La visita de Alejandro

1973 Palabras
Narra Bianca Me quedé mirando al hombre de mediana edad sentado al otro lado del escritorio de mi padre. Quise lanzarme sobre la superficie de madera y rodearle el cuello con las manos, pero eso habría sido demasiado extremo. No era culpa suya lo que me contaba. Él solo era el mensajero, el abogado de mi padre. —¿Estamos en quiebra ? Las pobladas cejas del señor Fernández se alzaron sobre sus ojos caídos. —Bueno, la empresa de su padre se vendió hace meses. La casa y todos los demás bienes están en peligro de ser... –Un simple sí, estás en la ruina, habría bastado, George — al instante me sentí mal por descargar mi ira con él. Era un buen tipo. Simplemente no podía evitarlo. Era recurrir a la frivolidad y el sarcasmo o perder la calma por completo delante del abogado. Nunca dejé que nadie presenciara mis crisis. Se ajustó las gafas de montura metálica y me miró con lástima. Lo odiaba. —Lamento mucho tu pérdida. Vicente era un buen hombre. —Sí–asentí. Lo extrañaba muchísimo, pero estaba furiosa porque me había mentido. Papá me hacía seguir pensando que todo iba de maravilla, incluso después de que enfermara. Casi me echo a llorar porque sabía que mentía para que no lo dejara todo y corriera a casa. Durante mucho tiempo, habíamos sido mi papá, mi hermana menor y yo. Siempre sentí que era mi deber cuidarlos. Papá prácticamente tuvo que echarme de casa para que pudiera ir a la universidad fuera del estado sin sentirme culpable. La culpa de haber dejado a mi familia durante tanto tiempo siempre me atormentaba, pero saber que estaban bien había sido mi consuelo. Maldita sea, papá. Odiaba que intentara protegerme de todo. Claro, era su deber, pero ya no tenía doce años. —¿Hay algo que pueda salvar... de alguna manera?—acabo de graduarme de una maestría en Análisis de Negocios. Siempre quise demostrarle a mi padre que no necesitaba un hijo al que dejarle su imperio empresarial. Pero, por el momento, estaba sin trabajo. No podía hacer mucho para salvar nada, pero aun así tenía que preguntar—¿Quizás recuperar mi puesto en la empresa? El señor Fernández me dirigió otra vez esa mirada lastimera y fruncí el ceño. Lo siento. Lo hecho, hecho está. Sé que intentó arreglar las cosas, pero fue impreciso sobre lo que tenía planeado. Dijo que cuando llegara el momento oportuno lo averiguaría y que debía asegurarme de que todo se resolviera legalmente. Lo miré con una ceja arqueada. Qué misterio. El señor Fernández llevaba en el negocio desde que tengo memoria. Se encogió de hombros y tomó su maletín. —Sabes que puedes llamarme si necesitas ayuda con cualquier cosa, ¿verdad? —Claro—murmuré. Lo que quería era que me ayudara a recuperar la empresa de papá. Disimulé bien mi sorpresa, pero no podía creer que papá hubiera vendido su querida empresa cuando la construyó él solo con su propia sangre y sudor. ****** El día entero se me vino encima. Después de horas de organizar el funeral y recibir más malas noticias, estaba exhausta. Me froté los ojos y suspiré con cansancio. Gracias por su visita, Señor Fernández. Nos vemos. —No hace falta. ¿Cómo vas con los preparativos? —Bien. Gracias. ¿Nos vemos en el funeral? —Claro—me levanté al mismo tiempo que él y puse mi mano en la suya—. Cuídate, Bianca. Solo pude asentir y sonreírle con fuerza. Si abría la boca para decir otra palabra, me echaría a llorar. Mi hermana Melissa tenía dieciocho años y estaba camino a la universidad. No había manera de que pudiera decirle que no había dinero para sus estudios. Además, tenía que encontrar la manera de mantenernos bajo techo. Al salir de la oficina de papá, arrastrando los pies y con los hombros encorvados, la única solución que se me ocurrió fue encontrar un trabajo. Pronto. De repente senti un golpe. —Ups, lo siento, Bianca. Melissa se enderezó con una leve sonrisa. Yo era más grande que ella, así que el choque no me afectó tanto. Para borrar cualquier rastro de desesperación que aún pudiera quedar en mi rostro, pregunté: —¿Qué prisa tienes?