Lo primero que hizo James fue ir al cementerio, antes de tomar cualquier decisión quería ver con sus propios ojos que su amigo y su mujer estaban allí. No le costó mucho trabajo encontrar la lápida, habían sido enterrados en el mismo sitio donde estaba la madre de Oliver, por lo que cuando vio sus nombres escritos y una foto de ellos dos fue cuando en verdad asumió que era verdad, que ambos estaban muertos y lloró como nunca lo había hecho.
Cuando Brenda decidió quedarse con él, también lloró, pero esa fue otra clase de pérdida, se había quedado sin su mejor amigo y sin novia, pero estaban vivos en algún lugar del planeta, pero ahora ya no estaban, se habían convertido en polvos de estrellas dejándole la responsabilidad de una hija.
— ¿Qué cojones voy a hacer yo con una niña de trece años? ¿En qué estabais pensando? ¿Cómo han podido hacerme esto? Ni siquiera sé cómo se llama. Ni siquiera sabía que tenían una hija. —se dio cuenta de que hablaba en voz alta cuando escuchó el eco de su voz en la soledad del cementerio. Después de un rato preguntando al viento e intentando encontrar una explicación a todo sin obtener ninguna respuesta, se dirigió al departamento de policía desde donde lo habían llamado, era hora de enfrentarse con su pasado, con sus miedos con sus miserias y conocer a una niña que bien pudo haber sido su hija.
—¡Buenas tardes! Busco a la oficial Morgan, soy James Bromer, ella me llamó para…
—Lo sabemos, usted es el tutor legar de Savannah Walker.
—Bueno… aún no sabemos…
—La oficial Morgan es quien lleva el caso, pero no estará aquí hasta mañana.
—La niña…
—Ella está en un lugar seguro, está recibiendo ayuda psicológica y en cuanto lo autoricen podrá llevársela.
—Entiendo. Dígale a la oficial que mañana volveré. —James salió del departamento de policía con más dudas de cuando entró. Entendía que no lo dejarían ver a Savannah hasta que no asumiera la responsabilidad de cuidarla.
El nombre de la niña también le trajo viejos recuerdo. Sabía que ese nombre le gustaba mucho a su madre, ya que fue el lugar donde nació y muchas veces le decía que su primera hija llevaría ese nombre y lo hizo realidad.
—Cuando tenga una hija le pondré el nombre de mi ciudad.
— ¿Por qué? Hay nombres de chicas muy bonitos.
—Como el de la ciudad donde nací, ninguno. ¡Savannah!
Llevaba años con todos esos recuerdos guardados en la parte gris de su cerebro, cuando llegó a Londres por primera vez, lo hizo lleno de miedo, de incertidumbre, pero le ganaba esa necesidad de alejarse de todo, de empezar de nuevo, lo hizo, con un título de arquitecto debajo del brazo encontró trabajo enseguida, poco a poco fue ganando espacio en un mundo tan difícil y tan controversial como el diseño.
Aunque en su profesión ha podido disfrutar del éxito, no fue así con su vida, su matrimonio fue un auténtico desastre. Mary se cansó de su falta de atención y se separaron cuando Ethan tenía diez años, producto de ese divorcio su hijo nunca ha encontrado su espacio, siempre tuvo que vivir compartiendo dos hogares y por ello, en cuanto pudo se liberó de una madre que culpaba al padre de su inestabilidad, un padre que casi nunca estaba por causa del trabajo.
Y en ese momento el destino le estaba jugando una mala pasada, tendría que hacer por esa niña lo que no hizo por su propio hijo. Tendría que cuidarla, prestarle atención, interesarse por sus estudios, porque reciba ayuda psicológica por la gran pérdida que ha sufrido y pensar en tener que hacer todo eso, lo hacía sentir como una mierda, porque eso es lo que tenía que haber hecho por su hijo.
Todos esos pensamientos le venían de golpe mientras iba en el taxi de camino al hotel, hasta el día siguiente no podía hacer nada. El conductor redujo la velocidad porque a unos cien metros había personas con flores y veladoras encendidas.
— ¿Qué pasa ahí delante?
—Hace unos días que un matrimonio de abogados murieron en un accidente, dicen que tienen una hija y que ella estaba embarazada, eran buenos vecinos en su comunidad, y por eso se acercan personas a poner flores delante de su casa.
— ¿Esa era su casa? —preguntó James con voz entrecortada.
—Sí, al parecer llevaban muchos años viviendo ahí.
—Me bajo aquí señor. —pidió al conductor sin pensar. Quería ver donde habían vivido después de casados. Quería perderse dentro de esas personas y ser uno más, la diferencia estaba en que su dolor y sus recuerdos eran suyos y no tenía que compartirlos con esos desconocidos.
Enterarse de que iban a ser padres de nuevo fue como una catarsis y allí perdido entre la gente, lloró de nuevo por sus amigos y por ese bebé que no tuvo la oportunidad de nacer. El destino es quien inicia el juego barajando sus cartas, pero somos nosotros quienes jugamos y en ese momento ese mismo destino le estaba dando a James cartas al azar.
Las personas y vecinos habían hecho un altar en el jardín de la casa, había flores, globos, peluches y veladoras encendidas, incluso había fotos de ellos en las que pudo observar que también había una niña. Se acercó para verla mejor, los tres sonreían, la niña tendría unos diez años y era preciosa, se parecía mucho a su madre.
—Era una familia muy querida. —dijo una mujer cuando lo vio mirando la foto.
—Lo sé, eran buenas personas. —dijo. Se dio la vuelta y se dirigió al hotel. Tenía los ojos vidriosos.
— ¿Usted los conocía? — una pregunta al aire, hecha por una desconocida, una pregunta hecha quizás por el morbo, una pregunta sin respuestas, porque él no se la daría. Su cerebro estaba en otra parte, en otra época, en una noche que prometía risas, amistad y al final placer, pero que no fue así.
—Brenda, esta noche cenamos con mi amigo, quiero que lo conozca.
—Ya va siendo hora, nos juntamos en el restaurante, ahora me voy, tengo clase.
—De acuerdo. —cuando james llegó al restaurante ya Brenda y Oliver lo estaban esperando, estaban sentados en la mesa que había reservado y lo primero que notó James es que no se quitaban la mirada uno de otro.
—Veo que ya no tengo que presentarlos. —dijo sentándose en su silla.
—Llegas tarde, como siempre, así que Oliver y yo ya nos hemos presentado. —dijo Brenda, sin dejar de mirarlo. Compartieron risas y charlas mientras cenaban, pero James se sintió desplazado, parecía que en la mesa solo estaban ellos dos y más tarde, cuando Brenda no quiso hacer el amor con él, se dio cuenta de que algo estaba pasando y a partir de esa noche nada fue igual.