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Mis seductores hermanastros.

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Blurb

Cuando Amara se muda a la casa de su madre y su nuevo esposo, solo espera encontrar estabilidad… no perderla.

Con dieciocho años y el corazón lleno de incertidumbre, su mundo da un giro cuando conoce a Eli, el hijo menor de su padrastro; encantador, descarado, y tan seguro de sí mismo que parece leerle los pensamientos.

Entre ellos surge una conexión inmediata, un juego peligroso que ninguno está dispuesto a admitir, pero al que se atreven a jugar.

Pero aquel equilibrio se rompe cuando Adrien, el hermano mayor, regresa a la casa tras cancelar su compromiso en Nueva York.

...

Estoy atrapada entre un chico que me mira como si me deseara… y un hombre que no me mira como nada, pero aun así logra estremecerme.

...

Adrien es todo lo que Eli no es; reservado, maduro, con una mirada que parece desnudarle el alma. Y de pronto, Amara se encuentra atrapada entre dos amores prohibidos e imposibles… dos hermanos que despiertan en ella lo que nunca había sentido.

Entre el deseo, la culpa y un amor verdadero, Amara deberá elegir entre seguir su corazón o proteger lo que queda de su “familia”

¿Qué decisión tomará?

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Capítulo 1: La casa de los Hale.
Capítulo 1: La casa de los Hale. Narra Amara —No deberías sonrojarte tanto, Amara. —su voz bajó un tono—. Me haces pensar que te intimido. —Lo haces, más si me observas de esa manera. Él sonríe y muestras sus dientes perfectos. —Pones las cosas difíciles. Me aparté, fingiendo incomodidad, aunque en realidad lo que sentía era otra cosa.El viento se levantó, moviéndome el cabello hacia mi rostro. Eli levantó una mano y apartó un mechón con suavidad. Su toque fue leve, pero suficiente para hacerme contener la respiración.—Tranquila, no voy a hacer nada —dijo con una sonrisa pícara—. Aún no. Mi hermanastro Eli siempre es tan frívolo; coqueteó conmigo desde la primera noche que me mudé a su casa. … Hace unos días tuve que tomar una decisión muy importante, la decisión de mudarme a casa de mi madre y su nuevo esposo. Abandonar Madrid, era igual que abandonar a mi padre, pero tenía que hacerlo, su falta de afecto me había hecho más daño que la separación en sí. Desde el momento que llegué a Asturias, podía sentir el cambio a esa nueva vida que me esperaba. El aire era diferente, más limpio y frío, muy distinto al humo de la ciudad que dejaba atrás. Mi madre me recibió aquel día con Richard, su esposo, un hombre elegante, de porte firme y sonrisa amable. Intenté ocultar mi incomodidad, pero él fue cortés y cálido desde el principio. El camino hacia su casa se sintió eterno. Mi madre no dejaba de acariciar mi mano, y yo no podía dejar de mirar el enorme anillo en su dedo, símbolo de una vida que había construido sin mí. Cuando llegamos, la mansión me dejó sin aliento. Era imponente, moderna, rodeada de campo. Me repetí que estaría bien, que debía darle una oportunidad… aunque me costara. Pero, no solo debía darle una oportunidad a él, sino a sus hijos. Ese día conocí al menor de ellos. Estaba en la sala de estar cuando una figura apareció en lo alto de las escaleras. Eli, el hijo de Richard. Era joven, atractivo, con un aire despreocupado imposible de ignorar. Su mirada azul me recorrió con curiosidad antes de dedicarle una sonrisa burlona a su padre. Cuando bajó, me saludó con una confianza casi insolente, pero de alguna manera encantadora. Recuerdo muy bien el momento en que Richard nos presentó y la forma en qué Eli empezó a dar las primeras señales de lo que pasaría en mi estancia en la casa de los Hale: —Eli, ella es Amara, la hija de Helena —dijo Richard con una sonrisa. El chico de ojos azules me sonrió con un gesto ladeado, juguetón, que me hizo sentir un poco nerviosa o quizás intimidada. —Entonces tú eres la nueva inquilina —dijo con un matiz divertido—. Bienvenida al paraíso rural. No te preocupes, no todos somos tan formales como mi padre. —Eli… —murmuró Richard, en advertencia.—¿Qué? Solo intento que se sienta cómoda. El chico sacudió sus manos como limpiándolas para luego extenderlas hacia mí. —Eli Hale. Es un gusto, Amara. Sonreí, apenas, sin poder evitarlo. Extendí mi mano y él la recibió con delicadeza. Mi primera impresión de Eli fue buena, había algo en él… algo que no sabría describir. —Vamos, te mostraré la casa —dice Eli.Acepté, más por educación que por interés, pero pronto descubrí que su compañía no era tan mala.Caminamos por pasillos amplios, decorados con cuadros antiguos y alfombras suaves. Había un piano en una de las salas y el aroma de la madera era intenso. —Quién toca el piano ¿tú? —pregunté. Él hace un gesto con su boca y niega con su cabeza. —Yo no toco ni las palmas… Es mi hermano el que lo toca —comentó Eli, notando mi curiosidad—. Aunque hace meses que no viene, por lo tanto ese piano se ha mantenido sin uso.—¿Tu hermano? —pregunté.—Adrien. Mi hermano mayor, el hijo perfecto y ejemplar. Su tono era lleno de sarcasmo. —Oh, ¿Y dónde está? —Trabaja con mi padre en la empresa. Yo soy la maldita oveja descarriada. —él se ríe encogiéndose de hombros. Su risa era contagiosa, ligera. Su manera tan confiada y directa para hablarme, me hacía sentir menos ajena… —Pensé que serías distinta —dijo de pronto.—¿Distinta cómo?—No sé. Pensé que eras más… joven. Helena hablaba de “la niña” así que pensé que su hija era una pequeña llena de mocos, pero no. ¿Cuántos años tienes? —Tengo dieciocho —respondí tocando mi nariz con disimulo. —Sí, eres una niña —dice él—. Yo tengo veintitrés. Él se cruza de brazos y me repara. —Es broma, ya sabía tu edad. Pero en realidad creí que serías más fría. Más… aburrida. Pero te ríes con facilidad. Hasta te sonrojas. Aparté la mirada, sintiendo el calor subir a mis mejillas.—No estoy sonrojada. Llevé mis manos a mi rostro. —Claro que sí. —Sonrió, divertido—. Eso me gusta. Hace que parezcas real. No supe qué responder. Solo me quedé ahí, mirando el reflejo del lago, mientras el viento me alborotaba el cabello. —Bien, ya debo irme a la universidad. Fue un gusto conocerte, Amara. Y nuevamente, bienvenida. —Oh, gracias. Él extiende su mano una vez más hacia mí y dice: —Algo me dice que nos vamos a divertir mucho, Amara. Él me mira a los ojos y me sonríe con esa misma picardía de hace un momento. Tomé su mano y los nervios aparecieron. A lo que Eli llamó “divertir” con los días se iba a convertir en un dilema… un nuevo dilema que no veía venir.

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