Narra Alejandro
Mi ánimo se desplomó cuando vi a Bianca a través de las persianas, entrando en mi oficina. Solté un gemido. ¿Estaba allí para decirme que había vuelto a perder la cabeza ? Como era de esperar, sonó el teléfono de mi oficina.
—Señor Torres, Bianca Córdoba viene a verlo —mi asistente, Diana, suspiró—. No tiene cita, pero insiste en que necesita verlo.
—Hazla pasar.
Le había dado a Bianca unos días para que se calmara, pero seguía sin tener ganas de una confrontación. Tenía todas las razones para pensar que estaba loco. Presentarme en su puerta y exigir que nos casáramos no fue mi mejor momento.
La puerta se abrió y entró Bianca, mirándome con recelo. Me tomó un momento reconocer una dosis indeseada de atracción. Parecía igual, pero más... femenina. Me gustó lo que vi. No pude evitar fijarme en las curvas que realzaba su vestido informal. El cabello castaño café suelto, unos labios que se veían deliciosos. De alguna manera, todavía recuerdo lo suaves que eran cuando nos besamos. Parpadeé dos veces para intentar ahuyentar los pensamientos que me asaltaban.
—¿Viniste aquí a fruncirme el ceño?—Sonreí, repitiendo las palabras exactas que me había lanzado cuando aparecí en su casa.
Como si se diera cuenta de que estaba clavada en la puerta, con los brazos cruzados y lanzándome dagas con la mirada, exhaló y relajó la postura.
—Buenos días.
—Un saludo cortés. Quizás los ocho años te hayan ayudado a ablandarte después de todo.
—No empieces, Alejandro. No estoy de humor.
Mi sonrisa burlona se desvaneció al mirarla con atención. Parecía cansada. Era comprensible. Me imaginé que tenía mucho que hacer tras la muerte de su padre.
—Toma asiento.
Sus hombros se hundieron un poco al sentarse frente a mí.
—Te fuiste tan de repente el otro día.
Sí. Es muy acogedor cuando te cierran la puerta en la cara.
Bajó la mirada. Al menos parecía arrepentida.
—Bueno, estabas diciendo locuras y yo... Había tenido un día muy largo. Esperaba que aparecieras al día siguiente.
—Pensé que necesitabas algo de tiempo ya que estás lidiando con la muerte de tu padre.
—Qué dulce —murmuró secamente—. No sabía que lo eras Alejandro—solté un bufido, pero no pude evitar que las comisuras de mis labios se alzaran en una pequeña sonrisa. Nada había cambiado entre nosotros. Una sensación de alivio intentaba aflorar, como si hubiera extrañado nuestras pequeñas discusiones. Mierda. Tal vez había perdido la cabeza. Nos miramos fijamente un rato, ella mirándome fijamente y yo esperando expectante—.La carta —suspiró—. No puedo creer que esto esté pasando.
—¿Te importaría compartir lo que contenía?
—Como si no lo supieras. ¿No formas parte de la conspiración para arruinarme la vida?
—Bianca, ¿de qué demonios estás hablando? No he pensado en ti ni una sola vez desde que te fuiste— mentira total. Puede que me la haya pasado por la cabeza varias veces.
Sus ojos parecieron oscurecerse. Como siempre ocurría cuando estaba enfadada y a punto de soltarme una bronca. Pero solo puso los ojos en blanco.
—Igual que yo me olvidé de tu existencia durante unos años maravillosos. Papá le vendió su negocio a tu padre. Bueno, ahora es tuyo, ¿verdad, señor director ejecutivo? ¡ Felicidades !
Apretando los dientes, dije: —Concéntrate, Bianca. Por una vez estamos del mismo lado. Estoy tan confundido y enojado como tú–me froté la cara con la mano, miré hacia la ventana que separaba mi oficina del resto de la empresa y bajé la voz— Dime, ¿qué te dijo tu padre?
—De acuerdo. Papá tomó algunas decisiones comerciales imprudentes y, cuando se dio cuenta de que lo perdería todo, le vendió la mayoría de sus bienes a tu padre. Pero puso una condición: que Melissa y yo estaríamos bien. La única forma de que pudiera estar seguro de eso era si tú y yo nos casábamos.
Así que eso era lo que papá quería decir cuando insistía en cumplir su palabra.
—Mi papá se negó a explicarme por qué tenía que casarme contigo. Ahora lo sé.
—¿Quieres decirme que no tuviste nada que ver con esto?
—Vamos, Bianca. Aunque estuviera tan loco como para querer casarme, ¿de verdad crees que querría casarme contigo precisamente?
Unas largas pestañas ocultaron sus ojos por un momento.
