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2056 Palabras
Katherine La carretera cada vez se hacía más pequeña y pintoresca. Adoraba muchísimo las calles en primavera cuando parecía que todo estaba despertando, pero en Vancouver era aún más notorio y se lo mencioné muchas veces a mi copiloto porque estábamos de acuerdo. Ella dijo algo sobre lo mágico que le parecía el hecho de que una máquina podía capturar un momento y pensé en que eso fue lo primero que me maravilló cuando era niña. Manejando ahí, por primera vez en otro país, comenzaba a entender las cosas o, mejor dicho, a no entenderlas. Ahora no quería hacerlo, prefería pensar que solo había cosas mágicas e inexplicables que se hacían corrientes cuando las pensabas rebuscadamente. Una de ellas era Dilara y la miré de reojo cuando dejó de lado la cámara para dar todo el volumen y así escuchar Cheerleader de Omi. Aplaudió y yo la canté a todo pulmón dando palmadas sobre la bocina del auto sin perder el ritmo. Luego ella se unió a mi canto y me hizo reír su tono desafinado, pero de todas formas le celebré su intento: yo tampoco era la mejor cantante. Era el segundo día y, al mismo tiempo, el penúltimo en Vancouver. Ni siquiera los sentí, me había pasado horas en la carretera, durmiendo en el asiento trasero del Jeep de Ronan y consiguiendo comida mientras Dilara llenaba el estanque. Y no, no estaba cansada ni un poco. Muchas veces teníamos la música de fondo. En esas horas de seguro habíamos escuchado al menos veinte canciones porque las otras fueron ignoradas por las fluidas conversaciones que teníamos. Dilara era una chica de familia. Todo era por y para ellos porque así funcionaba su felicidad: viendo felices a quienes amaba. Me regañó cuando le conté sobre mi madre y sobre cómo nos tratábamos e inmediatamente me molesté porque ella no tenía idea. Aún así, tenía idea de otras vidas, de problemas mayores a los míos y de personas que preferirían tener a una madre regañándolas en lugar de haberla perdido. Probablemente no podía entenderme porque su madre era un encanto, pero si me hizo entender lo estúpida que era ahogándome en un vaso de agua. También supe que había amado hasta ser lastimada, pero eso jamás fue un impedimento para volver a amar. Incluso anoté mentalmente algo que dijo: En el amor puedes cometer todos los errores posibles e incluso repetirlos. Siempre es diferente, siempre es nuevo. Nadie es un experto en amor o relaciones. A veces solo hay que dejar que las cosas pasen, no pensarlas más de una vez. Durante cada segundo en la carretera más maravillada estaba con ella sus gustos, pasatiempos y forma de ser. Todo era tan parecido a lo que yo quería para mí, pero la gran diferencia era que ella vivía y hacia las cosas que quería, no estaba estancada como yo, siempre con miedo a volar. La conversación fluyó increíblemente bien hasta después de ese mediodía cuando ella quiso saber de Devora y yo quise lanzarme del auto por haberla olvidado por tantas horas siendo que era mi tema favorito. Pero me costó tanto hablar de ella. —Bueno, nos conocemos hace más de un año—miré mi mano en donde el anillo parecía juzgarme. Me repetí que no era un tema de tiempo, sino de conexión. No debía avergonzarme por la velocidad que llevábamos—. La amo. Cuando lo dije me volteé a verla y estaba mirándome sin sorpresa alguna. Siguió masticando su emparedado sobre el capó del auto y yo me distraje en los árboles. — ¿Se van a casar? —volví a mirarla, pero solo la vi viendo mi anillo. Asentí—. ¿Cuándo? —Aun no ponemos una fecha, esto es un anillo de Ilusión—ella me levantó las cejas y le sonreí—. Es una tradición en su país natal... —Una latina ¿Del sur? —sonreí nuevamente y asentí aliviada cuando