Este día se perfilaba como uno de los más humillantes de mi vida. La idea de ser puesta en ridículo me llenaba de rabia y ansiedad. Todo comenzó cuando entré al colegio junto a Karina, mi amiga, charlando sobre mi reciente ruptura con Iván, buscando consuelo en su compañía.
—Al fin terminaste con ese patán — Me comentaba Karina mientras caminábamos.
—Sí, ya me hartaba Iván— respondí, sintiéndome aliviada de haber dejado atrás esa relación.
Pero lo peor estaba por venir. Al abrir la puerta del salón, me encontré con una imagen impactante: Iván besándose apasionadamente con mi actual amiga, Fabiola.
Me quedé sin aliento.
—Trágame tierra— pensé, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza.
—Fabiola— la llamé, mi voz resonando con incredulidad.
—Iván ya es libre— respondió Fabiola, sonriendo con una malicia que me hirió.
La humillación me invadió por completo.
"Me vieron la cara de estúpida" pensé, intentando procesar lo que veía. Estaba en estado de shock mientras lidiaba con la traición de mi exnovio y mi amiga.
—Sí, tú no me das lo que necesito, Fabiola sí puede— declaró Iván con arrogancia, agudizando aún más el dolor que sentía.
La ira y la tristeza se mezclaron en mi interior.
—Son de lo peor, la zorra y el traidor— murmuré, sintiendo cómo la rabia me embargaba. Sin pensarlo, golpeé a Iván con todas mis fuerzas, liberando parte de mi frustración acumulada.
—¡Vete! Estás haciendo el ridículo— me humilló Iván, mostrando su falta de empatía.
A pesar de mi dignidad herida, decidí alejarme. No quería hacer más escándalo del que ya se había creado. Salí del salón, pero una vez fuera, las lágrimas brotaron de mis ojos. La humillación y el dolor eran abrumadores. Me sentía traicionada y devastada por lo que había presenciado.
Esa tarde, llegué a casa esperando que la situación mejorara. Sin embargo, me recibió otra sorpresa: la presencia de un guardaespaldas. Lo que creía que era una broma se convirtió en una incómoda realidad.
—Él es Aníbal, tu guardaespaldas— presentó mi padre.
No pude evitar mirar al hombre con un gesto de desaprobación. Era un hombre de la edad de mi padre con una tremenda cara de limón.
Me dirigí al gimnasio para despejarme, vistiéndome con un top n***o y un short del mismo color. Estaba con Karina, haciendo ejercicio y tratando de dejar atrás el caos emocional que había vivido. Sin embargo, no pude evitar sentir que alguien se acercaba.
Un hombre entró en mi campo de visión. Era musculoso, de tez clara, con cabello oscuro y unos ojos verdes intensos que parecían penetrar en mí. Tenía tatuajes en las manos y en el cuello, lo que solo acentuaba su apariencia jodidamente sexy, aunque claramente era mucho mayor que yo, al menos trece años. Me miraba con una intensidad que me hizo sentir expuesta, como si me estuviera evaluando de arriba a abajo.
—Hola, Alexa Ruiz Blanco— pronunció el hombre, su voz resonando con una seguridad que me incomodó.
Me acerqué con cautela, sintiendo una duda persistente. —Sí, ¿te conozco?— pregunté, tratando de identificarlo mientras mi mente intentaba descifrar su intención.
—No, soy Brandon, un amigo de tu padre— respondió él, y su tono cargado de insolencia me hizo fruncir el ceño. Su mirada me recorría de nuevo, como si realmente disfrutara de lo que veía.
—Sí, ¿no eres muy joven para ser amigo de Francisco?— cuestioné, intentando comprender cómo alguien tan joven podía tener ese tipo de relación.
Brandon ignoró mi pregunta y mantuvo su mirada fija en mí. La incomodidad se apoderó de mí, y, por primera vez en mucho tiempo, me sentí nerviosa. No era algo que me sucediera a menudo.
—Envíale saludos de mi parte, preciosa— dijo mientras dejaba un beso en mi mejilla. Su cercanía y la forma en que lo decía me hicieron sentir vulnerable, despertando sospechas que no podía ignorar.
Al girar la cabeza, noté la llegada de dos hombres a la distancia. Eran grandes y tenían una apariencia amenazante, como si estuvieran siguiendo a Brandon. Esta situación anormal en el gimnasio elevó aún más mis alarmas.
—Es por seguridad, muñeca— explicó Brandon de manera enigmática, como si eso pudiera calmar mis inquietudes antes de alejarse.
Karina, que había estado observando toda la escena, se acercó mientras tomábamos agua.
—¿Qué fue eso?— preguntó, su mirada llena de curiosidad y preocupación.
—No lo sé, pero no me gusta— respondí, sintiendo cómo la incomodidad persistía en mi pecho. —Es amigo de mi padre, pero... algo no encaja.
Karina asintió, mordiéndose el labio. —Tal vez deberías decírselo a Francisco.
—No, sé — dije, recordando su reacción tensa al mencionar a Brandon. Pero una parte de mí sabía que no podía ignorar la creciente sensación de peligro que me acechaba.
La jornada continuó, pero la inquietud no me abandonó. Sabía que debía estar alerta, y la mirada de Brandon seguía grabada en mi mente.