—era increíble que aún tuviera energía, ya que había estado conmigo todo el día. —Tienes una visita. No estaba de humor para recibir más invitados. —¿Otro más? El Señor Fernández acaba de irse. —Sí, él bajaba mientras yo subía. —¿Quién es?—pregunté molesta. Melissa frunció los labios y abrió mucho los ojos castaño claro. —Eh... ¿por qué no vas a verlo tú misma? —Hermana—gruñí, ahora con sospecha—. Dime quién es. —Alejandro..Torres Para Melissa no era ningún secreto cuánto despreciaba a ese hombre. Siempre le parecía divertido mi desprecio por él. Incluso después de ocho años de separación, aún le guardaba rencor. —¿Qué quiere?—gemí. Se encogió de hombros. —No me lo dijo. Solo pidió verte— una sonrisa pícara le levantó los labios. Me alegró verla porque sabía que se había tomado muy mal la muerte de papá —.Sé que estamos pasando por un momento muy duro, pero ¿puedo decir que Alejandro está buenísimo? — Típico de un adolescente —dije poniendo los ojos en blanco—. No esta ... —Como sea. No sé qué problema tienes con él. Siempre ha sido amable conmigo. —Es un imbécil—refunfuñé mientras bajaba las escaleras. Se oyeron pasos en la alfombra detrás de mí cuando me detuve y me di la vuelta. Melissa casi me choca de nuevo—.Voy a ver qué quiere. Sola. —Vamos, Bianca. Seguro que solo viene a darme el pésame. Merezco recibirlo tanto como tú... y ver ese rostro tan bien formado. —Melissa —me reí—. Controla tus hormonas. Te llamaré si solo está aquí para eso, ¿vale? —Está bien —resopló y caminó pisando fuerte en dirección a su habitación. Poniendo los ojos en blanco, no pude evitar sonreír. Mi hermana tenía razón. Por mucho que Alejandro me disgustara, era innegable que era un buen ejemplar masculino. Demasiado guapo para su propio bien. Quizás por eso era tan imbécil. Los hombres que se creían un regalo de Dios para las mujeres solían serlo. Cuanto más me acercaba a la sala, más se me apagaba la sonrisa. No podía permitir que él pensara que mi sonrisa era para él. La habitación estaba vacía. Con suerte, se habría ido, así no tendría que lidiar con él estando tan agotada. Un movimiento me llamó la atención y, a regañadientes, caminé hacia la puerta entreabierta del recibidor. Allí encontré a Alejandro paseando por el porche. Estaba de espaldas, así que admiré sus anchos hombros antes de que se diera la vuelta. Cuando lo hizo, casi di un paso atrás. No esperaba que su mirada fuera tan intensa. Sus penetrantes ojos plateados siempre me habían cautivado. Hubo un tiempo en que pensé que eran sus ojos los que hechizaban a las mujeres, haciéndolas adularlo. Podría ser su rostro perfecto y escultural, como dijo Melissa. Su cabello rubio oscuro estaba despeinado, como si se lo hubiera pasado los dedos muchas veces. Tras mi sutil evaluación inicial de Alejandro, fruncí el ceño para imitar su expresión. —¿Viniste aquí a fruncirme el ceño? Su expresión se suavizó un poco y dejó escapar un suspiro. —¿Así me saludo después de ocho años? Déjame empezar de nuevo. Bianca, hola . Ha pasado tiempo. —No lo suficiente, si quieres saber mi opinión—ser grosera parecía salirme de forma natural cuando estaba cerca de él. Mirarlo me trajo el recuerdo del incidente. Todavía estaba amargada por ese beso infernal que compartimos y por lo que dijo después. Sus labios se levantaron ligeramente, pero su expresión permaneció tensa. —La misma Bianca de siempre, pensé que te ablandarías después de unos años. —¿Qué haces aquí?