2. El mal mayor.
Katarina.
Mi paso es firme mientras mis tacones pisan la cara baldosa de mi casa de infancia.
Tanta elegancia.
Tanto lujo.
Tanto dinero.
Y tanto dolor.
Todas las luces están encendidas. Son más de las tres de la mañana, pero mi padre tiene trabajando a más de medio personal.
A pesar de los tragos que tengo encima, con el tiempo, desgraciadamente, he desarrollado cierta inmunidad al alcohol. Además, la conversación con Albern me puso lo suficientemente sobria, lo que es un pesar.
Desearía estar borracha para enfrentarlo.
— Pasen — escucho la voz de mi padre cuando el nuevo mayordomo le indica que hemos llegado.
Su personal no dura más de seis meses. Siempre renuncian o mi padre los despide; él está convencido de que mantener a alguien por años solo llevaría a un abuso de confianza o a que se desdibujara la estricta línea entre jefe y empleado. La única persona que siempre se ha mantenido cerca de la familia es Albern: cuidando mis pasos por órdenes de mi padre y velando por mi dinero.
— Señor — Albern lo saluda sumisamente cuando estamos en su despacho.
— Padre — digo, también sumisamente, observándolo allí, en su caro asiento de cuero mientras bebe de su caro whisky.
— Albern, Katarina — dice con su imponente voz —, ¿cómo estuvieron los premios?
— Dejó… bastante de qué hablar — responde el buen Albern, obediente a su amo.
— ¿Es así?
— Unas copas de más y muecas de desagrado que no nos vendrán bien en este momento.
Me abstengo de rodar los ojos; solo me quedo allí, firme, mientras Albern le da un reporte de mi comportamiento a mi padre. Tal vez estoy mal de la cabeza y tengo ocho años en vez de veintiocho.
— Gracias, Albern, puedes marcharte.
Él asiente y sale del despacho. La puerta no ha terminado de cerrarse cuando mi padre ya está viniendo directo hacia mí.
El golpe no me sorprende, lo que me sorprende es que sea en mi rostro.
Parpadeo y lo miro, encontrando sus ojos.
— ¿Qué estás haciendo con tu vida, Katarina?
No respondo nada, sólo lo miro fijamente, impasible.
— Cada vez estás cotizando menos como actriz. No estás ganando ni la mitad de lo que ganabas hace seis años.
No intento justificarme, no valdría de nada.
Así que hago lo que me enseñaron desde pequeña.
Me quedo de pie en la zona de guerra y actúo como si no me estuvieran enviando granadas. Y es que mi padre me dio las mejores lecciones de actuación: dolorosas, crueles y que muchos llamarían tortura… pero eficaces. Tan eficaces que me enseñó a no solo actuar frente a una cámara, sino en cada momento de mi vida.
Otro golpe se lanza a mi rostro, esta vez en la otra mejilla.
Pruebo la sangre en mi lengua mientras el dolor atraviesa mi labio.
Me cortó con su anillo.
Me sorprendo sólo un poco por su acción. Después de que mi carrera despegara, cuando yo tenía dieciocho años, él empezó a ser cuidadoso con el lugar en el que me golpeaba. Incluso temeroso, podría decirse. Pero hace tres años fue como si el dique se rompiera, y cada vez que me veía encontraba una razón para golpearme. Aun así, seguía siendo cuidadoso con la parte de mi cuerpo en la que lo hacía.
Ahora eso no le importa.
Me pregunto por qué.
Lo miro en silencio mientras se mueve a su elegante escritorio de madera y me extiende unos recibos que tomo obedientemente.
Los leo.
— La comida de tu madre, su ropa, sus viajecitos al spa... ¿quién va a pagar por esto si no eres tú?
Tú, quiero responderle. Su esposo.
En cambio, le digo —: Albern ya me consiguió un nuevo papel.
Él niega, su rostro cerrado en ira.
— Ya no me estás generando ninguna ganancia, Katarina.
Para ser un reconocido y veterano actor de Hollywood, que nada en dinero, nunca comprendí su afán de que yo le retribuyera todo lo que me daba. Como si yo tuviera una deuda con él que debiera saldar, como si cada mínima cosa que nos dio a mi madre y a mí tuviera que ser pagada como un favor.
Tampoco entiendo por qué mi madre se lo permitió.
Pero entender las decisiones de ellos nunca me llevaría a nada bueno, así que hace mucho desistí de buscar la verdad detrás de su matrimonio, de nosotros como familia, si es que podemos llamarnos así.
Mi madre fue actriz de joven, hasta que se casó con mi padre, y al poco tiempo nací yo.
Dicen que los bebés son una bendición, pero tal vez yo fui su maldición.
— Forzaste mi mano a hacer esto, Katarina — dice mi padre, y un escalofrío recorre mi cuerpo mientras llama a alguien por teléfono para que entre —. Tu tonta y querida madre lo ha evitado por años… pero te encontraron. Y si no me eres útil como actriz, no me sirves para nada más.
— ¿De qué hablas? — Cada molécula de mi ser se pone en alerta, más aún cuando dos corpulentos hombres entran por la puerta —. ¿Quiénes son ellos? ¿Qué haces?
— Te envío a donde perteneces.
Observo en cámara lenta cómo uno de los hombres le entrega un cheque a mi padre.
¿Qué es esto?
¿Qué está pasando?
Retrocedo un paso, solo para chocar con un pecho fuerte, y de inmediato unas manos firmes se aferran a mis antebrazos como grilletes, causándome dolor.
Miro de un lado a otro, con la lengua atorada en la garganta, cuando escucho al hombre del cheque hablarle en otro idioma al hombre que me sostiene.
De inmediato entiendo lo que está diciendo.
Es la lengua materna de mi madre.
Ruso.
No la dejes ir, le dijo.
Y el hombre no me deja ir, agarrando más fuertemente mis antebrazos. Pero el dolor físico no me detiene, así que me doblo y clavo mi tacón contra su ingle. Me sueltan y yo corro para agarrar el picaporte de la puerta, pero tan pronto lo toco, mi cabello es jalado hacia atrás. Debe doler, pero no me percato de ello, no cuando mi enfoque sólo es salir de aquí.
— Ya huiste suficiente de tu destino, Katarina — mi padre susurra en mi oreja —. Es hora de que enfrentes tu realidad.
Un trapo se presiona contra mi nariz y, poco a poco, siento cómo me desvanezco.
Lo último de lo que soy consciente es de mi madre entrando por la puerta. Tiene lágrimas en los ojos, pero no mueve un solo dedo por mí.
Ella permite que me lleven.
Como flashbacks, los recuerdos vuelven a mí… recuerdos de ella y de mí.
— Katarina, aunque no lo creas, estoy eligiendo el mal menor sobre el mal mayor — era siempre su respuesta cuando le exigía que se divorciara de mi padre.
Y ahora entiendo un poco sus palabras, porque lo siento en mi sangre.
Me están enviando hacia el mal mayor.