Alex Killian

3532 Palabras
A él le gustaban las buenas bebidas, nada mejor al paladar que una excelente cosecha de viñedos californianos o ingleses; su padre le había enseñado, entre otras cosas a catar el buen sabor de un Oporto o un buen vino tinto que acompañase a la perfección algún platillo digno de reyes. Más nunca, la sola idea de embriagarse le había parecido apetecible, después de todo un hombre de mundo como él con una imagen pública intachable no podía darse el lujo de caer tan bajo. Tal vez lo habría logrado en la intimidad de su despacho privado o su oficina, nadie entraba ahí sin que él lo permitiese, pero por razones en las cuales no deseaba pensar y era mejor no hacerlo, no lo necesitaba, tenía perfectamente otras formas de distraerse; sin embargo, la idea de probar era algo que nadie le podía arrebatar. Sentado en aquel sofá con el crepúsculo vislumbrándose a lo lejos, podía pensar en relajarse unos momentos mientras los empleados se preparaban para ir a casa. "K Corporation" era el legado de su padre y en su tiempo habría sido todo lo indispensable para él, pero en esos momentos ya no sabía lo que representaba; una vida llena de estudio y preocupación por seguir los dictámenes de su padre, no había conocido nunca el afecto paterno y jamás lo había necesitado o al menos eso pensaba hasta que su hijo estuvo en sus brazos. El cómo un pequeño pedazo de vida le había hecho cambiar de opinión era un misterio, logrando aceptar que había necesitado una caricia en el rostro de unas manos suaves que no trataran de golpearlo cada vez que erraba una ecuación. Cierto, había sido dotado de una mente brillante y superior, no obstante, en lugar de estudiar por gusto lo hizo por obligación de su progenitor. En ocasiones le odiaba por su severidad e impaciencia, pero en momentos catastróficos que dependían de su ingenio y habilidades adquiridas, era cuando apreciaba haber recibido tan dura y firme educación. Él no había sabido lo que era jugar a la pelota o patinar para caerse y volverse a levantar entre risas y quejidos, su infancia y parte de su adolescencia la había pasado tras los gruesos muros de la mansión y en ocasiones la corporación que hoy en día dirigía; aprender la mejor manera de hacer exportaciones o manipular mercados internaciones acarreaba enormes responsabilidades, así como también horas de estudio sin descanso, eso era lo que conllevaba ser un genio o al menos esos eran los ideales de su padre. Sorbió un poco de su bebida, pero no por ello dejo de mirar las luces que comenzaba a opacar el rojizo horizonte, todas las tardes se daba ese lujo; para el mundo era un robot, uno imparable que solo por cansancio extremo reposaba para regresar a sus labores tras unas cuantas horas de descanso. Era el diablo en los negocios, era imponente, era Alex Killian, su empresa era una de las mejores pues no solo se dedicaba a exportar e inventar nuevos productos, sino también, contaba con un sofisticado laboratorio donde los mejores médicos y científicos trabajaban para curar nuevas y mortales enfermedades. Inventos, a eso se dedicaba, a inventar cualquier cosa que el mundo deseara o necesitara para una vida más fácil, su mente creadora lo mantenía siempre al día con las necesidades y por su parte era simple elaborar un complejo circuito, chip o robot para posteriormente patentarlo y producirlo en masa. Para él, un estoico y duro sujeto que jamás sonreía a los demás, era toda la distracción que necesitaba. Su vida social estaba hecha a base de falsedades e hipocresías, la adulación de las personas dependía exclusivamente de quedar bien con él para en un futuro posiblemente pedirle unos cuantos favores que por supuesto no haría. Desde su perspectiva era un circulo interminable y necesario para aparentar "normalidad". No pudo evitar soltar una sonrisa irónica, él no era normal y eso cualquiera podía decirlo, ya sea a sus espaldas o en cualquier publicación electrónica