🌕Ecos del bosque – Parte 3

791 Palabras
Parte 3 El silencio volvió a caer en la cámara subterránea, pero ya no era el mismo. Elena temblaba. Sentía un calor que no le pertenecía ardiendo bajo la piel, como si algo —una memoria ancestral, un eco de siglos— se hubiera despertado en su sangre. Adrian la observaba con una mezcla de respeto y miedo. —Nadie que no lleve la marca del pacto puede hacer retroceder a una criatura del velo. Ni siquiera yo. Tú... tienes algo más. —No lo entiendo —murmuró ella—. Yo solo soy la hija de una mujer que escondía secretos. No soy nada especial. Adrian negó con la cabeza. —No. Tú eres la heredera del sello del bosque. No solo eso: naciste durante una luna roja. Eso te vincula al núcleo de la g****a. Tu madre te ocultó para protegerte. Pero ahora es tarde. La sangre ha hablado. Elena miró sus propias manos. Nada parecía diferente… pero lo sentía: una tensión en el pecho, una corriente invisible recorriendo su espalda, como si su sombra se hubiese vuelto más pesada. —Tengo que volver a casa —dijo—. Hay algo que dejé sin revisar. --- Horas después, ya de regreso en la vieja casa, Elena revolvía cajones, levantaba alfombras, arrancaba clavos de viejas tablas. Lo que buscaba no era un objeto, sino una verdad. Y al fin la encontró: dentro del armario oculto tras la habitación de su madre, envuelto en tela de lino, estaba un segundo cuaderno, más antiguo, más gastado… y más perturbador. Las primeras páginas eran rituales de protección, fórmulas en latín, dibujos de bestias imposibles. Luego venían entradas escritas por su madre: “Hoy he sellado el límite con sangre de ciervo y ceniza de espino. El susurro ha vuelto a filtrarse. No sé cuánto tiempo más resistiremos sin el apoyo de los otros tres sellos. La familia Malcovitch desapareció. Dicen que fue un incendio. Mentira. Se quebró el sello del pozo.” Otra página: “Vi a Elena dormir. Soñaba con los ojos abiertos. Murmuraba palabras en la lengua vieja. No debo contarle aún lo que es. Ni siquiera sabe que fue concebida bajo un eclipse. Temo que sea demasiado tarde para cambiar su destino.” Y luego, una advertencia, escrita con letra temblorosa, casi desgarrada: “Si estás leyendo esto, hija, significa que fracasé. El sello cayó. El Umbral está resquebrajado. No escuches las voces en la niebla. No sigas la música. No aceptes el pacto de la figura sin cara. No bebas el agua del pozo.” Elena dejó caer el cuaderno. Su respiración se aceleraba. Todo su mundo, su infancia, su historia… eran mentiras tejidas con miedo y sangre. Entonces, la casa tembló. Una presión invisible se sintió en el aire, como si el mundo estuviera conteniendo el aliento. Desde el piso superior, se escuchó un sonido. No un ruido cualquiera. Un murmullo. Una voz. —Eleeenaaaa… Era la voz de su madre. Pero su madre estaba muerta. Elena subió lentamente, con el diario aún en la mano. La puerta de su habitación se abrió sola. En el centro, una figura la esperaba. Alta, cubierta con un velo blanco, los pies no tocaban el suelo. No tenía rostro. —¿Madre…? La figura se inclinó, como si asintiera. —Ven —susurró la voz—. Toca el velo. Recuerda. Elena, contra todo instinto, extendió la mano. El mundo desapareció. --- Se encontraba en un claro del bosque, de noche. A su alrededor, una docena de personas con túnicas oscuras trazaban círculos en el suelo. Al centro, su madre, más joven, sostenía algo envuelto en mantas. Un bebé. Elena. —Debe hacerse —decía uno de los encapuchados—. Si no sellamos el vínculo ahora, ella crecerá sin saber quién es. Y cuando el sello caiga… —¡Calla! —gritó su madre—. No permito que hablen de mi hija como un recipiente. ¡Ella es más que eso! —Es la única con el linaje completo. El último nudo de las cuatro líneas. No hay elección. La madre se inclinó y colocó a la bebé en el centro del símbolo. Luego cortó su propia mano con una daga de hueso y derramó sangre sobre las piedras. —Perdóname, Elena —murmuró. La visión se desvaneció. --- Elena despertó con un grito. Estaba de nuevo en su habitación. El aire estaba espeso, el espejo roto, y el símbolo en su muñeca —que antes era apenas una cicatriz vieja— brillaba con un tono rojo apagado. La luna se alzaba por la ventana, completamente roja. En la calle, los perros aullaban. El pueblo dormía… y con él, los sellos restantes. Pero ya no por mucho tiempo.
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