Capitulo 3

1841 Palabras
Ailani se encontraba en su vestidor, vestida solo con un delicado conjunto de lencería de encaje n***o que abrazaba su piel como un pecado tentador. El reflejo en el espejo la observaba con ojos cargados de deseo, sus dedos recorrieron lentamente la curva de su cintura, delineando su silueta mientras mordía su labio inferior. Había pasado una semana. Siete días enteros desde aquella noche en la que sus manos la sostuvieron con firmeza y su mirada la desarmó por completo. Pero él seguía ahí, clavado en su mente como una espina dulce y ardiente. Cerró los ojos por un instante, intentando ignorar la necesidad que la consumía desde dentro. No era propio de ella obsesionarse con un hombre, y mucho menos con alguien como él. Sin embargo, el recuerdo de sus labios entreabiertos, de su cuerpo esculpido y de la forma en que la observó, como si fuera lo único que existía en el mundo, la perseguía sin tregua. Ailani exhaló un suspiro pesado y abrió los ojos. En su reflejo, vio la verdad que no quería admitir: quería verlo otra vez. Quería volver a sentir su presencia, saber si su efecto en ella había sido un capricho pasajero o si, por el contrario, Elijah era un peligroso veneno que ya había entrado en su sistema. Con una determinación nacida del deseo, cruzó la habitación y abrió su armario, deslizando la yema de los dedos por las telas sedosas de sus vestidos. Buscaba uno en particular. Uno que la hiciera sentir irresistible. Y cuando lo encontró, una sonrisa apenas perceptible curvó sus labios. Era un vestido rojo. Ajustado en el torso, con un escote profundo en la espalda y una falda que se deslizaba sobre sus piernas como un susurro provocador. Al deslizarlo sobre su piel, se sintió poderosa. Sus tacones de aguja completaron el conjunto, elevándola con gracia mientras se giraba para mirarse una vez más en el espejo. Sus labios rojos formaron una sonrisa traviesa. La noche apenas comenzaba, y Ailani estaba lista para jugar con fuego. La música vibrante que llenaba el club nocturno, era una melodía envolvente que se mezclaba con el murmullo de voces y el tintineo de copas. Luces de neón parpadeaban sobre la pista de baile, proyectando sombras danzantes sobre los cuerpos en movimiento. Entre la multitud, Elijah se apoyó contra la barra, con una copa de whisky en la mano y una expresión tensa en el rostro. —No entiendo qué hacemos aquí otra vez, Oliver —masculló, mirando de reojo a su amigo. Oliver Jones sonrió con diversión, dando un sorbo a su cóctel. —Vamos, hermano, la última vez no lo pasaste tan mal —dijo con una carcajada. —De hecho, creo que la señorita Rossi disfrutó bastante. Elijan apretó la mandíbula. Claro que lo había disfrutado. Demasiado. Y ese era el problema. Desde aquella noche, Ailani se había convertido en un pensamiento constante, una distracción peligrosa que no podía permitirse. —Esto es una locura —murmuró, pero Oliver le dio una palmada en el hombro. —Relájate, hombre. Es solo un juego. Disfruta tu doble vida mientras puedas. ¿Qué es lo peor que podría pasar? Elijah exhaló con frustración. Lo peor que podría pasar ya estaba sucediendo: no podía sacársela de la cabeza. Ailani Rossi entró al club con un aire de confianza cuidadosamente ensayado, aunque por dentro su corazón latía desbocado. No entendía qué la había impulsado a regresar. No era una mujer que buscara compañía fugaz, y, sin embargo, ahí estaba, esperando ver aquellos ojos azules otra vez. Se acercó a la barra y pidió un trago. Su mirada recorrió el lugar, buscando al misterioso hombre que la había cautivado. —Esperas a alguien —dijo una voz a su lado. Ailani giró el rostro y se encontró con Oliver Jones, quien la observaba con una sonrisa astuta. —Tal vez —respondió con elegancia, sin revelar demasiado. Oliver rió entre dientes. —Si buscas a ese hombre que te hizo suspirar la otra noche… quizás tengas suerte —dijo con un tono sugerente antes de hacerle un gesto a alguien entre las sombras. Ailani siguió la dirección de su mirada y su estómago se tensó cuando lo vio. Él. De pie junto al escenario, con un aire de indiferencia que no lograba ocultar la tormenta en su mirada. Lo único que podía ver de su rostro, era parte de sus carnosos labios. Elijah la vio también, y por un instante, la música pareció desvanecerse. No esperaba verla de nuevo. No debía verla de nuevo. Pero el destino tenía otros planes. —¿Me estabas esperando? —preguntó Elijah cuando se acercó a ella, el tono de su voz se escuchaba profundo resonando por encima de la música. Ailani sostuvo su mirada con una seguridad que ocultaba su nerviosismo. —Tal vez. ¿Eso te molesta? Elijah pasó la lengua por su labio inferior, debatiéndose entre alejarse y ceder a la tentación. —No debería estar aquí —dijo, pero su cuerpo traicionó sus palabras cuando se inclinó un poco más hacia ella. Ailani sonrió con diversión. —Pero lo estás. Elijah soltó una risa breve y oscura. Una parte de él quería rendirse a ese juego peligroso, dejarse llevar. La otra sabía que cada segundo a su lado era un riesgo. —Baila conmigo —susurró Ailani, desafiándolo. Él entrecerró los ojos. Podía decir que no. Podía alejarse ahora mismo. Pero cuando su mano tomó la de ella y la arrastró a la pista de baile, supo que estaba perdido. Desde la barra, Oliver los observaba con una sonrisa ladeada, bebiendo su