o impresa. Tomó otro sorbo hasta que su boca se volvió amarga y decidió que por ese día ya era suficiente de tanta melancolía; así pues, se incorporó y en su lugar bebió agua, sostuvo su portafolio y guardó cosas indispensables para otra noche de insomnio y trabajo. Su ascensor privado le proporcionaba la soledad que necesitaba, incluyendo la evasión de cualquier persona que quisiera toparse con él y hablar sin sentido. Él no era parlanchín ni bromista, y mucho menos un adulador, era más bien realista y todo lo decía como era en verdad, por tal sinceridad se había ganado enemistades y desacuerdos, pero teniendo un imperio que en el mercado era el número uno y con evidentes millones en las bolsas de valores de todo el mundo, ese pequeño factor no importaba. — Buenas noches, señor. — A casa. Fue la orden que su fiel chofer recibió tras cerrar la puerta trasera de la limusina y colocarse en su lugar. En ese lugar pudo desajustar su corbata y reclinarse en el asiento con fatiga, las noches en vela y las preocupaciones que su mente guardaba le impedían conciliar el sueño, aun así, todo lo que quería era descansar un poco su cuerpo. El vehículo paró bajo la luz roja de un semáforo y él contemplo desde su posición las luces y peatones que se arremolinaban por caminar antes que el alto se efectuara para ellos; vivía en una ciudad sumamente atareada, donde era extraño no encontrarse con gente absorta en sus teléfonos, yendo a toda prisa mientras sostenía sus portafolios o un vaso de café, Nueva York era la cuidad que nunca dormía y era fácil darse cuenta del por qué. La limusina arrancó segundos después y un sonido parecido a un suspiro salió de sus labios cuando la luz de un par de enormes letreros atravesó el cristal polarizado por el cual aún miraba. — Una obra, hace mucho que no voy al teatro—  murmuró para sí mismo y en realidad así era. Su padre, un loco por las normas, sádico exjefe militar y millonario ostentoso que se daba lujos desmedidos también era partidario de las buenas costumbres y la cultura, donde como tales se encontraba la ópera, la danza o cualquier otra cosa que no eran de su agrado, pero a decir verdad amaba mirar la vida de otro sobre las tablas y dejarse llevar por una historia más que releída en su cabeza para olvidarse por unas horas de la suya; era gratificante sin duda. — No tengo vida—  dijo cuándo las luces comenzaron a desvanecerse y se adentraba a la zona alta por el camino que lo llevaría hasta su mansión. Su única vida consistía en el trabajo, después de eso en una familia que quería, pero tal vez no lo suficiente y de su gusto por el teatro ya que cuando el automóvil se detenía frente a la enorme puerta de su morada, sacaba a relucir un arte más que aprendido, uno que llevaba en las memorias y sentimientos que ya no tenían cabida en su vida. Roderick Killian, su padre, había tenido como lema la exclusión de sentimentalismos innecesarios por lo que no podía culparle cuando en el exterior la seriedad reinaba en su rostro. — Buenas noches señor, ¿tuvo un buen día? — Lo de siempre. Era el monótono y pequeño diálogo que compartía con su mayordomo para después caminar a su privado, dejar el portafolio y dirigirse hacia la planta alta, más específicamente a su habitación; era una rutina que no cambiaba, o al menos no hasta hacia unos meses, cuando la razón de ciertos cambios había llegado a su vida. Desviándose unos pasos de su destino final, abrió con sumo cuidado una puerta y pudo sonreír, algo inusual pero sincero en ese momento, al acercarse a la cuna que se situaba al centro de la habitación; con ojos brillantes y un sentimiento indescifrable admiró al adorable bebé dormir mientras sus manitas cerradas en puño se encontraban a los lados dándole a la criaturita una postura por demás tierna. — Hola Matthew ¿cómo estás?