Narra Bianca
Llevas dos meses casada con un mujeriego vil y aún no lo has matado. Te mereces champán.
Las palabras que me decía solo resonaban con humor. Una copa apareció detrás de mí, sostenida por el tallo con dedos largos. La risa familiar me hizo temblar los labios. Maldito sea Alejandro por hacerme querer sonreír. Su aliento acariciando mi cuello me hizo estremecer y contuve el aliento.
Aceptando el vaso, tomé unos sorbos.
—Primero, he descubierto que no eres del todo vil. Segundo, no deberíamos celebrarlo tan rápido. Podría matarte aún... si esta aburrida fiesta no te mata primero.
Soltó una risita y se acercó para ponerse a mi lado. Él también observó el mar de gente elegantemente vestida. Estábamos en un evento benéfico organizado por alguien con quien Alejandro esperaba hacer negocios. Yo estaba completamente comprometida con la caridad, pero esta multitud era un verdadero aburrimiento.
—¿Recuerdas nuestra noche de bodas?
—¿Cómo podría olvidarlo? Fuiste un completo imbécil— dije entre dientes, sonriéndole a la mujer que pasaba. Se agarró el pecho y sonrió de oreja a oreja. La señora Parsons pensó que Alejandro y yo éramos la pareja más linda que había visto en su vida, según sus palabras. Estuvo en nuestra farsa de boda. Siempre se había movido en nuestro círculo, presente en casi todas las funciones relacionadas con los Torres. Según ella, siempre supo que acabaríamos juntos. Si tan solo supiera la verdad. Mi sonrisa se desvaneció en cuanto se fue.
Ahí estaba otra vez esa risa gutural y seductora. Cada día que pasaba me afectaba más.
—Esa noche solo teníamos dos cosas en común. Ahora tenemos tres. Tú y yo siempre hemos odiado estas juergas.
–Llevo dos meses aguantando tu sarcasmo constante, y me está empezando a resultar atractivo– Sonrió ampliamente cuando hice una mueca. Lo observé atentamente, intentando adivinar si bromeaba o hablaba en serio.
—Recuerda sonreír, esposa. La gente me está mirando.
—Mátame ahora —gemí, apurando el resto de mi champán. Pasó un camarero y tome otra copa.
Alejandro tarareó: —Mira, estar casada conmigo solo ocho semanas te ha convertido en una alcohólica. Debo ser el peor.
—En verdad lo eres —dije dulcemente.
Sus dientes blancos brillaron al reír.
—Esa es mi Bianca, encantadora como siempre–sacó el teléfono del bolsillo y miró la pantalla—¿Estarás bien unos minutos? Necesito atender esta llamada.
—Siempre estoy bien sin ti —resoplé—. Y no soy tu Bianca.
—Parece que tenemos que irnos de aquí cuanto antes. Alguien se está poniendo más gruñóna que de costumbre.
Puse los ojos en blanco mientras se alejaba tranquilamente, con el teléfono pegado a la oreja. Mi mirada se clavó en su espalda y dejé escapar un profundo suspiro. No fueron los dos meses con Alejandro que me hizo beber champán como si fuera agua. Fue lo que pasó antes del evento benéfico. Lo acompañé a varios desde que nos casamos, pero este fue diferente. Antes de irnos de su casa, ocurrió algo entre nosotros que me preocupó.
Me estaba poniendo el vestido verde oliva ajustado que me sentaba de maravilla con mi piel clara. Mientras me giraba de un lado a otro, observándome en el espejo de cuerpo entero, gemí. El vestido era precioso y carísimo, pero quizá le quedaría mejor a alguien más delgada.
—Uf, yo y mis caderas de anchas. Es una maldición que he tenido que soportar— intentar deshacerme de mis curvas extra resultó inútil con los años.
—Otros podrían llamarlo una bendición.
Di un grito y me giré, con la mano sobre el corazón.
–Dios mío, ¿cuánto tiempo llevas ahí parado?
Alejandro se apoyó en el marco de la puerta, con los tobillos cruzados y las manos en los bolsillos, luciendo su característica sonrisa pícara y un traje que le sentaba a la perfección. La forma en que sus ojos me recorrieron de pies a cabeza me puso la piel de gallina.
—Lo suficiente para saber que no aceptas tu cuerpo de mujer adulta. Deberías. Es... atractivo.
Reprimiendo una sorprendente sensación de placer, respondí: –La última persona de la que necesito que me valide mi imagen corporal eres tú, señor que solo salgo con modelos.
—Salí con una sola modelo profesional. Las demás modelos de i********: no cuentan.
