Sofoco

1979 Palabras
Nelson caminó casi a un paso rengo hacia el fondo del salón, donde ya casi no había una masa tan considerable de gente y la música se escuchaba aún menos, habían muchas más obras en este segundo piso, me imagino que de gente menos importante que las cuatro que presumieron abajo, de entre esas Ana María y Nelson. Nelson se detuvo y se hizo a un lado para que pudiese contemplar el panorama completo, había una obra que resaltaba por encima de las otras, era de un tamaño mucho mayor y aparte la finalidad de la misma era clara, expresar violencia, pasión y odio; por un momento me sentí incluso intimidada por la pintura, parecía que me estuviese tratando de decir algo, que corriera, que me alejara, pero al contrario me acerqué, era como si la pintura estuviese a punto de coagularse sobre mi y se fusionara con mi sangre. Era un grupo de barcos, con una envergadura no muy alta, eran barcos para cargar apenas tripulantes, pero no mercancías, contaba con unas velas rojas grandes, que parecían ser más bien provocadas por un derramamiento de sangre, se veían parches de dolor en ellas, se veía la flota totalmente tranquila llegando a un puerto, un puerto custodiado por pequeños pobladores, que dejaban entrever que la dimensión del barco no era tan pequeña como lo esperaba. la luz del sol dejaba ver en las velas de los barcos de atrás que la sangre se estaba secando, se ponía más marrón que otra cosa, casi pudriéndose, dicha luz le daba una entrada amena a los barcos a la zona venidera, pero dejaba tatuado en sus estructuras la violencia de la misma, era como nadar tranquilamente en un mar lleno de cadáveres. —¿Lo hiciste tú?—dije al terminar de observar cada detalle —En parte, pero realmente no quiero creer que es mío—dijo acercándose poniéndose enfrente de mi, interceptando el cuadro—la base la hice yo, hice el puerto, los barcos y el sol —Entonces hiciste todo—dije molesta pensando que me estaba tomando del pelo —No, yo hice unos barcos blancos —¿Quién los pintó? —Un niño, un joven de apenas diecisiete años—dijo luego de un suspiro—le mostré esta pintura un día, con apenas mi base, y le dije que hiciera que en ella hiciera los ajustes para que se sintiera feliz con la pintura misma —¿Qué pasó luego?—pregunté —Hizo esto, diciéndome que faltaba color, que faltaba algo real en este cuadro, que parecía sacado de una película de piratas cuando se lo entregué —¿Y eso te tiene triste o qué?—dije con un sentimiento de incomodidad ante la conversación —No, pasa que el niño decía que el arte que yo hacía, pese a tener talento faltaba de color, le parecía vacío, parecía que no tenía foco ni horizonte claro—dijo mientras yo me sentía cada vez más tensa, era como si me estuviese definiendo a mi—pero hoy fuí a Versalles y vi tu pintura del señor, parecía hacer parte del mismo lugar donde llegaban los barcos, tenía la misma mirada perdida que uno de los pobladores que él pintó en la entrada del muelle, pareces la misma persona que ese niño, como que está buscando un peso verdadero en cada trazo que hace con el pincel —¿Y qué pasó con el niño?—pregunté —Se esfumó, no lo volví a ver durante un buen tiempo, el niño se cuidaba de él mismo, vivía en un refugio de adopción; pero tenía mucho más enfoque que yo, más contundencia en sus actos que yo —¿Y eso te deprime?— —No, no me deprime para nada, el niño llegó por una razón a ver mi pintura, incluso la mejoró exponencialmente, pero no me dio respuestas a qué es lo que debería buscar, desde entonces sigo buscando ese algo que me aclare el panorama —Entiendo, estoy igual que tú; aunque creo que he encontrado mi camino, no necesito matarme más para encontrarlo, solo debo seguirlo hasta estar conforme con mi propio trabajo. —Quiero ver más de ti—dijo sincero—de tus obras, eres la misma silueta artística de él Las palabras de Nelson me halagaban, pero a su vez me hacían sentir extraña, era como ser un objeto; objeto que recuerdo en mi sueño se volvía un lienzo para los demás y lo gozaba, me volví lo que había pasado en el sueño, una herramienta para la consecución verdadera del arte, que quizá con tiempo podría llegar a aclarar mi propia visión y encontrar mi punto exacto de comodidad artística; Nelson era alguien interesante, que conocía a cabalidad este mundo, se manejaba por él como un cuchillo cortando una hoja. Inmediatamente me levanté, le dije a Nelson que me siguiera, que ya no quería este frío, quería volver a bailar, el inmediatamente me siguió, volví a ser quien manejase los hilos de la situación, comprendí que no importaba la situación como tal en la que me estuviese exponiendo, las nuevas experiencias me sorprendían, este mundo tenía mucho que ofrecerme, y no me cansaba la idea de escudriñar las ideas de las personas que aquí habitaban, estos seres de una vida nocturna, de una vida llena de placeres que  no comprendemos, de excesos y también sacrificios, Nelson iba a abrirme las puertas de ese mundo, mientras pintaba en mi sus ideas, sus lienzos, iba a mostrarme cada cosa que rodeaba este lugar, para inhalarlo completo hasta que quedara impregnado de este, para que no me despegara, para que no fuese algo efímero que pasó y ya, tenía que encontrar mi punto aquí. La noche se sentía ahora acelerada, sabía que tenía que absorber la vitalidad de la gente, apropiarse y plasmarse en mi obra para mi beneficio propio, la gente pasaba, la gente vendía sus obras de los pisos superiores, la gente hablaba del negocio, esa gente aburrida se estaba anidando en los costados de la pista, mientras que yo me consumía todo, Nelson me intentaba descifrar, con cada intento menos exitoso que el anterior, me miraba, me tocaba para bailar, y yo me permitía sentir sus manos sujetarme. Ya eran cerca de las dos de la mañana, no parecía parar la fiesta, cuando Nelson sujeta a uno de los que atendía, y este le dio una bolsa pequeña, muy pequeña, con el polvo blanco que manejaba este pueblo de gente; yo sabía que estas cosas no se mantenían por puro amor al arte, Nelson me ofreció, extendiendo su mano, hacia mi rostro con esa pelusa blanca brotando entre sus poros, esperando buscar unos caminos más aireados. —¿Si se anima a esto?