Capítulo 6

1299 Palabras
Elara miró la mano, luego a él, luego nuevamente a la mano. Lo dudó, pero finalmente también levantó su mano y la estrechó con él, aunque su mano estaba fría y delgada. —Elara Grimm. No hubo sonrisa. No hubo halagos. Pero hubo honestidad. Y eso, para ella, valía más que cualquier reverencia fingida. —¿Y qué estás haciendo aquí? —dudó el niño. —Buscaba mi habitación —admitió. Damon inclinó la cabeza. —No sé dónde es —confesó sin vergüenza—. Pero puedo enseñarte la casa. Ella lo miró con sorpresa. ¿El hijo de Darius ofreciéndole ayuda? Tenía que ser una especie de broma del destino. —Agradecería eso —dijo con sinceridad—. Aunque… me gustaría cambiarme de ropa antes… si es posible. El niño se llevó dos dedos al mentón, pensativo. —Eso lo puedo resolver. Y sin más, comenzó a caminar. Elara lo vio alejarse, Damon se detuvo cuando vio que no lo estaba siguiendo, entonces la miró y le movió la mano para que fuera con él, solo en ese momento Elara lo siguió. Siguieron por el pasillo hasta que se detuvieron frente a una puerta.. Las paredes eran más claras, había cuadros de constelaciones y lunas dobles, pequeños mapas astrales enmarcados en oro antiguo. Damon se detuvo al frente y la abrió. Su habitación. Astrología por todas partes. Planetas colgando del techo en miniatura. Libros de estrellas. Un telescopio en la esquina cerca de la ventana. Dibujos de nebulosas hechos a mano. Elara se quedó boquiabierta. —Es… fascinante —murmuró. Damon abrió los ojos al escucharla. —¿Tú crees? —Si, mira —tomó un dibujo de la mesa —¿Hiciste esto? —Sí —apenas elevó los labios con una leve sonrisa —. Aunque me faltan algunos detalles. —Eres muy bueno. Damon no respondió al halago. Solo levantó un dedo. —Espera aquí. Salió y regresó poco después con un vestido sencillo color gris oscuro, de tela cómoda, sin adornos. —Lo tomé de lavandería —explicó—. Lo usa el personal. No es la gran cosa, pero servirá. Elara tomó la prenda. Nunca en su vida alguien había ido a buscarle algo para ayudarla. No era opulento. No era elegante. Pero era el gesto. —Es perfecto —respondió —. Muchas gracias. Damon le señaló el baño para darle privacidad y se pudiera cambiar. Elara se cambió rápido detrás de una maqueta decorado con estrellas. El vestido le quedaba un poco grande, pero era cómodo. Respiró aliviada. Cuando salió, el niño la escaneó un segundo con la mirada. —Mejor —evaluó. Ella casi sonrió. Él le hizo una seña para seguirlo. —Te enseñaré lugares hasta que encontremos tu dormitorio. —Gracias —dijo Elara. Y lo dijo con el alma. Atravesaron bibliotecas, patios internos con fuentes de ónix, balcones desde donde se veía un bosque tan denso que parecía devorar la luz. Damon hablaba poco, pero cuando lo hacía, era preciso. No usaba palabras innecesarias. Eso le gustó a Elara. Finalmente se toparon con un hombre alto, de cabello largo color ébano y ojos profundos. Vestía elegante, sin corona, pero con la autoridad natural de quien jamás ha conocido la desobediencia. Damon se detuvo. —Tío. El hombre alzó la mirada. Y cuando vio a Elara, algo minúsculo, casi imperceptible, cambió en su expresión. No era hostilidad y tampoco dulzura, era algo parecido al cálculo. —Damon —saludó. Luego inclinó la cabeza hacia Elara. —Señorita Grimm. —Señor —respondió ella con cortesía. El vampiro extendió una mano hacia Damon, que pareció entender sin palabras. —¿Necesitas algo? —Estamos buscando su habitación —explicó el niño—. No estamos perdidos, es solo que no sabemos dónde se va a quedar. El vampiro lo miró unos segundos. No, no están perdidos, parecía decir su mirada. Estoy