Capítulo 4

1625 Palabras
Hablábamos muy seguido. Una vez conversamos por teléfono hasta las seis de la madrugada. Aunque cabía la posibilidad de ir a un hotel y así apreciar el amanecer juntos, había un límite, marcado por los dos, que lo impedía. Era esa línea invisible en la que el tiempo es la prueba fehaciente del afecto que siente el otro por ti. Como ya sabrás, Leandro, tener sexo no es lo mismo que hacer el amor. Son diferentes y no se sienten igual. En ocasiones lo veía en la misma clase, cuando estábamos cerca, buscábamos sentarnos cerca. La proximidad era importante para ambos. No había caído en la cuenta de que estaba enamorada y él sabía que yo caí en su trampa. Su sonrisa lo delataba cuando veía mi mirada empedernida. Ahora bien, Arturo y él se odiaban a muerte. Ya conocerás, pronto, el por qué de un odio tan lógico y plausible. Diciembre estaba a unos días de iniciar, Noviembre se marchitaba y pronto tiraría la hoja del calendario hacia atrás: una digna metáfora sobre el tiempo. Llevábamos cinco meses en el ciclo de vernos, tomar un café, pasear, sentarnos en la plaza de Turmero, leer, debatir ideas y estudiar, cuando se podía, en pareja. Desde el día en que tuvimos relaciones, no dimos muestra de afecto alguno, pero lo que te narro puede considerarse apego. ¿Recuerdas que te comenté que mi autoestima estaba por el suelo? Quizá vi en el un salvador, un misericordioso ser abnegado que aceptaba mi figura no solo para el propósito erótico, sino como ser íntegro a una sociedad. Sin embargo, él no hacía cumplidos a mi imagen, pero lo sentía en sus caricias en mi rostro y mano. Te parecerá raro, pero no bullía ningún deseo s****l cuando había tacto entre nosotros. Varias veces me visitó y yo lo visité a él. Dirás: «Vamos, de seguro en una de esas visitas tuvieron relaciones». Pero no fue así. Nuestro amor se plantó con el sexo, pero creció con la interacción. Y en pocas palabras: se regó con los segundos, minutos y horas. Regresando al tema del autoestima, aquello influyó en mis emociones: por fin me querían de una manera distinta a como estaba acostumbrada. Las noches de sexo casual terminaron, mi cuerpo quería el cuerpo de Johan. Por supuesto, esto derivó que me maquillara, me vistiera mejor, comprara lencería, ropa y pantalones nuevos. Me arreglaba para él y me vestía para él. No sabes lo feliz que me hacía cuando él me veía hermosa. Sus labios se comían mi pintalabios. ¿Te molesta que hable de esto? ¿No? Leandro, eres un hombre extraño. Cualquier persona le hubiera molestado que su novia hable, sin tapujos, sobre su relación pasada… Vale, continuaré… Sí, tienes razón, es pasado y no tiene porqué afectarte. Solo que es raro para mí, no todos lo hombres son así. En fin, continúo. Una vez que amaneció el primero de diciembre, Arturo me invitó a ir al cine con una amiga. Lo acompañé. El teléfono no lo había atendido, pues Arturo me obligó a apagarlo. «Distráete y deja de escribirle a ese idiota», me dijo en el centro comercial. «No es ningún idiota, ¿okey? Pareciera que estás celoso», dije después de emitir una risa seca en su cara. «El tipo no me cae bien, pero no arruinaré esta salida por estar hablando de un estropajo como él», dijo Arturo, lacónico. Me quedé callada, defender a Johan no era buena opción. ¿Cómo puedes refutar el ojo clínico de tu mejor amigo? Por una razón lo decía. Yo apenas conocía a Johan a profundidad, pues en cinco meses no conoces del todo a la persona. Aunque nunca terminas de conocer a alguien, más bien terminas por conocer a nadie. El teléfono estuvo apagado durante las horas que estaba con Arturo y su amiga, que era una cita. Como estábamos en Las Américas, después del cine fuimos al salón recreativo. Jugamos en las máquinas arcade y culminamos la salida en el bar, y bolera, Full Strike. Bebimos unos cuantos cócteles. Sí, estábamos ebrios. Luego de pagar el estacionamiento, nos montamos en el carro de Arturo. Él me llevó a casa primero. Debían de ser las ocho de la noche. Encendí el teléfono, aunque me faltaban las fuerzas para hacerlo, me provocaba dormir. De hecho, estuve con el teléfono en la mano y lo que me despertó fue el golpe que recibí en el rostro cuando se cayó. No te imaginarás la lluvia de mensajes que recibí de Johan, estaba preocupado por mí. Resistir al sopor fue imposible, pero contesté uno de sus mensajes, que ni recuerdo que decía. Segundos después, me olvidé que existía un planeta con seres humanos. Cuando nos volvimos a encontrar, Johan no estaba molesto. Puede ser extraño, pero no lo estaba. «Estaba preocupado por ti, ¿qué ocurrió?», inquirió Johan. «Arturo apagó el