Narra Bianca
Tres semanas después…
Si alguien me hubiera dicho que a los veintiséis años estaría atrapada en un matrimonio falso con un hombre que no soportaba, le habría dicho que estaba loca. Nunca fui una romántica ingenua que creyera que los cuentos de hadas eran reales, pero al menos soñaba con tener una relación amorosa de verdad. Siempre pensé que conocería a un buen chico con quien tuviera mucho en común. Me cortejaría hasta enamorarme perdidamente y entonces me pediría matrimonio.
Tendríamos una boda preciosa, nada extravagante, pero memorable. Nos iríamos de luna de miel tropical y construiríamos nuestras vidas juntos. Ese era el plan que tenía para mi vida amorosa... ¿sabes? Cuando empecé a tenerla. Admito que nunca he tenido mucho romance, pero sabía lo que quería y no lo conseguí.
En cambio, estaba sentada en la habitación de Alejandro, todavía con mi vestido de novia, mirándolo fijamente. Él, sentado al otro lado de la habitación, también me miraba fijamente. Todavía llevaba puesto su esmoquin, que, sin duda, le sentaba de maravilla.
—Al menos tenemos algo en común —murmuré—. Ambos somos expertos en mirar fijamente a los demás.
—Dos cosas, Bianca. Ambos queremos estar en cualquier otro lugar menos aquí, juntos.
— Cierto.
Nos obligaban a pasar la noche juntos. Bueno, pensamos que era lo mejor para parecer un matrimonio de verdad ante los invitados que se quedarían en la mansión Torres. Me sentí mal del estómago. Acababa de celebrar una ceremonia de matrimonio y fingí estar feliz y locamente enamorada de Alejandro. Recitamos nuestros votos ante Dios, por Dios. Me sentí como una impostora.
—Ánimo —dijo Alejandro, apurando su vaso entero de lo que fuera que estuviera bebiendo. Era su tercer vaso desde que llegamos. Supongo que era su forma de sobrellevar estar encerrado en esta habitación conmigo—. Solo tenemos que sobrevivir a esta noche. En cuanto lleguemos a mi casa, ni siquiera tendrás que dormir en el mismo piso que yo.
—¿No tienes personal? Se darán cuenta, y ya sabes lo rápido que corren los rumores.
Su risa baja, mientras tomaba la licorera de cristal de la que había estado bebiendo, me tensó el estómago. El sonido era sexy, provocativo, tan... Alejandro.
—Me parece que quieres acostarte conmigo.
—Ni hablar. Has hablado demasiado de Alejandro como para que me sienta cómoda acercándome.
Echando la cabeza hacia atrás, rugió. En lugar de negarlo, inclinó su vaso hacia mí y dijo lentamente: — Touché. ¿Quieres un trago?
—No, gracias.
—No le voy a poner droga ni nada.
Puse los ojos en blanco. Ni se me había pasado por la cabeza. Aunque no nos lleváramos bien, sabía que él no era capaz de eso. Alejandro les quitaba las bragas a las mujeres con su encanto; no necesitaba recurrir a métodos turbios.
—No bebo mucho alcohol.
—Mmm. No bebes y seguro que no tienes mucho sexo. Eso lo explica todo.
Me sonrojé y lo miré con enojo. Nunca le había ocultado que me consideraba la mayor mojigata del universo.
—Tu opinión sobre mí nunca ha importado —respondí dulcemente.
Otra de sus risas sensuales llenó la habitación y tragué saliva. ¿Qué me pasaba? Cinco minutos sola en una habitación con Alejandro y mi cuerpo traidor reaccionaba a él de forma extraña—¿Cómo... cómo sabes que no tengo mucho sexo?–en el segundo en que esas palabras salieron de mis labios, mentalmente me di una palmada en la frente.
Su sonrisa burlona me hizo encoger los dedos de los pies.
—Si lo hicieras, probablemente no estarías sentada como una maestra de escuela, mirándome con esa naricita perfecta.
Parpadeé y me obligué a relajarme. Estaba sentada, en efecto, con los hombros rígidos como varillas de acero, la espalda recta, las piernas juntas y las manos cruzadas sobre el regazo. Me avergonzaba tanto que tuviera razón que no supe qué decir.
—Tranquila, Bianca. Quítate los zapatos y ponte cómoda. Va a ser una noche larga—bajó la voz un tono y me miró sugestivamente—. Quítate ese vestido si quieres —me guiñó un ojo.
Jadeé.
—Pervertido.
—Es broma. Eres tan fácil —se rio.
Apreté los dientes. Me ardía la cara otra vez. No sabía por qué lo dejaba manipularme así todo el tiempo. Como si le interesara ver mi cuerpo cuando estaba acostumbrado a modelos perfectas, delgaditas, de piernas largas y pechos enormes. Me invadió una oleada de inseguridad, que reprimí rápidamente.
—Y tú eres tan repugnante.