Dilara pasó a segundo nivel y se hundió bajo toda la belleza interna y externa de mi novia. Gracias Dios de los gays —. Es muy pronto de todos modos. Nos miramos unos segundos y le fruncí el ceño. Me había dado cuenta de que disfrutaba mucho verme haciendo eso y tener temas en los cuales podíamos contradecirnos mutuamente. —No tiene nada que ver con el tiempo: cuando lo sientes, lo sientes. —Estoy muy de acuerdo—se acercó lentamente hacia mí y me acorraló contra el capó. Mi respiración se agitó al igual que mi corazón y traté de no mirar sus ojos, pero era difícil teniéndolos tan cerca—. Muy de acuerdo. Me sonrió y se pegó contra mí. En ese medio segundo yo estaba por confundirme con un charco de agua, pero traté de lucir en control porque ella lo estaba y toda esa movida solo era para alcanzar una lata de bebida que estaba a mis espaldas. El resto de la tarde algo me decía que estaba mal seguirla, sonreírle tanto y mirarla de forma tan meticulosa, pero no podía evitarlo. Me estaba arrastrando como la corriente y entendí por qué nos llevamos bien tan rápido y lo había dicho yo misma. Cuando lo sientes, lo sientes. Mis propias palabras me dejaban un sabor amargo en la boca y no podía imaginar cómo volvería a casa y mirar los ojos de Devora sin recordar cómo los ojos de Dilara me hicieron sentir durante todo ese viaje. La miré de lejos cuando compraba el café que llevaríamos al popular parque Pacific Spirit que era muy conocido por su belleza natural. Lo confirmé al llegar. No había nada más que grandes árboles, silenciosos senderos y una vista increíble de las montañas. Lo único que despintaba éramos nosotras en la entrada, a unos metros de auto del cual salía una relajante canción en francés que juraría sonó más de una vez en la carretera. Era el último punto en nuestro itinerario y era mi clase de lugar, pero a pesar de lo maravillada que estaba, solo tomé una foto. Los nervios me estaban superando y también la pena porque sería la última vez que vería a Dilara. —Es como el típico lugar en donde hay abducciones extraterrestres o aparece un Yeti de los bosques—me miró con curiosidad y me encogí de hombros—. Sería interesante ver uno. —Tal vez podamos atraerlos. Afirmé una linterna mientras ella afirmaba otra y caminamos hasta donde el sendero terminaba y un pequeño riachuelo marcaba más el incómodo silencio entre ambas. —Muchas gracias por mostrarme la ciudad, Dilara—pude divisar su rostro gracias a la poca claridad que quedaba luego del atardecer—. Ha sido increíble. —Gracias por dejarme cumplir mi sueño frustrado de ser guía turística—su sonrisa brilló en la oscuridad y luego se inclinó para dejar su linterna en el suelo. Una vez frente a mis ojos, dejó de sonreír—. Me gustaría decir que lo siento... — ¿Qué cosa? Sus manos se deslizaron rápidamente por mi cabello y sus labios se juntaron lentamente con los míos y en un par de horas estaría llorando por eso, pero le respondí. Sus labios eran más delgados y parecían cubiertos de pétalos de rosa. Quedaban tan bien con ella y con la forma en que me besó, sin prisa y sin miedo. Dejé que mis manos recuperaran movilidad y la sostuve de la cintura. Su lengua se estaba moviendo con lentitud e intensidad al mismo tiempo y supuse que siempre lo hacía así, pero que ella no tenía idea lo que causaban en mi esos besos. Las linternas se apagaron y el volumen de la música bajó. La única música que podía oír era la voz de Dilara susurrando a mi oído que nadie tenía que saberlo, que lo dejaríamos ahí, en el asiento trasero del auto de mi padre y no accedí a ello, pero tampoco me negué. Me recosté en el asiento y cerré los ojos cuando sus labios rozaron delicadamente mi cuello y mis piernas se envolvieron en su cintura