SACANDO SUS GARRAS

1479 Palabras
*VALERIA* La situación económica era precaria, y el miedo a lo que podría venir era una sombra constante. A pesar de eso, mis sueños seguían vivos en mi corazón. Soñaba con un futuro donde pudiera ayudar a otros a escapar de las garras de la violencia y la injusticia. Quería ser la voz de aquellos que, como mi abuela, habían sufrido en silencio. Quería cambiar el rumbo de nuestra historia familiar, alejándome del legado de dolor y desesperación. Sin embargo, mi legado pesa. Quiero huir de todo eso, dejar atrás el pasado sangriento, quiero ser normal, con familiares normales, que viven de un salario y que trabajan honradamente. No obstante, mis tíos se encargan de que no la pasemos nada bien, son desgraciados porque se llevan de encuentro a su propia madre. —Abuela, quiere comer. —Pica frutas, por favor. —Claro, ayer le compré esta hermosa sandia. Me quedé a su lado platicando y comiendo, y ella no pierde la alegría a pesar de los sinsabores que le ha dado la vida. La muerte siempre le ha rodeado. La noche se tornó más fría, y la habitación se llenó de un silencio que era a la vez reconfortante e inquietante. Las sombras danzaban en las paredes mientras recordaba los momentos en los que mi abuela me había contado historias de la familia cuando era unida. Cada relato era una lección de vida, un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hubo apoyo, cosa que ahora se desea. Al día siguiente, me levanté como todos los días, llena de energía. La vida era un viaje lleno de altibajos, pero con amor y determinación, podíamos enfrentarnos a cualquier adversidad. Y así, con la mano de mi abuela sujetando la mía siempre, me comprometí a luchar por nuestros sueños. No solo por mí, sino por ella y por todos aquellos que habían perdido la esperanza. La lucha apenas comenzaba, y yo estaba lista para enfrentarla. El día había comenzado como cualquier otro, envuelto en la rutina habitual que solía ofrecerme una sensación de normalidad. Sin embargo, en el fondo, una sombra se cernía sobre mi corazón: la salud de mi abuela había empeorado drásticamente. Cada respiro que tomaba era una agonía, un recordatorio constante de lo frágil que era la vida. El dinero que teníamos en casa era escaso y no alcanzaba para cubrir los costos exorbitantes del tratamiento que necesitaba. La impotencia se apoderaba de mí, y sabía que no tenía otra opción que recurrir a mi tío, esa figura familiar que siempre había estado presente en nuestras vidas, aunque su apoyo no siempre fuera el que esperábamos. El camino hacia la oficina de mi tío estaba lleno de pensamientos sombríos y preocupaciones. La incertidumbre me envolvía y cada paso me acercaba a una confrontación difícil. Al llegar, la secretaria me recibió con una mirada que anticipaba el conflicto y, en un tono mecánico, me informó que mi tío no quería recibirme. La frustración y la ansiedad me provocaron temblores, pero no podía rendirme, especialmente con la vida de mi abuela en juego. Con determinación, empujé la puerta y entré en su despacho sin pedir permiso. —Tío, necesito hablar contigo, así que tienes que recibir —dije, tratando de mantener la calma en mi voz, aunque cada palabra era un esfuerzo monumental. Él me miró con desdén, apenas levantando la vista de su escritorio repleto de documentos y asuntos pendientes. Su indiferencia era un golpe en el estómago. —Valeria, estoy ocupada. No tengo tiempo para tus problemas, ven otro día —respondió fríamente, como si mi angustia no fuera más que un ruido de fondo en su vida. La ira me consumió al escuchar sus palabras. Caminé hacia él, decidida a no dejar que me ignorara como siempre lo hace. Sentía que el corazón me latía con fuerza mientras la frustración burbujeaba en mi interior. —¡Mi abuela está muy enferma! Necesito dinero para su tratamiento. No puedes seguir fingiendo que no existimos —le grité, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos, cada una de ellas un testimonio de la desesperación que me invadía. Mi tío suspiró, visiblemente irritado por la interrupción. Sin embargo, su expresión no mostraba ni un atisbo de empatía. —Valeria, sabes que ya no estoy a cargo de los negocios, tú renunciaste a este mundo, ahora no vengas a suplicar por lo que renunciaste tú