–Claro que no—cuando volvió a mirarme a los ojos, dijo: —Bueno, en realidad no vamos a hacerlo, ¿verdad? O sea, definitivamente no me casaré contigo.
Me quedé en silencio, mirándola, incapaz de creer que estaba a punto de convencer a Bianca de casarse conmigo. Visité a mi padre al día siguiente de ir a casa de Bianca. Estaba decidido a salir de la situación como fuera, sin perder mi puesto como director ejecutivo, por supuesto. Después de nuestra conversación, empecé a entender su punto de vista sobre que un matrimonio me favoreciera. Algunos de nuestros asociados aún se mostraban escépticos ante mi decisión de asumir el cargo, considerando mi reputación.
Bianca tenía razón, solía tenerla, y eso me ponía de los nervios. Me veían como un playboy que no se tomaba nada en serio. Esa imagen de mí tenía que desaparecer. Casarme con Bianca me pintaría como un hombre estable, listo para hacer negocios serios. Ella era perfecta. Creció en mi mundo, se comportaba con aplomo y su reputación era impecable. La necesitaba y eso me repugnaba.
—Deberías reconsiderarlo.
De hecho, se atragantó y se irguió en la silla.
—¿Disculpa?
—Quizás casarnos no sea tan terrible.
Su risa, alegre y melodiosa, parecía flotar por mi oficina. No me disgustaba el sonido. Cuando se dobló y se dio una palmada en la rodilla, tuve que contener una sonrisa. Con el rostro sonrojado y los ojos brillantes de humor, parecía joven, inocente y despreocupada. Una mujer a la que me acercaría en un bar... si no supiera que era Bianca.
—¿Has terminado?
Eso la provocó otro ataque de risa y suspiré impaciente.
—Me fui por ocho años y tu ego creció tanto que te llevó a la locura. Debería haberme quedado para que tuvieras los pies en la tierra— sonrió con suficiencia y se secó los ojos.
–Escúchame.
Se secó los ojos, recobrando la sobriedad.
—Esto debería estar bien.
Un matrimonio de conveniencia. Ambos saldremos beneficiados. Mi imagen se verá muy bien restaurada y tú no te quedarás sin hogar ni dinero.
—Prefiero vivir en la calle que casarme contigo.
—¿Eso es lo que quieres para Melissa? Es tan joven y está acostumbrada a cierto estilo de vida. Me pregunto cómo le irá en la calle. Oye, ¿no va a la universidad este año? La universidad es cara— canté, dedicándole la misma sonrisa petulante que ella me acababa de regalar.
La expresión de Bianca se desmoronó. Por una vez, parecía vulnerable y casi me dio pena. Tragando saliva visiblemente, se aferró a su bolso, sin rastro alguno de su anterior alegría.
—Podría conseguir un trabajo. Tengo un máster.
¡Qué bien! ¿Dónde vas a encontrar un trabajo que te permita mantener la casa de tu padre y enviar a tu hermana a la universidad en cuestión de semanas?
—Maldita sea—susurró y yo sonreí triunfalmente.
—Ayudémonos unos a otros.
—Quiero más que la casa de papá y dinero para la educación de mi hermana.
—Di tu precio.
—La empresa de mi padre de regresó, sin condiciones, sin letra pequeña; completamente a nombre de los Córdoba.
Arqueé una ceja. Era inesperado. Estaba esperando una solicitud de un suministro inagotable de diamantes y vestidos de diseñador. Pero tuve que recordarme que no estaba lidiando con mis devaneos habituales. Estaba lidiando con Bianca. Mirándola con cierto respeto, le pregunté: —¿Crees que puedes dirigir con éxito la empresa de tu padre?
—Déjame preocuparme por eso.
Desprenderse de esa empresa sería un golpe apenas perceptible en el conglomerado que era Empresa Torres.
—Bien, dos años fingiendo ser una pareja amorosa. Hazme quedar bien y recuperarás todos los bienes de tu padre.
Se recostó e inhaló profundamente.
—Dos años es mucho tiempo para aguantarte, pero tenemos un trato.
Estaba haciendo un trato para un matrimonio de conveniencia con una mujer a la que consideraba mi enemiga desde la infancia. Nadie podría negar mi dedicación a la empresa después de esto. Extendí una mano. Bianca dudó antes de inclinarse y colocar la suya.
—Trato.
—Una condición, Alejandro.
—¿Otra condición? Ya te estoy poniendo un montón.
Ella lo fulminó con la mirada.
—Guarda tus manos para ti.
— No debería ser tan difícil, Bianca.
Ella apartó su mano de la mía y comenzamos a mirarnos fijamente.