—  susurró suavemente y el infante solo se movió un poco, producto de sueños desconocidos para su padre. Con calma, sin importarle que alguien pudiera entrar y verlo, cargó al pequeño, que solo se movió lo indispensable para después descansar en los fuertes y protectores brazos de su progenitor. Alex Killian en ese instante no era un frío o descorazonado bastardo, era un joven padre que sonreía a los pucheros y muecas reflejadas en la carita de su hijo. Era un hombre de 28 años y la vida ya le había dado un cambio productivo, que a pesar de las circunstancias amaba. Tal vez Matthew significaba la recompensa que la vida le debía, se sintió dichoso y agradecido por tal obsequio que sin duda cuidaría. — Hoy papá trabajó mucho para que el día de mañana tu solo tengas que preocuparte de lo tuyo y de estudiar cuando tengas que hacerlo, continúa durmiendo, mañana ya nos veremos. Un beso sobre la frente y el aroma nato que se imprimía en sus pulmones como el mejor de los olores lo relajaron, para no importunar más el sueño de su bebé lo recostó lentamente y salió del lugar, procurando encender un par de monitores cuyos iguales se encontraban estratégicamente ubicados en aquel hogar. El pasillo iluminado le dio de lleno junto con la segunda parte de su rutina, caminó mirándose de reojo en uno que otro espejo que decoraba el pasillo. Era joven, con una edad productiva y un intelecto que había marcado un par de arrugas finas en su frente que en lugar de restarle atractivo solo hacían más que aumentar su encanto, no por nada en un top 50 de hombres mejor parecidos del mundo se veía galardonado con un séptimo lugar, el cual podría ser más alto si tan solo sonriera y mostrara amabilidad a otros, aunque eso a él no le importaba a pesar de que muchos envidiaran su pulcra cabellera castaña, con un tono achocolatado y aquellos zafiros que en ocasiones lograban matar con una mirada. Sin embargo, la vida le fue injusta, la misma le había hecho una sucia jugarreta... Tomando aire antes de empujar la puerta, se permitió recordar un poco de eso que siempre le asaltaba cuando menos lo imaginaba, o lo quería. Serena siempre le pareció demasiado para este mundo, dulce, comprensiva, con un cartel en el pecho que dictaba: "Consejera y experta en toda clase de problemas; si quieres ayuda, solo búscame". En resumen, ella era la clase de persona que es buena con todos y que recíprocamente recibe lo mismo; le parecía linda, no una de esas bellezas de pasarela, sino bonita a su modo, con todo y bondad incluida. (POV Alex) La primera vez que la vi, me topé con ella en uno de los pasillos de la Universidad, acababa de tener una discusión con Oliver, seguía empeñado en que la idea de estudiar era una pérdida total de tiempo para el eminente empresario que ya era desde ese entonces, de nada me servía lo que unos inútiles tratarían de "enseñarme". Estaba en mis 22 años y aunque Oliver tenía razón, eso no me impidió hacer mi voluntad y de paso hacer rabiar a quien no estaba de acuerdo con mi decisión; tal vez, ese era el gusto que me hacía levantarme temprano y viajar todos los días a las instalaciones universitarias. Recorriendo los corredores fue que la muchacha pelirroja de ojos castaños chocó contra mí y al igual que una hoja al viento, cayó al piso sin remedio. Jamás he sido ejemplo de cortesía y mis apodos de grosero o idiota habían estado presentes constantemente, pero algo en ella que me recordó a... a alguien más, por lo que sin pensarlo le tendí la mano a modo de falsa disculpa. — Lo siento, no miré por donde caminaba—  se excusó y deduje inmediatamente que ella no era universitaria, era demasiado pequeña e ingenua para ello. — Ten más cuidado la próxima vez. Había sido su culpa, ¿Por qué decir algo más cuando no me apetecía? — S-sí, tienes razón—  tartamudeó esperando una mejor muestra de cortesía, no obstante, su sonrisa no desapareció y cuando pretendía alejarme de ella, me detuvo. — Disculpa que vuelva a importunarte, pero... ¿podrías indicarme dónde se encuentra el teatro de la universidad? Definitivamente un desastre