|PARTE I DE LA HISTORIA: EL PSICÓPATA CONTENIDO|
1. Tal vez.
Katarina.
|Presente|
28 años.
— ¡Katarina!
— ¡Katarina, aquí!
— ¡Katarina, míranos!
Ya debería estar acostumbrada a los flashes de la cámara, pero, con unos cuantos tragos encima y estos tacones enormes, siento que me deslumbro, casi perdiendo el equilibrio. Mi guardaespaldas se abre paso entre los paparazzis y yo agacho la mirada, escondiendo mi rostro mientras trato de moverme en medio del gentío.
Siento jalones en mi cabello, también en mi vestido, y mi pie se tuerce en el camino, pero continúo en silencio hasta que finalmente estoy en la parte trasera de la limosina.
Me desplomo contra el asiento, cerrando los ojos para excluir el exterior.
— ¿Qué fue eso de allí? — Mi representante me bombardea, quitándome la paz —. Estuviste bebiendo en toda la premiación y ya hay vídeos y memes de la mueca de desagrado que hiciste cuando Jefferson Demartini ganó como actor revelación.
No respondo; continúo con los ojos cerrados, intentando buscar estabilidad porque todo me da vueltas.
— Tu carrera pende de un hilo — él sigue —. Te invitaron por cordialidad, porque tu última película fue un fracaso. ¿Necesitabas dañar más tu imagen, Katarina?
Suspiro y, mientras él continúa y continúa hablando del declive de mi carrera, saco mi teléfono y abro la aplicación de mensajes. Me muevo hacia abajo, ignorando los mensajes de mi madre, de mi padre y decenas de personas más que no me importan. Bajo un poco más hasta que llego a su nombre y, una vez más, veo cómo mis mensajes de los últimos meses ni siquiera le llegaron.
Siento mi boca torcerse en una mueca y quizá dejo escapar algún sonido, porque Albern me arrebata el teléfono y me habla con una furia a la que ya me estoy acostumbrando.
— ¿De verdad estás pensando en Willa en este momento? — Lo miro fijamente, aún sin responderle —. Espabila, Katarina. Tu vida se está yendo a la mierda y tú sólo estás pensando en mensajearte con tu amiguita.
— Relájate — le digo con calma.
Le quito el teléfono de la mano y me giro para mirar por la ventanilla mientras nos movemos por las luces despampanantes de la ciudad. Las Vegas, una ciudad que nunca duerme. Tan lejos de casa, pero últimamente nada se siente como un hogar.
— Voy a renunciar si sigues así.
Ni me inmuto por sus palabras.
Muevo distraídamente el pulgar por el borde del celular, y él continúa —: Tu padre te está esperando en su casa, necesita hablarte.
Me tensiono por sus palabras, pero sigo sin decir nada. Sólo cuando me tira sobre las piernas un tumulto de papeles, lo miro, preguntando —: ¿Qué es esto?
— Un guion.
— Hace una semana terminé mi última grabación.
Era una mala película, pero eso no quita el arduo trabajo que implicó grabarla.
— En un mes empezarás una nueva — dice sin mirarme, concentrado en la pantalla de su teléfono —. Alguien como tú, que se suma cada vez más al olvido, no puede darse el lujo de descansar.
— Ni siquiera sé de qué trata, Albern — sacudo las hojas en mi mano —. No puedes meterme en un proyecto del cual no tengo idea.
— ¿Quieres que te recuerde en qué posición estás? — Pregunta, y por primera vez en quizá meses lo miro, lo miro de verdad, y veo las arrugas de más que hay en su rostro —. Te estás hundiendo, Katarina. Así que agradece que te conseguí un rol nuevo, no sabes lo difícil que fue... nadie quiere contratarte.
Si no conociera a este hombre desde que soy una niña y no supiera que debajo de todas esas palabras es mi bienestar —al menos mi bienestar profesional— lo que él busca, lo habría mandado a la mierda.
Así que opto por callarme y, justo cuando voy a echarle una mirada al guion, me percato de que vamos directo al helipuerto.
— ¿Ni siquiera puedo ir a cambiarme al hotel? ¿De verdad, Albern?
Él me ignora, haciendo lo que mejor sabe hacer; mover esos pulgares en la pantalla táctil de su teléfono mientras lucha contra la corriente e intenta salvar una carrera que probablemente ya se hundió.
Muevo mi mano por la puerta de la limosina y enciendo las luces para leer el guion.
Ni diez minutos después, niego, pasándole el guion a Albern.
— No lo haré — le digo.
— Katarina…
— Esto es porno, Albern.
— Es una película erótica, también es cine.