misma. Si necesitas dinero, deberías buscar a alguien más. No puedo ayudarte; mi madre fue clara con nosotros: no quería nuestro dinero sucio —dijo, despojándome de la esperanza con su desdén. No podía creer lo que estaba escuchando. La desesperación y la rabia se mezclaban en un torbellino de emociones en mi interior. Mi abuela, esa mujer que había dedicado su vida a cuidar de él y de todos nosotros, ahora estaba en una situación crítica, y mi tío parecía estar dispuesto a dar la espalda a su sufrimiento. —¿En serio? ¿Así de fácil nos das la espalda? —le espeté, sin importarme las consecuencias de mis palabras. La indignación ardía en mi pecho—. Mi abuela te ha cuidado desde que eras un niño. Le debes todo. No puedes desentenderte ahora. Mi tío frunció el ceño, y por un momento, la tensión en el aire se volvió palpable. Sus ojos se encontraron con los míos, y pude ver un destello de duda. Finalmente, después de unos segundos que se sintieron como horas, asintió con resignación. —Está bien. Te daré el dinero que necesitas, pero no vuelvas a pedírmelo. Esta es la última vez —dijo, sacando un fajo de billetes de su escritorio, como si estuviera entregando algo sucio. Lo tomé con manos temblorosas, sin saber si debía agradecerle o maldecirlo por su indiferencia. La mezcla de alivio y resentimiento era abrumadora. —Gracias, por nada —dije finalmente, antes de darme la vuelta y salir de su oficina, sintiendo que cada paso era un eco de mi frustración. Mientras caminaba de regreso a casa, el alivio de haber conseguido el dinero se mezclaba con la tristeza y la frustración. Cada billete que tenía en la mano representaba no solo una solución temporal, sino también un recordatorio de la frialdad y la distancia que había marcado la relación con mi tío. La vida no siempre era justa, y las personas no siempre eran lo que esperábamos. Al llegar a casa, encontré a mi abuela sentada en su silla favorita, envuelta en una manta. Su rostro, aunque marcado por la enfermedad, aún conservaba esa luz que siempre había iluminado nuestro hogar. La vi sonreír débilmente al verme entrar, y su mirada me llenó de una mezcla de amor y tristeza. Sabía que estaba sufriendo, y mi corazón se partía en mil pedazos al pensar en su dolor. Voy a ponerme la máscara de la felicidad. —Mi querida abuela, aquí esperando a que llegue la nieta. —¿Dónde estabas? Tardaste mucho, ya me estaba preocupando. —No pasa nada, me entretuve. Con el dinero que había conseguido, pude cubrir los costos de sus medicamentos y asegurarnos de que tuviéramos suficiente comida para el mes. Mi trabajo de medio tiempo en la cafetería no era mucho, pero con eso lograba pagar mis libros y los gastos básicos. Aunque asistía a una universidad pública, siempre había gastos imprevistos que podían desestabilizar nuestra frágil economía. Cada centavo contaba, y la presión de mantenernos a flote era abrumadora. —Deja de gastar en mí. —Eso nunca, usted es lo más importante para mí. —Tuve que hacer algo bueno para tener una nieta como tú. —Esta nieta es filial, así que no tenga miedo. Esa noche, mientras me preparaba para dormir, no podía evitar pensar en el futuro. La imagen de mi abuela, luchando por cada respiro, me mantenía despierta. Sabía que debía seguir luchando por ella y por mí misma, sin importar las dificultades que enfrentara. Mi vida había cambiado en un instante y, aunque me sentía perdida, una chispa de determinación comenzó a brillar en mi interior. Al día siguiente, decidí que no podía quedarme de brazos cruzados. Comencé a buscar otras maneras de obtener ingresos. Hablé con mis compañeros de la universidad, quienes me recomendaron trabajos alternativos, desde dar clases particulares hasta vender artesanías. La idea de tener más control sobre nuestra situación me llenó de esperanza. En medio de la adversidad, decidí luchar por el bienestar de mi abuela y un futuro mejor para ambas. La vida era dura, pero estaba dispuesta a enfrentar cada desafío con valentía y determinación. Reconocía los sacrificios que mi abuela había realizado por nuestra familia, y era mi turno de retribuirle. Con cada paso que daba, me acercaba a nuestro objetivo: una vida donde el amor y la salud fueran prioritarios sobre el dinero.
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