesitaba levantar mi trasero del suelo y continuar. Ignore mis palmas pulsantes y mi sorpresa y a todos a mi alrededor que parecían haberse detenido y no hacer nada más que comerse con los ojos a la mujer torpe con dos pies izquierdos. Tan rápido como pude, recogí mis cosas y volví a correr. Tenía ganas de llorar, pero no tuve tiempo de sentir pena por mí misma, aunque en el fondo estaba teniendo la fiesta de lastima de mi vida. Llegué al hotel quince minutos más tarde y veinte minutos más de la hora prevista para mi llegada. Justo cuando entre a las habitaciones de las mucamas Gladys me miró de arriaba abajo. —Santo infierno, Erin. ¿Qué paso? — pregunto. Ella era la única que sabía de mi loca agenda y como la vida de repente se puso patas arriba. Miré mi vestido empapado y luego me di cuenta de que tenía sangre. Y además tenía ambas rodillas muy raspadas y la sangre corría por mis espinillas. —Me caí—dije —Estaba tratando de llegar a tiempo porque el autobús no llegaba... pero me caí— —Oh, cariño. Siéntate— señalo la silla y procedió a buscar el botiquín de primeros auxilios. —Te registre, así que no te preocupes, amor, ¿está bien? — Asentí, y al ser tan amable conmigo, fue entonces cuando perdí el control. Ella me rodeo con sus brazos y deje escapar algunos gritos forzados en su cabello n***o. Gladys era solo cinco años mayor que yo, pero sentí, que ella era más una madre que una amiga, siempre fuerte y reconfortante, cuidando de todos los que manejaba. Probablemente por eso el propietario, el señor Rustein, la había tendió durante tanto tiempo. Ella se apartó y procedió a limpiar mis heridas con peróxido de hidrogeno antes de vendarlas. —Te vas a arruinar si sigues con ese cronograma—dijo. —No es que tenga otra opción— dije, —Sabes que no quiero pedir préstamos estudiantiles— Estuve trabajando horas extras este verano, ahorrando para mis clases de pre-medicina. Después de la muerte de mi padre, mi madre tuvo que lidiar con los cabos sueltos de la práctica. Para pagar el resto de la deuda, mi madre vendió su casa y se mudó a California para estar más cerca de su hermana. No le pedí dinero porque sabía que estaba preocupada por su jubilación. Había sido ama de casa toda la vida y estaba luchando por encontrar formas de planificar sus años dorados por delante. En lugar de mudarse con mamá, Robin decidió quedarse conmigo hasta que terminara la escuela secundaria. Mi apartamento de un dormitorio es bastante estrecho, pero es agradable tener la familia cerca. Solo deseaba que mi vida fuera un poco más sencilla. Desearía tener un trabajo bien remunerado en lugar de tres trabajos mal pagados. —Aun así, debes cuidarte, cariño. Nadie más lo hará— Gladys escaneo mi cuerpo con sus profundos ojos cafés y suspiro. Sabia que me veía como una mierda y estar empapada y saturada de sangre no me ayudaba exactamente en el departamento de belleza. Había perdido quince libras en dos meses y no había tendido tiempo, ni me había permitido el lujo de decolorarme el cabello. Mis raíces oscuras median ocho centímetros de largo y en ese momento debía de parecer una persona sin hogar. —Ten— ella me entrego un uniforme limpio. —Ponte esto. Tomare tres de tus habitaciones hoy— —Gladys...— comencé. —Ha sido un día lento. No te preocupes por eso— ella agito la mano con desdén. Asentí. Ella fue verdaderamente un salvavidas. Y yo necesitaba uno. No sé por cuanto tiempo podría mantener esta agenda loca y agitada ante de tener una crisis de un cuarto de vida. Me dirigí al vestuario, me lavé las manos rapadas y me puse un nuevo uniforme amarillo. Como siempre, me quite con cuidado el collar de diamantes de mi abuela que llevaba alrededor del cuello. Era mi posesión más valiosa y no quería correr el riesgo de perderla aquí. Después de guardar mi collar y mi bolso en el casillero, agarré mi carrito y me dirigí al último piso donde estaban ubicadas todas las suites. Gladys sabía que yo era una de sus amas de llaves y tenía trastorno obsesivo compulsivo, así que una semana después de que comencé a trabajar aquí, me ascendió para limpiar los pisos de los ricos. Después de meter mi carrito en el ascensor de servicio, presione el botón con el número diez. Una vez en el décimo piso, las puestas del ascensor se abrieron y me dirigí al amplio pasillo. Me preguntaba si podría recibir una buena propina como la de ayer, un billete de cien dólares con una bonita nota que decía: "Para la ama de llaves. ¡Gracias por un gran trabajo!" Comencé a limpiar la primera habitación reemplazando toallas y sabanas, retirando la basura y aspirando los pisos. Una vez que la suite número uno estuvo reluciente, me dirigí a la suite número dos. En el momento en el que entre, me detuve. El perfume inmediatamente me recordó a Levi. La colonia que usaba era espesa en el aire. Mi corazón dio un vuelco y mi cuerpo se congelo. La última vez que lo vi... en mi decimoctavo cumpleaños...No. No quería pensar en eso. Ya había perdido suficiente tiempo tratando de entender como podía tratarme tan bien, ser tan apasionado y luego unos minutos después, decirme que me odiaba y que no quería volver a verme nunca más. Sacudí la cabeza, tratando de conseguir que se fuera de mi mente. Las cosas que me había hecho a lo largo de los años cuando estábamos de vacaciones en Royal Harbor me hicieron sentir tan loca que pensé en ir a terapia. Sabía que mi odio hacia ese hombre no era saludable. Y estaba claro que mi intenso odio hacia el me mantenía atada a él, en corazón, cuerpo y alma.
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