Madian
El miedo de toda mujer es que la dejen plantada en el altar o darse cuenta de que el hombre que amas te engaña, y más aún con una persona que pensaste era incondicional, como tu hermana, que adoptaste como parte de tu familia. Definitivamente, ese es el dolor más grande, pues jamás piensas que te van a engañar de esa manera y mucho menos con ese cinismo, pues estaban teniendo sexo el día de mi boda, a solo unos metros de mi habitación. La verdad es que no lo puedo creer; aún sigo en shock. Katy me toma por los hombros y se acerca a mi rostro. Mi mejilla ya está empapada de lágrimas. Ella suspira y me ve directo a los ojos.
—Escucha, Madian, sé que te duele, pero ahora es momento de irnos. Jamás dejaría que te humillaran de esa manera, así que vamos andando.
Yo limpio mis lágrimas y asiento. Levanto la falda de mi vestido y, gracias a Dios, había decidido colocarme unos cómodos Converse. Salimos de la habitación sin hacer ruido. Cuando estamos bajando, se escucha que abren la puerta de la habitación de Angélica, pero no me detengo. Cuando escucho que José me grita, claro, ya había terminado de tener sexo con mi hermana. Ahora recuerda que se casará conmigo.
—Madian, ¿a dónde vas? ¡Espera! ¿Qué haces?
Él empieza a caminar con paso rápido. Yo volteo a verlo y mis manos tiemblan; mis rodillas están a punto de doblarse, pero no puedo permitirlo. Volteo a ver a Katy y ella me sonríe y asiente.
—Vete, que yo lo detengo.
Yo niego y suspiro; creo que después de todo tendré que enfrentarlo.
—No, Katy.
Ella me abraza y sonríe.
—Anda, vete. Yo te llamaré. Corre.
Se escuchan los gritos de José, pero hago lo que Katy me dice.
—Madian, no se te ocurra hacer una estupidez. Madian, ven acá, maldita sea. Katy, ni se te ocurra interponerte...
Escucho que Katy lo encara, pero yo sigo corriendo con mi falda en mis manos, como si en esto se fuera mi vida. Mi corazón late tan fuerte que estoy segura de que se saldría de mi pecho. Cuando llego a la entrada de la casa, me detengo. ¿Y ahora qué? ¿Cómo demonios voy a salir de aquí? Pero de pronto, un coche se para frente a mí y es mi solución. De inmediato abro la puerta y me subo al coche. Empiezo a golpear el asiento del piloto con desesperación.
—Por favor, conduzca, por favor, se lo ruego, lléveme lejos.
Él voltea y me mira a los ojos. Y, mierda, si es el hombre que estuvo a punto de... Él frunce el ceño y los dos decimos al mismo tiempo:
—Tú.
—Tú.
Yo sonrío con vergüenza y agacho la cabeza, pero él me habla con una frialdad que me eriza la piel.
—¿Qué haces aquí? Pero qué pregunta tan estúpida. Es evidente que eres la novia, pero ¿por qué no estás en el altar? No me digas que estás huyendo. Ja, típico de una niña rica y mimada como tú.
Yo levanto mi rostro, sorprendida por todo lo que está diciendo. ¿Pero este qué se cree? Si ni siquiera me conoce y no sabe realmente lo que está pasando. Aprieto mis manos en puños y sonrío de lado.
—No tienes derecho a juzgarme. No sabes lo que estoy pasando, pero te lo explicaré. Si me sacas de aquí, te lo ruego, sácame de aquí y llévame muy lejos, a donde no me encuentren.
Él suelta una carcajada y niega.
—Por supuesto que yo no haría eso. Jamás ayudaría a una mujer que huye de un compromiso. ¿Por qué aceptaste si no pensabas casarte con él? ¿Por qué lastimarlo de esa manera?
¿Qué demonios le pasa? Yo volteo y veo a José corriendo. Mi desesperación es tanta que me acerco a su rostro, lo tomo entre mis manos y uno nuestros labios. Él abre tan grande sus ojos por la sorpresa, pero José ya está parado frente a nosotros. Yo me separo de él y sonrío.
—Ahora conduce, si no quieres que todos piensen que es por ti que he abandonado al novio en el altar. No te gustará salir mañana en la portada de una revista amarillista, ¿o sí?
Él me ve furioso, se acomoda en su lugar y coloca sus manos en el timón. Solo escucho que me dice: "Esto me lo pagarás". Yo solo suspiro con alivio, aunque aún no salimos de aquí. José discute con Katy. Mi padre viene saliendo de la casa, algo confundido, al lado de mi madrastra. Mi hermanastra sonríe muy sutilmente, pues sabe perfectamente lo que hizo. Yo la miro a los ojos y ella me guiña un ojo. Yo suspiro y me acomodo en mi asiento. Este hombre, que aún no sé ni su nombre, da reversa al coche, pues José se mantiene en la misma posición con sus brazos cruzados. Pero cuando ve lo que él hace, empieza a negar y corre tras el auto. El hombre conduce en completo silencio. Después de cerca de unos treinta minutos de conducir, él se detiene y me ve por el espejo. Yo solo veo esos hermosos ojos que me han dejado prendada y ni siquiera presto atención a lo que me está diciendo.
—¿Me has escuchado?
Yo suspiro y disimulo un poco, y niego.
—Lo lamento, no, no lo he escuchado. ¿Qué me decías?
Él suspira y aprieta el puente de su nariz.
—¿A dónde te llevo? ¿Dónde te voy a dejar? ¿Dónde te vas a quedar? Sí, me entiendes a lo que me refiero.