—crucé los brazos a la defensiva, lista para la batalla. —Me enteré de lo de tu padre. Lo siento. —Gracias–empecé a moverme de un pie a otro porque no tenía ni idea de qué hacer o decir cuando Alejandro se portaba bien. Desde niños, pasar más de un minuto juntos terminaba en una guerra verbal. Mi presencia parece sacarlo de quicio tanto como él me pone nerviosa a mí. Me consoló ver que él estaba tan incómodo como yo —¿Eso es todo? —¡Cuánto me gustaría! —suspiró. Levantó la mano y me ofreció un sobre—. Esto es para ti, de parte de tu padre. —¿Mi padre? ¿Qué haces con él? —le arrebaté el sobre, molesta porque había dejado algo privado en sus manos. —Tranquila, se lo dio a mi padre… hace algún tiempo, supongo. Miré la carta y luego lo fulminé con la mirada. —¿No la leíste? —¿Por qué no me dejaba papá una carta privada con su abogado? —¿En serio? ¿Cuándo me ha interesado tanto algo relacionado contigo, Bianca? —Bien dicho. Gracias por la entrega. Nos vemos pronto—volví a entrar, preparada para cerrar la puerta. Sabía que un minuto más con Alejandro me llevaría a una discusión y estaba agotada. Entonces me di cuenta de lo mal que debía de verme y me pasé la mano por el pelo, cohibida. Me enojé conmigo misma al instante. ¿Desde cuándo me importaba mi aspecto delante de Alejandro? Su palma aterrizó en la puerta. —No tan rápido. Hay algo más. Le miré las manos, preparada para que sacara otro sobre. —¿Qué? Su gemido bajo me hizo mirarlo a la cara para captar su expresión de dolor. —No puedo creer que esté haciendo el tonto—siseó—. Bianca... te necesito... vamos a tener que casarnos. Silencio ensordecedor era una frase que nunca había entendido del todo hasta entonces. No se oía ni un sonido, solo Alejandro y yo mirándonos fijamente. Mis ojos iban de un lado a otro, esperando a que quienquiera que me estuviera gastando una broma se asomara. O quizá era Alejandro bromeando. Tenía veintiocho años, pero estaba bastante segura de que aún era lo suficientemente inmaduro como para intentar gastarme una broma para reírme. —Increíble. ¿Me estás diciendo que no has madurado ni una onza en ocho años? ¡Dios mío, Alejandro, ya casi tienes treinta! Él frunció el ceño. —¿Qué? —¿Casarme contigo? ¡Qué gracioso! —Bianca, no estoy... —Mi padre acaba de morir y ¿crees que es buen momento para reírte de mí? Estás enfermo. Tenía un tic en la mandíbula. —Ojalá fuera yo quien bromeaba. De verdad. Por desgracia, hablo en serio. Mira, tienes que casarte conmigo para que pueda controlar... mi empresa. Es una tontería, pero escúchame... —Obviamente has perdido la cabeza. —Bianca... Cerré la puerta de golpe. Tenía que hacerlo o acabaría dándole una bofetada. Otra vez . No me enorgullecía haber perdido los estribos aquella vez que me besó... nos besamos. Me costó un poco admitir que le devolví el beso, pero moriría con ese secreto. —¡Simplemente lee la carta, Bianca!— gritó. Me quedé mirando el sobre unos segundos, con miedo de abrirlo. Estaba cabreada confundida y cansada. Justo en la puerta, lo abrí. Estaba escrito a mano por mi padre, no por su secretaria. Mi corazón empezó a latir con fuerza al leer la carta. Apenas podía entender lo que decía, así que abrí la puerta de golpe y descubrí que Alejandro se había ido.
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