— En la mayoría de las tomas estaré desnuda y mis diálogos son más gemidos que palabras, ¿qué me conseguiste?
— El protagonista es Jefferson Demartini.
Miro de nuevo por la ventana, entonces digo con voz plana —: No.
— Katarina…
— No lo haré.
— Es el actor del momento, es una oportunidad que no puedes desaprovechar.
Nada más lo miro, niego y me bajo de la limosina cuando se detiene en el helipuerto.
Él viene detrás de mí, pero gracias al cielo el ruido del helicóptero me impide escucharlo. Ese privilegio se acaba cuando estamos dentro del aparato y él me habla a través de los audífonos.
— Habrá contratos de por medio, gente presente en las grabaciones, sabes que todo será profesional.
— Sé perfectamente cómo se graban escenas de cama, he hecho unas cuantas, por si lo has olvidado. Por lo mismo sé y soy consciente de que, por muy profesional que sea la situación, sus manos y su boca estarán en mí. Y se congelará el infierno antes de que él me toque.
— Él estaba borracho.
Esta vez no miro por la ventana del auto, sino del helicóptero hacia el gran vacío.
¿Y si me tiro?
¿Sería tan grave?
Es preferible a tener esta ridícula conversación.
— Vamos, Katarina.
— No — niego rotundamente.
Prefiero que mi carrera se hunda en el olvido a grabar escenas intimas con el imbécil que intentó propasarse conmigo cuando le di una negativa a su propuesta de llevarme a la cama. Jefferson Demartini es un imbécil arrogante y nuevo en la fama. Sólo porque está recibiendo un poco de atención, se cree un galán irresistible, cuando lo cierto es que su actuación es mediocre y su cara bonita que le gusta a colegialas es lo único que lo subió al estrellato. Pero en uno o dos años llegará una cara nueva y él será olvidado.
No se me escapa la ironía de que, para entonces, probablemente yo también habré sido olvidada.
— No puedes desaprovechar esta oportunidad, Katarina. Llevas más de tres años sin hacer un buen protagónico, acéptalo — él continúa y yo sigo sin decir más; ya le di mi respuesta —. Eres una excelente actriz, ambos lo sabemos, será un papel malo, pero después vendrá uno bueno. Son los sacrificios que se tienen que hacer en este medio.
Como ya conozco su modo operandi, sé que al darse cuenta de que los elogios no lo ayudarán, empezará a enviar la artillería pesada.
En efecto, él lo hace.
— Tu carrera se fue a la mierda cuando Reid Colleman desapareció, parecía que era él quien te mantenía en el ojo público. Necesitas un nuevo romance, Jefferson puede ser tu nueva salvación.
Lo dice como si mi éxito hubiera estado vinculado a Reid cuando la realidad es que obtuve todo por mérito propio. Cuando la gente empezó a especular erróneamente que mi pareja era Reid Colleman, el cantante del momento y sólo mi mejor amigo, Reid y yo ya estábamos en la cima por nosotros mismos. Mi fama empezó antes y no después de Reid. Pero está bien, me quedo callada y no le recuerdo a Albern cómo puse mi sangre y sudor en papeles que recibieron buenas críticas y unos cuantos premios importantes, porque él en parte tiene razón.
Reid Colleman desapareció y yo empecé a desvanecerme lentamente.
Pero no por su culpa, sino por la mía.
Llevo mi mano a mi cuello, recordando la sangre que derramé ese último día, cuando la máscara de Killian Colleman fue quitada para dejar ver el psicópata que siempre fue. Pero si él es un psicópata, yo soy una imbécil, porque sólo una imbécil arriesgaría su propia vida para salvarle el pellejo a él.
Acaricio con mi pulgar mi garganta, donde el filo del cuchillo me cortó por mi propia mano, al mismo tiempo que recuerdo la mirada asesina de Reid dirigida a Killian.
Reid iba a matarlo... si no intervenía, él iba a matarlo.
Suspiro.
Katarina, Katarina, princesa de hielo... deja de pensar en él.
— No fingiré un romance con Jefferson Demartini — le digo a Albern, enfocándome en el presente.
— No tiene que ser fingido.
No me sorprendo por sus palabras, sabía que eso era lo que iba a decir.
— Preferiría lanzarme a una lenta y dolorosa muerte en una piscina de ácido para así no tener que lidiar con una escoria del nivel de él.
Doy por terminada la conversación, vuelvo a tomar mi teléfono y lo aprieto en mi mano.
No lo suelto, llevo más de tres años sin soltarlo.
Tal vez, algún día, uno de ellos…
Tal vez, sólo tal vez.
Pero me engaño a mí misma, porque lo sé.
Yo ya estoy en el olvido… hace más de tres años que lo estoy.