Salí de la oficina de mi jefe malvado, aunque pude sentir su mirada clavada en mi espalda. Como se había portado como un maldito neandertal respondí la llamada sin que me importara. Total, ya me había regañado por llevarle su café, qué más daba que me llamara la atención por responder el teléfono. — ¿Hola? —Respondí mientras tomaba asiento en la silla de mi escritorio. Mi estómago rugía de hambre porque no me había podido permitir comprarme un aperitivo. De verdad tenía que sobrevivir en números rojos dos días más antes de que llegara de nuevo el pago de la quincena, por lo que solo podía comer una vez al día. — Hola, Zoe, soy yo Esteban. No sé si te acuerdas de mí. Soy el vecino de tu tía Mirta. Me quedé como en una especie de congelamiento en donde era consciente de lo que estaba