—Gracias por el repaso de tu historial de citas —dije con el ceño fruncido.
—¿Celosa?
–De ninguna manera.
Nuestras discusiones se habían convertido en bromas ligeras en lugar de nuestras habituales batallas pintorescas, insultantes y llenas de ira. Supongo que se debía a que ambos nos habíamos resignado a estar atrapados juntos durante los próximos dos años. Así que no pudimos hacer más que tragarnos el resentimiento y lidiar con la situación hasta que no fuera necesario. Además, en el espacioso departamento de dos plantas de Alejandro, pudimos darnos mucho espacio. Me mantuve alejado de él lo más posible.
Su sonrisa petulante empezó a irritarme y le espeté: —¿Te importaría irte? Estoy terminando de vestirme–los dedos de mis pies se encogieron en la alfombra afelpada y empecé a juguetear con mi vestido ajustado. Odiaba lo incómoda que me sentía atrapada bajo su intensa mirada.
—Me iré después de darte tu regalo.
Arqueé las cejas.
—¿Ahora nos compramos regalos? No me enteré.
Sacó las manos de los bolsillos y algo brilló en una.
–Te compré algo que combina con el vestido—levantó una mano y me quedé mirando el collar de diamantes con un colgante de esmeralda en forma de pera. Las piedras eran tan grandes que se veían desde el espacio. Era precioso y combinaba con el vestido.
Tragué saliva con dificultad al verlo acercarse.
—Es... precioso—pensé que me daría la joya y se iría. En cambio, me rodeó para ponérmela alrededor del cuello. El calor de su cuerpo tan cerca del mío era imposible de ignorar. Ese aroma que llevaba me llegó a la nariz. Era embriagador.
Tragué saliva de nuevo, confundida por mi reacción al mirarnos con los ojos abiertos en el espejo. Sin embargo, no debería haberme confundido. Alejandro y yo nunca nos hemos llevado muy bien, pero eso no tenía nada que ver con que él fuera un hombre —uno muy atractivo— y yo una mujer con sentimientos y necesidades. Me gustaría pensar que no tenía ningún control sobre la potente chispa de excitación que me ardía. Su mirada se cruzó con la mía en el espejo y me quedé paralizada. Ni siquiera me atreví a respirar cuando me observó detenidamente.
—Perfecto.
Seguramente la palabra ronroneada no era un cumplido directo. Solo quería decir que me veo lo suficientemente presentable como para ir del brazo de un multimillonario. ¿Verdad?
—¿Para qué es esto?— acaricié el colgante con dedos nerviosos.
—Cualquier esposa mía necesita lucir espectacular.
Claro. Fue justo como lo había pensado. El regalo no tenía ningún sentimiento.
–Claro. ¿Lo elegiste tú?
Sus ojos se alzaron y chocaron con los míos. Seguía demasiado cerca y nos miramos fijamente en el espejo. Él parpadeó y retrocedió.
—Claro que no—negó demasiado rápido—.Mi asistente se encargó. Solo pensé que debía...–se encogió de hombros— .Estoy seguro de que todas las mujeres presentes lucirán las joyas más caras. Como esposa de un Torres tú también deberías.
Metió las manos en los bolsillos, se balanceó sobre los talones y dijo: —Te dejo sola ahora—dicho esto, se dio la vuelta y salió.
Al volver al presente, me encogí al recordarlo. Odié que se me encogiera el corazón un poco y sentí una punzada de decepción cuando él descartó el regalo como si solo fuera una forma de guardar las apariencias.
—Soy una idiota–gemí, apurando el resto de mi champán. Me permití pensar que a Alejandro le importaría lo suficiente como para comprarme joyas como un gesto amable. Quería que pareciera una Torres. Nada más. Lo vi al otro lado de la habitación volviendo hacia mí, pero dos hombres mayores lo detuvieron.
Me hizo una seña y respiré hondo. Uno de los hombres con los que estaba hablando era Charli Mendoza, el pez gordo con el que Alejandro quería hacer negocios. Ya conocía a su esposa. Bueno, tenía pinta de actor y era hora de actuar. En las últimas semanas descubrí que mis dotes interpretativas son excelentes. Dejé mi copa vacía y me deslicé por el salón.
—Alejandro, cariño —sus ojos se posaron en mí y se abrieron un poco, pero se recuperó enseguida. Incluso yo casi puse los ojos en blanco ante mi tono empalagoso.
—Bianca querida—me miró con recelo y sonreí. Siempre fingíamos ser una pareja feliz, pero nunca antes habíamos usado palabras cariñosas.
–Buenas noches, caballeros.