tras otro y como jamás me ha gustado ser guía turístico así se lo hice saber. — No sé. — Es que... estoy buscando a mi hermana—  expresó sin inmutarse ante mi cruda respuesta; era una de las pocas personas que había soportado mi frío aire superior. — ¿Y yo que diablos voy a saber dónde se encuentra tu hermana? — No, pero sé que sabes dónde está el teatro. Lo admito, me desesperó completamente con su actitud de mártir en desgracia y terminé por indicarle el camino preciso, era eso o continuar escuchándola hablar de cosas que me tenían sin cuidado. — Eres muy amable, espero poder verte otra vez—  dijo despidiéndose con la misma actitud que tenía desde el principio. La miré alejarse y sonreí a su incredulidad, obviamente no me conocía y sus palabras no se harían realidad nuevamente... más que equivocado estaba, si hubiese sabido lo que tiempo después descubrí, hubiese dado todo por jamás haberle tendido la mano. (Fin POV Alex) — ¡Llegaste! El feliz recibiendo le hizo asentir con la cabeza mientras dejaba el saco y la corbata en una silla cualquiera. — Hola— saludó sin expresión, como era costumbre. — ¿Qué tal tu día?—  cuestionó ella, recibiendo un beso efímero en la frente, lo que terminó sacándole una inmensa sonrisa. — Como siempre. — Alex ¿por qué nunca es bien o mal? — Ya te lo he dicho Serena, para mí todo es igual. La muchacha suspiró, aunque no por ello se desanimó, ese día había tenido mucho por lo cual sentirse feliz y sabiendo como era de sobra el carácter de su esposo terminó por no darle importancia. — Hoy vino July—  informó sin poder retener la noticia por más tiempo. — Sí, se nota que eso te ha alegrado un poco. — ¿Poco? ¡Mucho!—  exclamó la joven, hablando en un tono más elevado de voz para que el ojiazul la escuchara desde el vestidor. Alex no necesitó mirar el rostro de su mujer para saber el brillo que poseía, lo que él no pudo hacer en un año entero, la rubia lo había hecho en pocas horas, he ahí la diferencia que no se esfumaba. — ¿Quieres saber de qué hablamos?—  indagó Serena respirando profundamente y calmando el acceso de tos que su algarabía había ocasionado. — Si procuras no esforzarte demasiado, seré todo oídos. Killian salió del vestidor con ropa mucho más cómoda, prestando total atención a lo que su sonriente esposa le comentaba. Serena por su parte apreciaba que la escuchara, era tan bueno con ella y no podía sentirse más feliz. — Pues... ya terminó la universidad. — ¿Enserio? Al fin se cansó de viajar por ahí y terminó su carrera, debería darse de topes contra la pared para saber si no le falta una que otra neurona. — Alex, no seas malo con ella—  dijo haciendo un puchero, conociendo lo esmerada que era July, aunque a veces era poco atenta para tomar clase. — Solo digo lo que es—  se excusó el ojiazul tomando asiento frente a la chica quien permanecía recostada en la cama. — Bueno, ya, continuaré con lo que me dijo. Alex pasó una hora escuchando lo maravillosa que era Julianna Wells en esto y aquello, así como las remembranzas y los nuevos sueños que la rubia tenía para su vida. Si su esposa era feliz hablando de quien por un año la hizo llorar, él escucharía atentamente y sin rechistar, lanzando de vez en cuando alguna burla sobre la rubia, al mismo tiempo que permitía que Serena se explayara en toda la extensión de la palabra. Por eso cuando ella terminó, esperó el veredicto de su cónyuge que se concentraba fieramente en no recordar algunas cosas y que además no permitía dejar por completo a la vista. — ¿Y bien? ¿qué opinas? — No mucho, ¿qué tendría yo que opinar sobre la vida de tu hermana? — Alex... ¿empezarás de nuevo?, al menos dime algo sobre lo que te acabo de contar. Killian se levantó dejando el tema de lado y se dispuso a arropar a la joven, que entre molesta y feliz le miraba desde su posición. — Ha sido un día agitado, mejor descansa. — ¿Vas a seguir trabajando? — Me temo que sí. El suspiro frustrado de su mujer le hizo ver