sorprendido de que tú la estés ayudando. Chasqueó los dedos y una mujer del servicio apareció de inmediato, cabizbaja. —¿Dónde están las pertenencias de la señorita Grimm? La mujer parpadeó, confundida, y luego inclinó la cabeza. —Puedo verificarlo, señor. Se marchó a paso acelerado. Elara sudó por dentro. No quería causar problemas. No quería deber favores. —No quiero interrumpir —murmuró—. De verdad… puedo buscar sola… —No —cortó el vampiro simplemente. No hubo dureza. Fue un “no” pragmático. Tampoco hablaron de nada en lo que la sirvienta se fue, era un silencio bastante incómodo, aunque Elara estaba acostumbrada a esos silencios. Entonces la mujer regresó. —Están en la recámara contigua al ala oeste, tercer corredor, señor. El vampiro asintió. —Te agradezco —Sus palabras eran amables, pero firmes. Elara caminó detrás del vampiro y Damon sin atreverse a hacer preguntas. Cada paso era un martillo suave de ansiedad. Finalmente llegaron. La puerta se abrió. Y por primera vez en su vida… Elara creyó que se había equivocado de historia. Abrió los ojos al ver todas las pertenencias, ropas, zapatos, joyas, telas finas, cajas de madera grabada y espejos finos. Era demasiado e imposible que no fuera suyo. Ella, que creció con una manta áspera, dos vestidos idénticos y una ventana con barrotes. —¿Esto es… mío? —preguntó, sin voz —. No es necesario que me den tanto, solo necesito un par de vestido —mencionó. El vampiro frunció el ceño y miró a la sirvienta que se adelanto a hablar, —Fueron enviadas como sus pertenencias desde la manada Norte. —¿Mis pertenencias? —dudó. —¿Acaso no son tuyas? —preguntó el vampiro —. Se han equivocado. Elara volvió a ver las cosas y lo comprendió de inmediato. Su padre. Alaric Grimm. No la vistió como hija. La vistió como ofrenda. Un paquete decorado para entregar. La bilis le acarició la garganta. Pero respiró. No valía la pena enojarse en este momento y tampoco explicar lo que estaba pasando, mantuvo el control. Damon la observaba. Por primera vez, no como un objeto curioso. Sino como alguien tratando de mantenerse en pie. —Claro… sí… gracias por todo, señor—susurró Elara finalmente al hacer una reverencia al vampiro. Él se sorprendió y levantó las manos enseguida negando. —No tienes que hacer eso —mencionó —. Me llamó Steven, soy hermano de Darius, así que técnicamente nos hemos vuelto familia política. —¿Familia? ¿Por qué? —dudó Damon que lo vio con ojos curiosos. —Ammm… por nada. —No es por nada, tío. —Mmmm… bueno, la señorita Grimm ahora va a vivir con nosotros y será como de la familia. Damon afiló la mirada, casi como lo hacía Darius, no le creyó nada, pero sabía que no iba a tener una explicación de inmediato. —Tengo cosas que hacer, nos vemos después —se despidió tras un leve asentamiento de cabeza y se fue. Damon la observó, aún tenía preguntas, pero estaba claro que ningún m*****o de su familia se lo diría y Elara parecía perdida y confundida, posiblemente ni ella sabía lo que sucedía, así que no perderia el tiempo preguntando. —Gracias por ayudarme —dijo Elara. Damon encogió los hombros. —Nadie debería caminar perdido en su primer día —comentó. No era poesía. Pero fue lo más cercano a una bienvenida que recibiría en ese reino. Y cuando él salió, cerrando la puerta detrás de sí, Elara se quedó sola. En un cuarto que no se parecía a nada que hubiera conocido. No era hogar. No todavía. Pero por primera vez ese día, no sintió que el aire la expulsaba. Se acercó a la cama, rozó las sábanas suaves, y aunque no sonrió del todo… Sí respiró distinto.
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