Capítulo 6

1220 Palabras
Venta. y un adiós. El sonido de las cacerolas en la cocina, el murmullo de los meseros preparando las mesas y el aroma de los platillos recién hechos eran lo único que mantenía la mente de Valeria enfocada. Habían pasado semanas desde que decidió alejarse de todo y de todos. Sin llamadas, sin mensajes. Ni siquiera había intentado saber de Caleb, de Verónica o de Héctor. Si ellos no la buscaban, ella tampoco lo haría. Se había sumergido completamente en la administración de los restaurantes de su familia. Desde la apertura hasta el cierre, supervisaba cada detalle, asegurándose de que el servicio y la calidad fueran impecables. Su dedicación rindió frutos rápidamente: los ingresos aumentaron, los clientes frecuentes notaron la diferencia y su padre parecía más satisfecho que nunca con su trabajo. Pero, en las noches, cuando el bullicio del restaurante desaparecía y se encontraba sola en su departamento, la sensación de vacío regresaba. Se decía a sí misma que era mejor así, que al menos ahora tenía control sobre algo en su vida. Sin embargo, en el fondo, no podía evitar sentir que estaba atrapada en un ciclo sin sentido. Una noche, mientras revisaba su teléfono sin mucho interés, un anuncio captó su atención. Era una propiedad en Henley-on-Thames, a las afueras de Londres. Una casa antigua pero bien conservada, con un terreno amplio y un potencial enorme para convertirse en lo que ella quisiera: un restaurante, un hotel boutique o, simplemente, un refugio personal. La idea de empezar de cero en un lugar donde nadie la conociera la sedujo al instante. Decidida, hizo lo que llevaba semanas considerando. Al día siguiente, fue directamente a la oficina de su padre. —Papá, quiero vender mis acciones de la empresa —dijo con firmeza, sentándose frente a él. Su padre levantó la vista de los documentos que revisaba y frunció el ceño. —¿De qué estás hablando, Valeria? —Quiero irme de aquí. Quiero ser independiente. Cuando estaba por contarle que había encontrado una propiedad en Henley-on-Thames y que quería comprarla para empezar un negocio propio. Él dejó los papeles a un lado y me observó en silencio por un momento antes de hablar. —¿Esto tiene que ver con Caleb? apreté los labios y negué con la cabeza. —No. Esto Tiene que ver conmigo. Con lo que quiero para mi vida. No quiero seguir en la sombra de esta empresa. Quiero algo mío. Su padre suspiró y se inclinó hacia adelante. —Eres buena en esto, Valeria. Has logrado mucho en estos meses. Si esto es una forma de escapar, piénsalo bien. —No estoy escapando —afirmó ella con seguridad—. Estoy tomando el control. Él la estudió por un momento antes de asentir. —Está bien. Hablaremos con los abogados para hacer la venta de forma adecuada. Pero quiero que lo pienses bien antes de firmar cualquier documento. Valeria sabía que su padre nunca haría nada para retenerla si estaba segura de su decisión. Se despidió y salió de la oficina con una sensación de alivio mezclada con ansiedad. La noche siguiente, recibió un mensaje inesperado de un numero desconocido. L: podríamos hablar por favor. Lo mire por varios minutos antes de responder. V: púdrete. L: Solo una conversación. Y sin más bloquee este nuevo número de este maldito hombre. Una semana después, Valeria recibió la llamada que confirmaba que todo estaba listo. Su padre había manejado la venta con la eficiencia que lo caracterizaba, asegurándose de que sus acciones fueran adquiridas por un inversor serio en el sector gastronómico. Sin embargo, el hombre en cuestión nunca se presentó personalmente; solo envió a sus abogados para el cierre del negocio. A Valeria no le importó. Lo único que le interesaba era que el trato estaba finalizado y que ahora tenía los medios para su nuevo comienzo a miles de kilómetros para ser más exactos en Henley-on-Thames, a las afuera de Londres. Para marcar el fin de esa etapa de su vida, organizó una celebración en un exclusivo salón de hotel. No era una gran fiesta, solo una reunión elegante con comida exquisita y buena música. Invitó a su familia, a pesar de que en el fondo sabía cuál sería la respuesta. Aseguró cada confirmación, uno por uno, recibiendo respuestas afirmativas y promesas de asistencia. Pero cuando llegó el día, el reloj avanzó y ninguno de ellos apareció. Valeria intentó mantener la compostura. Saludó a los asistentes, sonrió para las fotos, brindó con conocidos que la felicitaban por su valentía. Sin embargo, la desilusión creció dentro de ella como un nudo en el pecho. El alcohol se convirtió en su refugio, y copa tras copa, se perdió en la sensación momentánea de olvido. En algún momento de la noche, con la mente nublada y el juicio alterado, conoció a un hombre. No recordaba exactamente cómo comenzó la conversación, solo que era atractivo y hablador. Su voz era un murmullo seductor su voz entre ruso y español mal hablado era magnifico. y sus manos, una promesa de distracción. Sin pensar demasiado, lo siguió hasta una de las habitaciones del hotel. La noche se desvaneció en caricias y besos que no significaban nada. No hubo amor, ni siquiera un deseo real. Solo fue un acto impulsivo, un intento desesperado de llenar el vacío que la consumía. Pero la ilusión se rompió cuando despertó sola. El hombre se había ido sin dejar rastro, ni una nota, ni una palabra de despedida. Solo el eco de una decisión equivocada. Valeria se quedó en la cama, observando el techo con los ojos enrojecidos. No era tristeza lo que sentía, sino una resignación amarga. No había nada ni nadie por quien quedarse. Se levantó, se duchó y, sin más, salió del hotel. Afuera, la ciudad seguía su curso, indiferente a su historia. Y ella, por primera vez en mucho tiempo, se sintió igual de indiferente. Una promesa rota El frío de la mañana me envolvía mientras me alejaba del hotel. No tenía rumbo fijo, solo el deseo de poner distancia entre esa habitación y yo. Con cada paso, sentía que la noche anterior se disipaba en mi mente, como una bruma que se desvanece con la luz del día. No era la primera vez que tomaba una mala decisión, pero sí la primera vez que me sentía tan… vacía. Ni siquiera el arrepentimiento pesaba en mi pecho. Solo una resignación insípida. Londres me esperaba, y con él, mi nueva vida. Pasé las siguientes semanas entre papeleo y despedidas silenciosas. Aunque nadie en mi familia había asistido a la cena, mi padre se aseguró de que todo en la venta de mis acciones se manejara con discreción y eficiencia. El resto de mi familia, bueno… su indiferencia hablaba por sí sola. —¿De verdad te vas a ir? Y sin rumbo fijo —preguntó Sofía, mi amiga, mientras tomábamos café en mi departamento. —No tengo razones para quedarme —respondí sin titubear. Sofía suspiró y removió su bebida con la cucharilla, pensativa. —Tienes razón. No te han tratado bien. Pero… ¿estás segura de que esto no es una huida? Esa palabra otra vez. —No huyo, Sofía. Solo quiero empezar de nuevo. Mi no insistió más, pero su expresión hablaba por ella. No me creía. Yo tampoco.
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