Prólogo
— Marta — la señora Valderrama hizo presencia en la cocina donde se encontraba el personal de servicio, apenas entró se dirigió hacía mi abuela.
El estruendo de sus tacones sobre el piso de cerámica de la cocina hizo que toda la servidumbre se pusiera alerta. Su cabello estaba un poco despeinado y su labial un poco corrido, pude notar que su vestido estaba un poco torcido y le faltaba un arete. Me sorprendió un poco su apariencia ya que estaba en la boda de su hijo y digamos que Beatriz Valderrama no era una mujer que descuidará su apariencia, mucho menos ahora.
— Dígame señora — mi abuela respondió a su llamado colocándose frente a frente con ella.
— ¿Por qué hay tanto alboroto afuera? ¿Dónde está mi hijo? — la cara de confusión en la cara de la señora Beatriz no era de preocuparse, todos estábamos igual que ella.
— La señorita Jenna no se ha presentado aún, tiene 3 horas de retraso. Usted debería saberlo — la cara de la señora Valderrama se transformó por completo, lucía muy confundida y justo en ese momento algo en mi cabeza hizo click y entendí que ella no había estado en este lugar por lo menos en las últimas 2 horas.
— ¿Cómo así? ¿Dónde está mi hijo? — su cara de preocupación se fue transformando a algo más como una de desesperación, si señora, han dejado plantado a su hijo.
— Me pareció verlo entrar a la biblioteca hace un rato — me atreví a hablar, ambas miradas se posaron en mí y noté un poco de alivio en la cara de la señora Valderrama.
— Señora Beatriz, venga, tome asiento y se toma un té, para que se relaje un poco. Nicolle, ¿puedes ir a buscar al joven Alex? — habló mi abuela. Asentí y salí de la cocina en busca del joven Alex.
Caminé por todo el pasillo que me llevaría al salón principal en el cual se encontraba todos los invitados de la boda, cotilleaban entre ellos, ¿y como no? si la novia había dejado plantado al novio. Algunos se estaban retirando del salón hacía la salida de la gran mansión, otros estaban deleitándose de la gran mesa de banquete que estaba a los laterales del salón y el resto simplemente cotilleaban entre ellos, esperando a que algo pasara.
Crucé el gran salón y empecé a subir las escaleras hasta el segundo piso, cuando llegué giré a la derecha y caminé por el gran pasillo que me llevaba a la biblioteca del joven Alex, estaba segura de que estaba ahí, hace un rato lo ví entrar. Una vez frente a la puerta di dos ligeros toques, como era de esperarse no recibí respuesta, espere unos segundos y volví a tocar esta vez un poco más fuerte, nada, suspiré, di un paso adelante y coloqué mi mano en la manija abriendo la puerta lentamente, asomé un poco mi cabeza, di una mirada por la biblioteca y efectivamente ahí se encontraba, de espalda, recostado del escritorio, con un vaso de whisky en su mano derecha, a mi parecer ni siquiera se había dado cuenta de mi presencia, abrí un poco más la puerta con confianza y di otro pequeño paso hacia adelante
— Joven Alex su mamá le está buscando — apenas y pude decir, el ambiente estaba muy tenso, noté como Alex apretaba su mano izquierda en un puño y volteó frente a mí, me miró de pies a cabeza, sus ojos estaban llenos de furia e indignación ¿Y cómo no? si su adorada Jenna lo había dejado plantado el día de su boda, después de tantos años planificando este día. Tiró su vaso de whisky contra el piso y dio un fuerte golpe con su puño sobre el escritorio, seguido a eso apoyó sus dos manos y empezó al respirar pesadamente.
—Dile que no sabes dónde estoy, no quiero ver a nadie— dijo en un suspiro, noté decepción, dolor, odio, furia, en su tono de voz. Lo entendía, era muy fuerte la situación, imagina que te dejen plantado el día de tu boda. Me atreví a dar más pasos hacia la biblioteca y me adentré por completo, no sé qué estaba pretendiendo hacer, llevo conociendo a Alex a desde hace muchos años, me atrevo a decir que desde muy pequeña y tentar a un Alex furioso es como firmar una sentencia de muerte, pero quería ayudarle, quería hacerle sentir mejor a pesar de que sabía que era algo imposible.
—¿Puedo servirle en algo más? — sinceramente no sabía ni cómo comenzar un diálogo con él sin que se enfureciera o de pronto se me saliera algo que podría provocar a la bestia interior, pero como diría mi abuela el que no arriesga no gana.
—No Nicolle, puedes irte — trataba de sonar tranquilo, pero era algo imposible, su voz estaba tan tensa que por un momento me hizo temblar, sin embargo, me mantuve firme, sé que se sentía solo, toda su vida se ha sentido solo.
—¿No cree que a lo mejor se le pudo haber hecho tarde? —me quise dar una cachetada por la estupidez tan grande que acabo de decir, pero no se me ocurría algo más para romper el hielo, aunque definitivamente con eso no iba a romper nada.
—Dije que te fueras Nicolle ¿acaso no oyes? — sentí miedo, no sé qué estaba tratando de hacer, mi abuela siempre me decía que no me metiera en problemas que no eran míos, pero sinceramente eso es lo que más he hecho desde que tengo uso de razón.
Me quedé estática unos segundos esperando que dijera o hiciera algo, quería ayudarle, pero sinceramente me da mucha pena, no creo que nadie lo pueda ayudar, está destrozado, Jenna es su gran amor, salen desde que eran unos adolescentes y justo hoy que finalmente se iban a casar, ella lo dejó.
—Nicolle que te largues ¡acaso no oyes! — esta vez lo dijo en un tono más fuerte, me dejó estática donde estaba, me miró fijamente, sus ojos estaban envenenados, no estaba pensando con cabeza fría, sabía que era capaz de cualquier cosa y sentí mucho miedo, así que di media vuelta y empecé a dirigirme hacia la salida de la biblioteca, escuché sus pisadas fuertes tras de mí así que acelere mi paso, pero él aceleró más sus pisadas, cuando por fin logre tocar la manija de la puerta sentí la mano de Alex en mi muñeca y le dió giro a mi cuerpo entero, quedando cara a cara.
—Ya me voy, ya me voy, por favor suéltame — fue lo primero que salió de mi boca y es que sus ojos me daban tanto miedo que solo quería salir corriendo de regreso a la cocina, me arrepentí completamente de querer ayudarlo a pesar de que no hice nada, sinceramente tenté mucho mi suerte, pasó su suave mano por toda mi cara con delicadeza, detalló cada centímetro y finalmente me miró directo a los ojos.
—Cásate conmigo.