a Alex que ella quizá tenía otros planes, pero él no podía romper los suyos, ya lo había hecho una vez y eso era algo que aún no se podía perdonar del todo. Apagando la luz se encamino a la puerta y antes de salir terminó lo que tenían pendiente. — Creo... creo que tu hermana tiene muchas cualidades, tendrá un buen futuro... buenas noches Serena. — Buenas noches Alex. La puerta se cerró y la chica sonrió al saber que su marido en realidad no tenía mala voluntad para con su hermana, sin embargo, la excesiva tristeza que inundaba a July la había inquietado de sobre manera, mucho más cuando la vio cargando a su hijo. — Tal vez son cosas mías, mañana le diré a Alex que Matt ya conoce a su tía. Con algo de fatiga Serena Killian se acomodó sobre la cama para descansar un poco, un día lleno de emociones solo podía terminar así y aún faltaban muchos más por vivir. Por otro lado, como cada noche Alex llegó hasta su estudio, el cual se había convertido en su refugio personal e infalible, ahí, sentándose tras su escritorio pudo sonreír minúsculamente e imaginar con mucha más nitidez lo que su esposa hace unos momentos le menciono. — Sí, tiene todo para un buen futuro, no obstante, para su mala fortuna ella... La diminuta sonrisa se esfumó de sus labios al saber que el alma que alguna vez creyó inexistente se encontraba dolida, no podía dejar de fingir algo que por siempre lo atormentaría. * * * Gabriel era la clase de muchacho pulcro y obsesivo, que seguía al pie de la letra todo lo que hacía, hijo de padres ingleses, se había apartado del seno familiar para hacer su vida y al final lo había logrado; descendía de una familia de clase media baja y al tener ahora capital estable enviaba a Londres alguna ayuda económica, que si bien agradecían en realidad no pedían, un hijo ejemplar y modelo, aunque en ocasiones su manera de ser ofuscaba a varias personas. La pantalla en la laptop mostró un par de perfectas graficas que guardó para evitar inconvenientes, como los que July solía crear por accidente. Reclinándose en la silla evocó la imagen de su compañera de piso: juguetona, optimista, brillante como el sol, así era la personalidad de su amiga, una que marcadamente contrastaba con la suya. ¿Por qué la había elegido como compañera? En realidad, no lo sabía, pero le alegraba estar acompañado, aunque fueran escasas las horas que permanecía en casa. — Tonta July—  murmuró recordando que aún le debía una USB, la suya había terminado como atrancador de puerta, y de paso le dio una estúpida excusa que propició una explosión mucho más fuerte que cualquier erupción volcánica. July era tan ocurrente como sonriente y su carácter bien le valía amistades, pero también enfados. Manteniendo la imagen de la rubia miró el reloj, eran 11:30 pm y aun no aparecía, posiblemente se había ido de juerga con algunos amigos del teatro, sin embargo, July jamás llegaba tarde a casa sin avisar o romper alguna de las reglas que explícitamente había impuesto a la hora de vivir con ella y que había pegado en la pared, para que no se le olvidaran. — Es una torpe imposible—  susurró volviendo a lo suyo. Exactamente después de eso la puerta se abrió, rebelando a la chica en la mente de Gabriel. — Te deje una caja de Chop Suey junto con otra de Arroz frito en el refrigerador, si vas a calentar algo te imploro que mantengas limpio el microondas. — No tengo hambre. ¿Eh? Esperen un momento, que July no quisiera dormir por solucionar problemas con las obras teatrales era pasable, que prefiriera cereal a cocinar algo debido a la pereza, también era pasable; pero, que no tuviera hambre en realidad era alarmante. Por ello Gabriel despegó su verdosa mirada de la pantalla y la posó sobre la rubia, que solo repitió su decisión de no comer y se encerró directamente en su habitación. — Hay que ver— se levantó para dirigirse hasta donde estaba su compañera —¿July, estás bien?
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