—Obviamente, no es tan asqueroso, ya que una vez me metiste la lengua en la garganta. Y lo disfrutaste —ronroneó.
Maldita sea, lo hice. ¿Por qué tuvo que mencionarlo?
—Me sorprende que lo recuerdes.
Su sonrisa burlona desapareció.
—No... quiero decir, no lo había pensado hasta ahora.
—¿Por qué me besaste?
Alejandro se movió y se aflojó la corbata un poco más.
—Te dije que te callaras. No pensaba con claridad esa noche.
—Bueno, supongo que no estuvo nada mal en cuanto a primeros besos se refiere.
La sorpresa se reflejó en su rostro mientras me miraba.
–¿ Primer beso?—mierda. Me mordería la lengua por darle más munición para burlarse de mí—¿No está nada mal? Puede que hayas tenido el mejor primer beso de la historia.
—Olvidé lo engreído que eres. Gracias por recordármelo.
Una sonrisa iluminó su rostro.
—No puedes negar mis habilidades. Apuesto a que tu segundo beso no estuvo a la altura del primero. ¿Te han besado siquiera desde aquella noche? Me imagino que tu actitud desagrada a cualquier hombre.
Me había quitado los zapatos como él sugirió. Ahora, quería lanzarle el estilete blanco a la cabeza.
—Sabes, Alejandro, ya me estoy arrepintiendo de haber aceptado fingir un matrimonio contigo.
Se encogió de hombros.
—Solo tenemos que seguir con la farsa durante dos años, y luego ambos seremos libres.
—Si no nos matamos en dos años.
—No te preocupes, cariño. Después de esta noche, pienso alejarme de ti lo más que pueda.
Dos años fingiendo estar casados de verdad en público mientras se evadían mutuamente en privado. Sonaba agotador.
—Fantástico —suspiré, apoyando la mandíbula en mi mano.
Pasaron unos minutos de silencio antes de que Alejandro dijera: —Nunca te pregunté cómo estabas después del funeral de tu padre. ¿Cómo estás ?
Se me trabó la lengua porque no esperaba esas palabras suaves y compasivas. Se llevó el vaso a los labios, con la mirada fija en mí.
—Me siento mucho mejor después de enterrarle. Lo extraño muchísimo y me siento culpable por haberme alejado tanto tiempo. No pude despedirme.
Él asintió.
—Estoy seguro de que sabía que lo amabas.
En los veinte años que Alejandro y yo llevamos juntos, creo que este fue el segundo momento de cortesía que tuvimos. El primero fue cuando mi madre murió cuando yo tenía diez años. Alejandro, con doce años, me dio una palmadita incómoda en el hombro y murmuró una disculpa. No hubo hostilidad, ni bromas, ni sarcasmo, y no supe qué hacer con eso. Me aclaré la garganta y me retorcí un poco.
—Eh… gracias.
La habitación volvió a quedar en un silencio incómodo.
—Bianca—levanté la vista— .Estaba pensando que podríamos consumar nuestra unión, ya sabes, para no morirme de aburrimiento esta noche. Como pareja de cama, puedo apañármelas contigo esta noche.
Horrorizada, sobre todo porque realmente pensé en acostarme con él, salté con un gruñido.
—Justo cuando pensé que tenías un poco de decencia.
Su risa alimentó mi ira.
—Vamos, no me digas que no lo has pensado desde que entramos en esta habitación —su mirada se dirigió al Cama King en el centro de la habitación y luego a mí. Las esferas metálicas ardían demasiado para mi comodidad. Hizo girar el vaso en su mano y sonrió con suficiencia.
Su sola mirada me provocó una oleada de calor. Nadie me había causado semejante efecto con solo mirarme. Era inquietante. Sentir cualquier tipo de atracción por Alejandro era simplemente peligroso.
Apretando los puños, espeté: —No todas las mujeres quieren abrirse de piernas para ti idiota. Si quieres dónde meter tu pene, métela en un hormiguero—mientras iba furiosa al baño, lo oí balbucear. Si se atragantaba con la bebida, se lo merecía. Su risa estridente solo me irritó más.
—Tus respuestas nunca dejan de divertirme—cerré la puerta de golpe—¡Bianca! No puedes pasarte la noche ahí dentro. ¿Qué vas a hacer? ¿Dormir en la bañera? Solo bromeaba. Necesitas relajarte.
—Cállate, Alejandro. Si esto va a funcionar sin que te estrangule, necesito que te calles.
Lo oí gruñir y luego se quedó en silencio. Momentos después, di un respingo al oír su voz. Parecía como si estuviera apoyado en la puerta del baño, igual que yo.
No bromeaba del todo. Me encantaría probarte en la cama.
Me quedé sin aliento. Pegué la oreja a la puerta, esperando a que empezara su risa irritantemente sexy y me dijera que estaba jugando conmigo otra vez, pero me encontré con el silencio. El corazón me dio un vuelco y me desplomé aún más en la madera. Algo me decía que si no tenía cuidado con Alejandro, acabaría en problemas.