La mañana en Valdheim no traía consuelo.
El sol apenas lograba penetrar la densa bruma que cubría el pueblo, y la iglesia del centro —antigua, con campanario inclinado y muros cubiertos de musgo— parecía observar a los vivos como si guardara sus nombres para algo que vendría después.
Elena cruzó la verja del cementerio con paso firme. Ya no tenía miedo del lugar… pero sí respeto. Cada lápida era una historia enterrada, y no todas dormían en paz.
El mensaje de su madre seguía ardiendo en su mente:
“No confíes en nadie. Ni siquiera en los vivos.”
La tumba de su madre estaba al fondo, bajo un sauce torcido que lloraba hojas incluso sin viento. Pero esta vez, algo había cambiado.
Había tierra removida.
Y sobre la lápida, un símbolo tallado en piedra negra. El mismo del relicario. La espiral dentro del ojo, rodeada por marcas como colmillos apuntando hacia adentro.
No era obra de un artesano local.
—Ese símbolo no debería estar aquí —murmuró una voz.
Elena giró. Era el padre August, el párroco del pueblo, un anciano de rostro surcado y mirada evasiva. Llevaba en Valdheim más de cuarenta años.
—¿Quién lo puso? —preguntó Elena.
—Nadie lo sabe. La piedra apareció esta madrugada. Pero reconozco su forma… la vi hace décadas, cuando aún era joven. Justo antes de que una ola de muertes azotara el pueblo.
—¿Qué significa?
—“El Llamado”, lo llamaban los antiguos. Era un aviso. Una señal de que el umbral entre este mundo y el otro se estaba debilitando.
Elena pasó la mano por el símbolo. Era frío como el mármol, pero algo vibraba en su interior.
—¿Sabe qué hay debajo de esta tumba, padre?
El sacerdote la observó en silencio. Luego suspiró.
—No es sólo tierra. Tu madre… pidió ser enterrada sobre la g****a.
—¿La g****a?
—Un viejo pasaje, sellado por generaciones. Donde se decía que hablaban los ecos… y dormía una criatura antigua, uno de los primeros.
Elena sintió que todo encajaba.
—Necesito entrar.
El padre August palideció.
—Eso sería una herejía. Y un s******o.
—Ya crucé el claro. He visto los ecos. Y vi a mi madre. Ella me está guiando.
El anciano tembló.
—Entonces el pacto se está rompiendo otra vez…
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Esa noche, con ayuda de una linterna y la llave negra del cofre, Elena regresó sola. Había esperado que Adrian apareciera, pero desde que vieron a su madre, él se había alejado. No sabía si por miedo… o por culpa.
Retiró con cuidado la piedra con el símbolo. Debajo, encontró una losa más antigua, cubierta de raíces. Tardó horas en liberarla, hasta que, finalmente, reveló una trampilla de hierro.
Insertó la llave.
Un clic sordo…
Y la tumba se abrió.
El interior olía a ceniza húmeda y metal viejo. Bajó con cuidado, usando una cuerda anudada a la lápida. La linterna iluminó un pasadizo de piedra con grabados en las paredes. Símbolos similares a los del diario de su madre, muchos aún más antiguos.
Los ecos no hablaban. Cantaban.
Un murmullo constante llenaba el lugar. No en voz alta… sino en la mente de Elena.
“Guardiana… sangre de la sangre… abre los ojos… abre el umbral…”
Al fondo del túnel, una cámara circular se abría como un nido de piedra. En el centro, una especie de altar cubierto por un velo n***o. Elena se acercó.
Quitó el velo.
Allí yacía un cuerpo momificado, vestido con ropajes rituales y rodeado por piedras negras como la que apareció sobre la tumba. En el pecho tenía una daga clavada… y en la frente, grabado a fuego, el mismo símbolo: la espiral del ojo.
Pero lo que la hizo retroceder no fue la escena… sino el rostro.
Era el de su madre.
Joven.
Inalterada.
Congelada en un tiempo que no correspondía al suyo.
—Eso no es posible… —susurró.
—No —dijo una voz detrás de ella—. No lo es. Pero es real.
Elena giró. Era Adrian.
—¿Qué significa esto? ¡Ella está viva allá afuera! ¡Pero también aquí…!
—Son fragmentos —dijo él, acercándose—. Tu madre dividió su esencia para sellar el paso. Parte de ella vive en los ecos… y parte quedó aquí, como guardiana eterna. Es por eso que puede guiarte. Y por eso no puede ayudarte del todo.
Elena sintió las lágrimas en los ojos.
—Entonces… ¿ella lo eligió?
—Sí —respondió Adrian—. Eligió ser la barrera entre ambos mundos. Pero su poder se agota. Y ahora tú debes decidir si tomas su lugar… o liberas lo que ella contuvo.
La cámara tembló.
Una de las piedras negras cayó del altar… y del suelo surgió una g****a oscura, como una herida que no sangraba, pero que respiraba.
—No puedes dejarla sola allí abajo —susurró una voz.
—No puedes repetir su sacrificio —dijo otra.
Y luego… la voz de su madre:
—Tienes la llave, Elena… pero no la abras aún. Encuentra el ritual. Encuentra al traidor.
La g****a se cerró lentamente… como si esperara una orden.
Elena se alejó del altar, con el corazón acelerado.
Sabía que el tiempo se acababa.
Y que el símbolo en la tumba…
…era solo el primer aviso.