cóctel con satisfacción. No tenía idea de que su pequeño juego de apuestas estaba a punto de desatar consecuencias que ninguno de ellos podría controlar. El ritmo de la música se intensificó cuando sus cuerpos se encontraron en la pista. Ailani apoyó sus manos en los hombros de Elijah, sintiendo el calor de su piel bajo la tela de su camisa. Él deslizó una mano hasta su cintura, atrayéndola con firmeza hacia su cuerpo. Los movimientos de ambos se sincronizaron con la melodía, rozándose, provocándose sin necesidad de palabras. Los dedos de Elijah recorrieron lentamente la espalda de Ailani, enviando un escalofrío placentero a través de su piel. Ella cerró los ojos por un momento, disfrutando de la electricidad que fluía entre ellos. —Me vuelves loco —susurró Elijah en su oído, su aliento cálido la hacía estremecer. Ailani levantó el rostro, encontrándose con su mirada ardiente. El deseo flotaba en el aire entre ambos, intenso e innegable. Sin pensarlo más, se erigió y lo besó. Elijah respondió de inmediato, profundizando el beso con hambre contenida. Sus labios se movieron con urgencia, explorándose, devorándose. Ailani se aferró a su cuello, sintiendo el latido acelerado de su corazón contra su propio pecho. —Vámonos de aquí —susurró ella, entrelazando sus dedos con los de él. Elijah no dudó. La tomó de la mano y la guió entre la multitud, atravesando el club hasta llegar a una puerta lateral que llevaba a un pasillo más privado. Sin dudarlo, la empujó suavemente contra la pared, capturando sus labios una vez más, esta vez con más intensidad, más necesidad. Ailani gimió suavemente contra su boca, enredando sus dedos en su cabello. La forma en la que Elijah la tocaba, la besaba, la hacía perder la razón. —Dime que esto no es un error —murmuró Elijah, sus labios apenas rozaban los de ella. Ailani le sostuvo la mirada, su respiración agitada. —El único error sería detenernos. Con esa confesión, Elijah tomó su mano y la llevó a una de las habitaciones privadas del club, cerrando la puerta tras ellos, dispuestos a perderse en una noche que cambiaría todo. La luz tenue del cuarto apenas iluminaba sus rostros, imposible de distinguir sus rostros, ventajoso para Elijah, quien quitó su antifaz para mejor comodidad. Cuando Elijah la empujó contra la pared, sus labios reclamaron los de ella con una desesperación que no podía contener. Sus manos exploraron su cuerpo con urgencia, deslizándose por sus curvas con un hambre contenida. Ailani jadeó cuando sintió el roce de su piel ardiendo contra la suya, cada caricia encendiendo un fuego que no podía apagar. El calor entre sus cuerpos se intensificaba con cada roce, cada movimiento. La piel de Ailani se erizaba bajo las caricias de Elijah, cuyos labios exploraban cada rincón de su cuello, dejando un rastro de besos húmedos y mordidas traviesas. Ella jadeó cuando él descendió lentamente, saboreando su piel con la lengua, sintiendo el leve temblor que provocaba en ella. Sus manos viajaban por el cuerpo de Ailani con una mezcla de ternura y posesión, como si lo estuviera reclamando para sí. Elijah sintió el ritmo de su respiración acelerarse y sonrió contra su clavícula antes de capturarla entre sus labios, succionando con la intención de dejar una marca. Ailani cerró los ojos, entregándose a la sensación, al deseo que la consumía como fuego líquido. Su cuerpo se arqueó instintivamente, buscando más de él, más de su calor, de su fuerza contenida. —¿Cómo te llamas? —preguntó ella entre jadeos, su voz entrecortada por el placer. Elijah se detuvo un instante, sosteniéndola con firmeza. No podía decirle la verdad, no todavía. —Tu gigoló —susurró con una sonrisa juguetona, dejando que su aliento caliente le acariciara la oreja. Ailani sonrió, entreabriendo los ojos para mirarlo con intensidad. —¿Te acuestas solo conmigo? —inquirió, con curiosidad, su voz estaba impregnada de anhelo. Elijah deslizó sus dedos por su espalda desnuda, dibujando un camino ardiente hasta su cintura antes de aferrarla con firmeza. —¿Lo quieres así? —murmuró, rozando sus labios con los de ella—. Puedo ser todo tuyo si así lo deseas. Ailani quiso responder, pero solo un gemido escapó de sus labios. Su cuerpo hablaba por ella, retorciéndose bajo el suyo con desesperación contenida. Elijah sonrió, complacido, y con un movimiento fluido la giró, atrapándola entre su cuerpo y el colchón. Su mano encontró su cabello y lo envolvió en su puño con un toque experto, tirando suavemente para exponer su cuello una vez más. —Seré solo tuyo… pero debes soportar mis demandas —susurró contra su piel, su voz ronca y cargada de deseo—. Y pagar muy bien. Antes de que ella pudiera responder, él arremetió contra ella, arrancándole un grito ahogado de placer. Su cuerpo se movía con precisión, con la destreza de un amante que conoce bien su oficio, llevándola al límite una y otra vez. Los jadeos de Ailani llenaban la habitación, mezclándose con el sonido de sus cuerpos, encontrándose en un ritmo frenético. Sus uñas se clavaron en la espalda de su ojiazul, marcándolo como suyo, mientras la pasión los envolvía en una espiral de éxtasis. No existía nada más en ese momento, solo el ardor de sus pieles unidas, el latido acelerado de sus corazones y el placer que los consumía como una tormenta imparable.
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