Los dos hombres sonrieron cálidamente.
–Le estábamos diciendo a Alejandro que no hemos tenido el placer de conocer a su encantadora esposa.
—Caballeros, les presento a Bianca. Bianca te presento a Geraldo Hernandez —dijo, asintiendo con la cabeza al hombre que había hablado y le estreché la mano.
–Encantada de conocerlo.
—Y este —dijo Alejandro señalando al otro hombre de amables ojos azules y abundante cabello gris— es Charli Mendoza
—Un placer. Gracias por la invitación.
Me estrechó la mano y sonrió.
–Gracias por venir. Ya conociste a mi esposa. Dice que eres un encanto.
Había sido muy encantadora al llegar.
–Sí, me invitó a su próxima reunión del club de lectura.
Charli parecía impresionado.
–¿En serio? Entrar en ese club de lectura es como intentar violar la seguridad del gobierno—rio entre dientes— .Sin duda, causaste una buena impresión—nos miró a Alejandro y a mi pensativo—
Torres, ¿qué te parece si juegas al golf conmigo este fin de semana? Como las chicas ya son amigas, lleva a Bianca. A mi esposa le gusta comer tranquilamente en el club mientras yo juego con los chicos.
—Me gustaría. Gracias, Charli.
—Eso suena genial–dije con entusiasmo. Pasar una tarde entera en un club de campo lleno de pretenciosos del uno por ciento era lo último que quería, pero tenía que seguirle el juego y no perder de vista el objetivo.
En cuanto Charli y Geraldo se alejaron, Alejandro rio entre dientes:
—¿ Cariño ? Eso es nuevo.
–Acabo de conseguirte una cita con Mendoza. De nada.
Se quedó callado y me miró fijamente un momento.
—Sí que lo hiciste. Estoy impresionado. Me evitaba como la peste antes de esta noche.
—Estoy segura de que un caballero refinado como él no apreciaría tu reputación de libertino irresponsable.
—No puedes evitar burlarte de mí, ¿verdad?
—Culpable.
Sus labios se crisparon y las comisuras se levantaron ligeramente.
—Bueno, gracias de todos modos.
—¿Vas a comprarme otro collar por mis esfuerzos? ¿Unos pendientes, quizás?
—No pensé que fueras ese tipo.
—No, pero merezco algo por mi esfuerzo—me miró con curiosidad y al instante me arrepentí de lo que dije. Parecía que estaba coqueteando. Carraspeando, sugerí demasiado rápido: —Bailemos. Eso les demostrará a todos lo enamorado que estás de mí y cómo has cambiado. ¿Verdad?
No respondió. Simplemente frunció el ceño al ver mi mano en su brazo. Lo sentí tenso y frunció el ceño. ¿Cuál era su problema? Pensé que estaría interesado en nuestro juego de convencer a todos de que éramos una pareja amorosa. Fue idea suya desde el principio.
Alejandro se comportó como un gruñón el resto de la noche, excepto cuando alguno de sus colegas estaba cerca. Estaba más que irritada. Ahí estaba yo, dedicándome a hacerlo quedar bien, y él era un imbécil. Típico de Alejandro. Estaba a punto de estallar de rabia para cuando íbamos de camino a casa.
La parte trasera de la limusina estaba en silencio y yo, furiosa, lo miraba fijamente. Su ceño fruncido probablemente era más severo que el mío. No pude evitar preguntar: —Bueno, ¿qué te pasa, Alejandro?
–¿De qué estás hablando?— prácticamente gruñó.
Hice todo lo que debía hacer esta noche. Ayudé a Mendoza a cambiar su percepción de ti y ahora estás un paso más cerca de conseguir su cliente. Pensé que lo agradecerías. En cambio, has estado de mal humor desde... —su humor cambió en cuanto sugerí que bailáramos. El calor casi me consume la cara— ¿Tan horrible fue bailar conmigo?
—No fue el baile, Bianca —espetó—. Fue todo–lo miré sin comprender y él se pasó una mano por el pelo, alborotándose los mechones rubios—.Tu cariño, aunque falso, me dejó excitado y molesto. ¿De acuerdo? Tengo una grave privación s****l, y estoy seguro de que es lo que ha estado causando mis extraños pensamientos sexuales sobre ti—me quedé boquiabierta y miré la mampara de cristal tintado. Por suerte, estaba levantada—.No aprecié la enorme cantidad de caricias de esta noche ni la... cercanía—apretó la mandíbula después de su discurso.
Normalmente nunca me faltan palabras, pero en ese momento lo único que pude hacer fue mirar boquiabierta a Alejandro.