presionándola contra mí. Mi mente estaba perdida en su tacto y en la expectación de su mano bajando por mi abdomen. Una vez que estuvo entre mis piernas mis dedos jugaron con el borde de su blusa, pero mis oídos se liberaron de toda esa niebla. Podía escuchar muy bajo la radio, el agradable ritmo y la hermosa letra, pero ya no era una canción de The Fray, ahora era Look After You cantada por la gloriosa voz de Devora en las mañanas, cuando cantaba para mí y luego me hacia el amor igual de gloriosamente. Aparté a Dilara y casi me pegué a la puerta del auto. Mi cuerpo aún no se recuperaba de ese momento, pero no podía seguirlo. Le había entregado todo mi ser a Devora, no a esa chica con la que tuve una conexión inmediata. Mi conexión con Devora sería de por vida. Dilara me miró a los ojos, con su respiración agitada y sus labios hinchados. Lucía sorprendida y preocupada, pero aun podía ver que me deseaba y que podía convencerme fácilmente de seguir si me quedaba unos segundos más. —Katherine... —Lo dejaremos aquí. Tomé mi cámara del asiento de copiloto y corrí fuera del auto sin detenerme. Tuve la suerte de alcanzar el ultimo autobús turístico antes de que desapareciera para luego desaparecer yo con él. Resistí mi llanto mucho tiempo hasta estar en el cuarto de invitados en casa de mi padre y comenzar a empacar mis cosas. Lloré por lo que había hecho y por como olvidé tan rápidamente a quien amaba. Lo peor de todo no era haberme cegado, sino que había una pequeña parte en mi arrepintiéndose por no quedarse, por haber hecho oídos sordos a la música. Decidí no decirle a Devora. A pesar de que ella había hecho cosas peores fue en peores momentos, yo las hice en uno bueno, en uno que la lastimaría. Me guardaría eso para mí y jamás nadie lo sabría como para salir lastimado. Quizás así yo también lo olvidaría. Eliminé todas las fotos de mi cámara. Ni siquiera miré en las que aparecía Dilara con sus enormes y seductores ojos negros, solo seguí borrando fotos y esperando sentir que eso no había pasado, pero ese momento jamás llegó. Al día siguiente me encontraba volando de regreso, forzándome a dejar de llorar para que Devora no notara que la había traicionado. No entendía como las personas hacían eso, amaban a alguien y tan fácilmente estaban con alguien más. No quería creer que yo terminé siendo una de esas personas. Jamás me dejaría llevar otra vez. Antes de aterrizar, Ronan se sentó a mi lado y me miró muy callado. No lo miré de frente, pero no fue necesario decir mucho o que el indagara en mi mirada. —Lo siento—lo miré porque no esperaba eso. Esperaba preguntas sobre mi estado, no una disculpa fuera de lugar—. No debí empujarte a la compañía de alguien tan encantadora. —No fue tu culpa, es mía—su mano sostuvo la mía y solté un ahogado suspiro, luego solo lloré—. Yo no soy así. —Es bueno que lo sepas, cariño. Toda la vida nos pasamos buscando descifrar lo que somos, pero al final solo obtenemos la respuesta a lo que no somos. Es un misterio—me abrazó y seguí llorando sobre su pecho—. Pero nunca te limites, Katherine. Vive de tus errores, no solo de tus logros. —No puedo...equivocarme con Devora—limpié mi rostro con la manga de mi suéter y negué con la cabeza—. Con ella no. No puedo. —Cariño, si te ama te perdonará. Estás arrepentida y no lo volverías a hacer: eso es lo que vale. Asentí calmando mi llanto y miré por la ventanilla afirmándome a las palabras de mi padre, pero no sabía que tan ciertas eran en mi caso. No sabía si volvería a hacerlo o no y era lo que más temía, que mi búsqueda de saber quién era me diera un resultado que cambiara toda mi vida y todo lo bueno que creía que ya había en mí.
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