Yo lo miro con una ceja alzada y los brazos cruzados. ¿Cree que soy estúpida? Solo me perdí en sus lindos ojos, pero obviamente eso no se lo diré.
—Sé a lo que te refieres. No soy idiota.
—Pues parece.
—Perdón, pues no, no lo soy, pero no es fácil afrontar toda esta situación.
—Para el que se va siempre es fácil. Lo difícil es para quien se queda; es el que realmente sale lastimado.
—Me estás juzgando sin conocerme y sin saber qué fue lo que me hizo actuar de esa manera. Yo amo a ese hombre.
Me bajo del coche completamente alterada, pues no miento cuando digo que lo amo, pero jamás perdonaría lo que José me hizo. Camino de un lado a otro, tomando respiraciones para poder tranquilizarme y pasar el nudo que tengo en la garganta. Pues la verdad es que jamás me imaginé que algo así pasara. Volteo hacia el coche y el hombre talla su rostro con frustración y se baja de él. Se para frente a mí, se ve furioso, coloca sus manos en la cintura y suspira.
—Está bien, tienes razón, te estoy juzgando antes de tiempo, pero creo que afrontar los problemas es lo mejor. ¿Por qué no hablas con él y le dices lo que piensas?
Yo suelto una carcajada y niego.
—¿Así? ¿En qué momento? ¿Cuando se estaba acostando con mi hermana o después, para que se tranquilizara? Anda, tú dime, parece que aquí el inteligente eres tú.
Él abre su boca, pero la vuelve a cerrar y me mira a los ojos. Mierda, de verdad es que sus ojos me encantan, no lo voy a negar. De pronto vuelve a hablar, pero creo que cada vez que lo hace solo es para decir estupideces.
—Creo que tu hermana estaba mejor que tú, para que el día de su boda se acostara con su cuñada y no con la novia.
Yo volteo los ojos y empiezo a caminar lejos de él. No, no dijo eso. Sí, mierda, sí lo hizo, pero puede que tenga razón. Y si así fue, ¿por qué no solo me lo dijo y dejó que se fuera con mi hermana o con quien se le plazca? Mierda, ¿por qué llegar a este día? Sigo caminando sin detenerme. Mis pies están cansados, mi vestido arruinado y yo en medio de la nada. Mierda, debí obligar a Katy a que viniera conmigo. Ni siquiera tengo mi teléfono. Veo que el hombre conduce su coche y me sigue. Cuando llega hasta mí, baja la ventanilla y me llama.
—Oye, tú, pequeña pelirroja, no pensarás caminar hasta la ciudad, ¿o sí? Son muchas horas a pie. Anda, sube, prometo no decir nada más.
Cuando dice eso, me doy la vuelta y lo miro a los ojos y suspiro.
—Promete dejar de decir tantas estupideces.
Él levanta su mano y sonríe.
—Lo prometo. Anda, sube, te llevo a donde me digas.
Yo asiento y me subo de nuevo al coche. Él maneja hacia la ciudad y vamos en completo silencio. Es un poco incómodo y creo que lo nota, ya que enciende la radio. Yo solo miro el paisaje sin prestar atención a lo que hace, pensando: ¿por qué? Si nunca me amó, ¿por qué estuvo conmigo todos estos años? Era tan fácil decir "no" y no dejar que me enamorara como una tonta de él.
—¿Cómo te llamas?
Lo miro con una ceja alzada y suspiro.
—Madian, Madian Miller. ¿Y tú?
Él sonríe y niega.
—No, aquí la protagonista eres tú. Yo no importo. Después de este día jamás nos volveremos a ver. Ahora, ¿a dónde te llevo?
Yo guardo silencio un momento, pero recuerdo que le tenía preparada una sorpresa a José y después de la boda nos quedaríamos en un hotel antes de ir al aeropuerto. Así que creo que lo mejor sería ir ahí.
—The Ritz, por favor.
Él asiente y guarda silencio hasta que llegamos al hotel. Cuando se para fuera del gran edificio, estoy a punto de bajar cuando él me detiene.
—¿Crees que sea una buena idea que te quedes aquí? Digo, has visto cómo vienes vestida; llamarás la atención de todo el mundo.
Yo me encojo de hombros, restándole importancia, pues la verdad es que en estos momentos es lo que menos me importa.
—Eso ya no importa. Gracias por lo que hiciste y lamento lo del beso.
Él no dice nada más y me suelta. Yo bajo de su coche y camino hacia la entrada del hotel. Cuando llego a recepción, él tiene razón; todas las personas me miran, pero no me interesa. Yo me dirijo hacia la recepcionista y sonrío.
—Buenas tardes, señorita. ¿Me podría, por favor, proporcionar la llave de la suite nupcial? Tengo una reservación a nombre de Madian Miller.
Ella me sonríe y empieza a teclear en su computadora.
—Claro que sí, aquí tiene su llave. ¿Trae algún equipaje?
—No, no tengo equipaje. ¿Me podría escoger un par de vestidos y mandarlos a la habitación? Y una botella de champán, por favor.
—En un momento se la llevan, señorita. Que tenga buena estadía en el hotel.
Yo asiento y me dirijo hacia los elevadores. Cuando sus puertas se cierran, mis lágrimas empiezan a caer por mis mejillas. Mierda, ¿en qué momento se vino todo esto abajo? ¿Por qué me pasa esto a mí si jamás le he hecho daño a nadie? Por el contrario, trato de ser una buena persona, pero creo que en eso es en lo que me he equivocado: en siempre dejar que me manipulen. Pero esto se acabó. Ya no más. Madian Miller tiene que renacer y salir adelante.