Narra Alejandro
Me habría reído de la expresión de Bianca si no estuviera tan alterada. Abrió y cerró la boca varias veces, pero, sorprendentemente, no le salieron palabras. Por primera vez en su vida, guardó silencio. Me alegraría de que por fin se callara si mi atención no se hubiera centrado en su boca... y en cómo ese vestido le ceñía las curvas.
El collar que le había regalado estaba justo entre su apetitoso escote. Había mentido sobre no haberlo elegido yo. No podía permitir que Bianca supiera que me estaba tomando el tiempo de comprarle cosas. Negué con la cabeza para apartar ese pensamiento de mi mente.
Su mirada de asombro e incertidumbre la hacía parecer vulnerable... inocente. No estaba acostumbrado a esa Bianca. Naturalmente, tenía que sacarla de quicio. Quería que se enojara y me sermoneara sobre algo. Era inmaduro de mi parte, pero últimamente habíamos sido demasiado amigables y tal vez volver a ser como éramos acabaría con esos sentimientos indeseados.
–Todos estos años intentando que te callaras y esto es lo que cuesta. Mantén la misma energía hasta que lleguemos a casa. Estoy disfrutando de la paz y la tranquilidad.
Entrecerró los ojos y exhaló. Ahí estaba. La Bianca a la que estaba acostumbrado.
–¿Por qué cada vez que dejo de lado mi disgusto por ti para intentar ser civilizado lo arruinas abriendo la boca?
—Si no recuerdo mal, te gusta mi boca.
Si las miradas mataran, estaría muerto. Su mirada era tan severa que congelaba partes del cuerpo.
—Recordar ese beso sin sentido de hace años ya es viejo.
Me encogí de hombros.
–Esa fue la única vez que logré lo imposible: hacer que dejaras de hablar—por mucho que finja haberlo odiado, era difícil que lo olvidara jamás.
—Sé por qué no te gusta escuchar lo que tengo que decir.
–Ilumíname—mi seca respuesta me valió otra mirada asesina.
–Solo odias escuchar lo que tengo que decir porque te hago ver la verdad sobre ti mismo–se giró hacia mí y continuó: –Siempre has sido un mujeriego egoísta con un solo objetivo: controlar el negocio familiar. Además, soy la única que no siente la necesidad de besarte el trasero porque eres un Torres. Por eso no me soportas–me miró desafiante—. Admítelo.
Me dio en el clavo. Apreté la mandíbula con tanta fuerza que pensé que se me romperían los dientes, así que la miré con enojo. En lugar de responder a lo que decía, que era la verdad, gruñí: –Llevo dos meses sin acostarme con nadie. Que te pelees conmigo cuando estoy cachondo y triste no es buena idea–su jadeo resonó en el auto y me lanzó una de esas miradas de superioridad moral.
–Existe tal cosa como demasiada información.
—Solo una advertencia. No quisiera enfadarme y decir algo que pudiera herir tus sentimientos —como ella me había herido a mí.
–Como si tuvieras ese poder.
—Sabes qué, Bianca... —suspiré—. Acordemos discrepar... en todo , y terminemos con todo esto durante el próximo año y diez meses. ¿Crees que podemos hacerlo?
Ella resopló y puso los ojos en blanco como respuesta. Se hizo el silencio, así que me concentré en el paisaje que pasaba rápidamente por la ventana tintada.
–Supuse que todavía estabas... atendiendo tus necesidades.
Mi mirada se dirigió hacia ella.
–¿Qué?
–Dije, pensé.
—Te oí—no pude evitar reírme— ¿Que me atiendan? ¿Qué tiene de especial hablar de sexo ?
Su rostro se tiñó de un bonito tono rosado.
–No entiendo qué tiene de gracioso—gruñó.
—Siempre has sido tan correcta. Antes me resultaba muy molesto.
– ¿Solías hacerlo?
—Ahora me excita un poco. A veces... cuando no me estás volviendo loco.
Quizás fui demasiado sincero porque me miraba boquiabierta otra vez. Dejar escapar esa información fue un desliz. Causó que la tensión subiera un poco. El aire era tan denso e incómodo que metí un dedo en el cuello de la camisa y tiré.
–¿Qué te hace pensar que seguí ahí fuera haciendo el tonto durante los últimos dos meses?
Los dedos de Bianca estaban entrelazados en su regazo y pude ver cómo sus nudillos se ponían blancos.
–Eres quien eres, Alejandro.
Tuve que contener mi enfado. La incomodidad de querer arrastrarla por el asiento y besarla era suficiente. No necesitaba que se añadiera más rabia.
—¿Tienes que aprovechar cualquier oportunidad para llamarme mujeriego?
Ella se encogió de hombros.
—No puedes estar tan ofendido. Algo que siempre te he reconocido es que reconoces tus travesuras.
–Cierto. Bueno, quizá te sorprenda, pero he sido fiel a nuestra farsa de matrimonio. Al fin y al cabo, el objetivo es cambiar mi imagen y reparar mi reputación. No soy tan irresponsable como para arruinar nuestro progreso.
—Podrías ser discreto—murmuró ella, desviando la mirada.
—Gracias por preocuparte por mi vida s****l, pero me las arreglaré.
–¿Por cuánto tiempo?
—Dios mío, Bianca. ¿Puedes soltarlo? –no quería pensar demasiado en que estaba sufriendo una tortura.
Su cara estaba aún más roja que antes.
—Nunca dejas de demostrar lo imbécil que eres.
—¿Qué voy a tener que hacer para que dejes de hablar? ¿Besarte otra vez?
Su boca se cerró de golpe y sus ojos, fijos en mí, eran enormes. Un interés evidente brillaba en esas órbitas oscuras. El recuerdo del incómodo encuentro que tuvimos en su habitación antes del evento benéfico me asaltó. Casi la besé entonces. Estábamos tan cerca, el calor de su cuerpo me tentaba a darle la vuelta y saborear sus labios. Igual que me tentaba a saborearlos ahora. ¿Sabrían igual que la primera vez? No me di cuenta de que mi mirada se había posado en su boca hasta que oí la respiración entrecortada. Bianca levantó una mano para acomodarse un mechón de pelo detrás de la oreja. Le temblaron un poco los dedos y apartó la mirada de mí. Estaba tan nerviosa como yo tentado.
No, no iba a ceder. Era mejor no complicar las cosas con sexo. Al cabo de dos años, deberíamos poder terminar con esto. Mi mente me decía una cosa, pero mis dedos la agarraron por la muñeca y tiraron de ella. Cuando aterrizó en mi regazo con un jadeo, creo que me sorprendí tanto como ella.
—¿Qué crees que estás...?
—Cállate, Bianca
No la besé de inmediato, solo la miré fijamente, preguntándome qué demonios estaba haciendo. Era como si estuviera poseído. Sabía que mantener mis manos alejadas de ella era lo mejor, pero no pude resistirme. Si iba a pasarme de la raya, no sería como antes. No podía acusarme de besarla . Me aseguraría de que ella quisiera que lo hiciera.
Su pecho subía y bajaba rápidamente, sus ojos se oscurecieron de curiosidad y deseo, y entonces, me besó.