teléfono, puesto que no deseaba que me distrajera», respondí. «¿A caso soy una distracción en tu vida?», preguntó con tono de sentirse ofendido. «¿Cómo lo vas a ser? No te hagas ideas estrafalarias sobre algo que no he dicho», contesté. «Pero tu amigo te manipuló e hiciste lo que él te pidió. Si yo hubiera sido tú, no le hubiera hecho caso. Ya eres mayor y tú tienes tus propias decisiones», me llamó la atención. En ese entonces le di la razón. Pero si te soy sincera, cuando estuve con Arturo y su cita, no pensé en él ni me importó. ¿Realmente estaba enamorada? Sí tenía consciencia de su existencia, pero ¿estaba tan enamorada para desplazarlo por mi amigo? La respuesta era, y es, sencilla: Arturo vino primero que él, es mi mejor amigo, notó un cambio anómalo en mi actitud y quería que me distrajera. Okey, así pienso ahora que hago una exhaustiva retrospectiva de las cosas, pero antes no lo veía así. Acepté lo que me dijo, lo reflexioné y hablé con Arturo. Ese día discutimos. La discusión tuvo lugar en su apartamento ubicado en Calicanto. «¿La porquería esa me llamó manipulador? ¿Te das cuentas quién es el manipulador? Chama, te encuentras puros inútiles», me espetó, por supuesto, dolido. «Pero Johan no es mala persona. Me dijo una verdad que no puedo negar y es que no debiste apagarme el teléfono». Discutir con tu mejor amigo si es correcto o incorrecto apagarle el teléfono a otro, es lo más estúpido que puedes hacer. Me siento avergonzada de recordar estas estupideces, pero ¿qué tantas tontería no hacemos en esta vida? Creo que es mejor hacerlas a no hacerlas, ya que el hombre no es perfecto y las imperfecciones son las que dotan de sentido nuestra existencia. Obcecada por el amor, regañé a Arturo, él me regañó a mí y al final nos tomamos cuatro botellas de ron y nos reconciliamos. Ya sabes que amo el ron, Leandro. La amistad, a diferencia de las relaciones amorosas, se puede reunificar como una nación que estaba en llamas. Incluso, ya te comenté que Arturo es mi exnovio, pero como no funcionó la relación, pues fue mejor que cada quien tirara por su lado. Y nos va de maravilla como amigos. Él me ama como amiga y yo lo amo como amigo. El diez de diciembre tuvimos relaciones sexuales. Fue totalmente distinto a como me lo había hecho la primera vez. En sus brazos, sentí que nada malo iba ocurrir. El mundo podía arder, pero en aquella habitación éramos dos. Solo un cataclismo podía separarnos. El cataclismo es una catástrofe natural y su segunda acepción es un gran desastre social. También, metafóricamente, puede aplicarse para las relaciones humanas. No estaba preparada para los acontecimientos del futuro. Aquella seguridad era una falsía de nuestro amor. Porque, a veces, el amor es un mago talentoso: sus ilusiones pueden maravillarte. El fin de año lo disfruté con mi familia y él con la suya. Así que el primero de enero lo visité, nos explayamos en una larga conversación sobre lo que queríamos lograr durante el camino que nos proponía un año nuevo. Recuerdo que era una apacible mañana. Las aves trinaban en las matas de mango. Unas guacamayas, quizá se habían escapado de alguna casa, surcaban el cielo azul. Dentro del complejo residencial donde él vivía, había un parque cuidado y allí estábamos sentados. No puedo decir que estábamos solos, habían unos dos o tres niños que se mecían en los columpios. Aún sonaba una canción de merengue por una de las casas y, alguna que otra ocasión, un carro pasaba. Las calles estaban silenciosas y desiertas. Cada sonido era perceptible en nuestro mundo del parque. Él me confesó que su meta era ser mi novio. Yo me ruboricé al escucharlo, en el fondo esperaba que me lo pidiera. Pero quería que todo marchara a su tiempo, así que no contesté. De manera que él tomó la iniciativa de estampar un beso en mi labios, apretándome la mano. Me transmitió lo que no podía expresar. Cuando nuestras lenguas terminaron de jugar, asentí levemente. «Ya lo somos», respondí. Entonces, él sonrió y no dimos un largo beso. Era una escena totalmente ridícula y cursi, lo admito. De hecho, era lo mejor que me había pasado, por supuesto, antes de conocerte a ti. Ese año esperaba que nada arruinara nuestra relación y así fue. El primer año no presentó dificultades. Claro, dificultades para él. Para mí resultó ser un infierno… ¿No están llamando por nuestro pedido? Debes levantarte y buscarlo… No importa si pediste latas de Coca-Cola, tampoco me importaba beber Coca-Cola con sabor a chiripa. Pero en fin, tus traumas no son los míos. Después de comer, te seguiré narrando lo que ocurrió.
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