—dijo Nelson casi gritando por el bullicio de la música—¿O no? —Pues de una—respondí casi para mis adentros, yo no había consumido esa espuma seca blanca que muchas personas han hecho, a lo mucho había consumido marihuana en la universidad, pero nada que se le acerque a esto; sin medir palabra pegué mis labios a sus dedos mientras mi nariz se pegaba a los tabiques de su mano para inhalar ese espeso tierrero blanco, como si se tratase de cal, pero menos concentrada. Inmediatamente se me aguaba la nariz, como si mi organismo me intentase recalcar que no debí haber hecho eso, que estaba intentando de repelerlo, pero apenas sentía eso, le daba con firmeza otra inhalada que me dejara con la fragancia, textura e incluso el sabor por dentro de mi cuerpo Nelson hizo lo mismo, se metió sus líneas tabiqueras, parecía que lo tenía mucho más asimilado su cuerpo, mientras que mi nariz parecía encharcada, como haciendo efervescencia dentro de mi, al inicio no sentí nada, pensé que iba a ser como un trago cualquiera, donde si baila o se pone a hacer algo que lo mantenga en movimiento no pasaría nada, pero no mi hermano, eso no era lo que me pasaba a mi, a mi me carcomía entera, parecía que ese espeso humo y polvo blanco que me metí en el cuerpo se estaba pegando a mi, se camuflaba con mis huesos, con mis dientes, con mis ojos blancos; poco a poco me empecé a sentir más sudorosa, más acelerada, me estresaban aún más las muchedumbres, en especial en la que estábamos Nelson y yo, había mucha gente, demasiado cerca, sentía que me rasgaban la piel cuando me rozaban al bailar, sentía que su sudor me estaba bailando, incluso ahogando a mi, pero lo que más me aburría era que ya no los veía frenéticos, los empecé a dejar tirados, empecé a bailar con Nelson como nunca había bailado antes en mi vida, sentía que estaba dejando caminos de fuego por toda la pista por donde pasaba, sentía que habían luces verdes y rojas principalmente bañando nuestro ritual folclórico de la danza, como si estuviésemos en tiempos de navidad, como si estuviésemos en las típicas fiestas de pueblo donde se celebra y baila por todo; tradición hermosa, tradición que  donde los pueblos originarios de mi tierra colombiana nada se echa a la pena, todo es aprendizaje y motivo de celebración, hasta los funerales después de la muerte de algún ser querido se vuelven excusa para celebrar o para reunirse con la familia, todo se suma, todo se contrae, todo se vuelve una arruga más para ese vestido de fiesta que usualmente usamos una o dos veces por mucho, quería experimentar eso, quería sentir el exceso que me permitía ser más rápida que todos, que la luz me bañara a mi, que me imbuya en sabores y colores para dejarme ser en un solo manto que bañe el suelo de esta pista de baile, ya no me entregaba al guaguancó, el guaguancó se entregaba a mí con suma delicadeza y ternura casi que pidiéndome permiso para poder realizar con mi cuerpo su danza, porque yo ya había trascendido de él, sentía como la danza era mi cuerpo, yo era la propia diosa de la música, quería pintar, quería sacarlos a todos y bailar mientras pintaba, incluso arruinar los maravillosos lienzos de las personas que allí se andaban en sus ferias artísticas, incluso la gran obra de Nelson, quería hacerla mía, quería rayar sobre ella, plasmar mi arte sobre ese cuadro que ahora me parecía el más minimalista en comparación con las ideas que había en mi cabeza. Permítame querido lector extenderme, en especial si usted es de aquellos que no han experimentado con ninguna pepa, ninguna harina, ningún vicio ni nada que se le parezca, aunque es muy raro encontrar ahora, desde la gente nacida en el nuevo milenio, ente que no la haya probado, en todos los horizontes de la vida uno se tropa con la oportunidad de consumir, y es eso lo que hace este país tan rico en cultura pero también en violencia, la droga puede unir a mucha gente, pero también puede armar los problemas ni el berraco, inhalar eso me dejaba como después de haberme tomado un remedio amargo, como si hubiera dejado derretir una pastilla para la jaqueca en mi lengua, para sentir como toda su esencia se derretía y me bajaba por la garganta , empecé a sentir las luces más brillantes, mi cuerpo era capaz de percibirlo con cada poro; porque a veces solo estamos conscientes de lo que pensamos y hacen nuestras manos, pero cuando estaba bailando con Nelson sentía cada fibra de mi piel, de mi carne, sentía que me movía espasmódicamente, bailaba t sentía el dolor masificado de mis piernas y pies al bailar, pero sentía que si me quedaba quieto iba a acabar cayendo, sentía que no podía aguantar tanta energía consumida adentro sin explotarla, sabía que mi lugar ahora era otro.
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