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Sálvame

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Blurb

Todos, en algún momento de nuestras vidas necesitamos que alguien nos salve... y Theo, él solo apareció en mi vida de la manera menos esperada, ¿quién abraza a un extraño en un elevador?

Theo llegó con su frase, “los abrazos curan todo”, que fue algo que yo no creía. Pero, tal vez sus abrazos lo hacían, curaban el dolor, aunque también eran capaces de crearlo. Me di cuenta de eso luego de permitirle entrar a mi vida.

Él llegó de la manera menos esperada a sacarme del hoyo oscuro en el que cada día me hundía, vino para hacerme feliz, solo tal vez, las personas que están destinadas a encontrarse, no siempre es para estar juntas.

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Capítulo 1.
Monotonía, en eso se habían convertido mis días, me miraba en las puertas del ascensor sin poder reconocerme, ¿quién era esa persona que el espejo me devolvía? Estoy casi seguro que no era yo, no a el que recuerdo, no a el que quiero recuperar, ya que mis días se han vuelto más difíciles con el paso del tiempo. Quería que alguien pudiera darse cuenta de cómo me sentía, pero todo lo que estaba recibiendo era miradas de lástima, era así desde que terminé nuestra relación, ¿acaso fui yo el único que amó? Porque a él se le hizo tan fácil decirme que lo dejara en paz, y cada vez que lo llamaba, solo levantaba la bocina para decirme que lo superara. En un principio pensé que podía recuperarlo. Luego me di cuenta que eso era sólo lo que yo quería, porque él ya no lo hacía más. Recuerdo, hace algunos meses atrás, lo cité en una cafetería; quizás fueron mis insistencias las que hicieron que cediera, que me diera una oportunidad para hablar con él. Yo solía ser el menos puntual, no porque me gustara, sino que era algo que ya no podía evitar, y siempre estaba corriendo a nuestras citas. Sin embargo, en esta ocasión que decidí llegar temprano, me di cuenta de la razón por la que ya no quería darse una nueva oportunidad conmigo. Él tenía a alguien más, alguien de quien no le molestaba que le abriera la puerta para que bajara del auto, cuando a mí muchas veces me regañó por hacerlo. Ese se convirtió en el peor día de mi vida, fue el que tuve que asumir que le tenía que decir adiós. Pero era tan difícil, así fue como mis días perdieron la esperanza de que volviéramos a estar juntos, pero, ¿qué esperaba yo?, ¿qué saltara a mis brazos en cuanto me viera?, sí, eso esperé, sin embargo, esa imagen me dijo que era algo que nunca sucedería. Escucho como alguien grita que por favor detenga el ascensor, lo hago. Veo a un joven de cabello n***o correr dentro de este con varias bolsas en la mano y una mochila que se veía pesada. Intento no prestarle atención, no mientras sigo hundiéndome dentro de mi miseria, preguntándome sobre lo que hice mal para que me dejara, ¿qué le faltaba conmigo? Porque, por mucho que le pregunté; él no me respondió eso, y yo sigo esperando que vuelva a mí, a pesar de darme cuenta que no lo hará, ¿por qué quiero engañarme a mí mismo?, ya han pasado varios meses, debería de asumir que nada volverá a ser igual. Pero, ¿por qué no lo logro? Siento un par de brazos a mi alrededor que me sacan de mis pensamientos, y ahora veo al joven de antes pegado a mi cuerpo, él me sonríe dejando ver sus hermosos dientes blancos y, sus facciones parecen volverse las de un niño pequeño que acaba de hacer una travesura, y aquella nariz roja que se ha colocado hace que su acción parezca una. Intento apartarme, pero él sólo me sujeta con más fuerza. —Los abrazos curan todo —dice todavía sonriendo— y está de suerte, hoy estoy regalando abrazos. Me muestra un cartel que dice que regala abrazos y, por un momento quiero sonreír sinceramente; no la sonrisa falsa que he aprendido a colocar en mis labios para no preocupar a las personas a mi alrededor, para no dar lástima, aunque cuando regreso a mi apartamento, las cosas vuelven a ser como antes. No soy feliz; lo único que quiero es que este dolor desaparezca, ¿qué debo hacer para que sea así? —Soy Theo —habla soltándome— vivo en el piso siguiente y… regalo abrazos todos los días. Eso último me hace sonreír mientras salgo del elevador, porque no creo haber conocido a un chico tan extraño antes, alguien a quien no le hubiera importado si lo golpeaba por abrazarme sin mi autorización. Qué puedo decir, creo que hoy no ha sido un día más de mi monótona vida, él me ha hecho sonreír y me dejó una sensación agradable; como si eso hubiera sido lo que necesitaba: que alguien se diera cuenta de que no estoy bien, pero que no me viera con lástima. Él hizo eso de una manera que no puedo explicar. Aunque la sensación no duró para siempre, no cuando entré a mi apartamento y los recuerdos vuelven a estar presentes, porque veo nuestras fotografías que me he negado a quitarlas, todavía con la esperanza de que regrese, a pesar de saber que no lo hará, y vuelvo a mi estado depresivo en el que mis pensamientos me consumen lentamente, diciéndome que no fui suficiente, que no lo soy, que por eso fui abandonado por la persona que más quería. *** Theo, sí, ese es el nombre del que era mi vecino desde hacia un mes, mi vecino que regala abrazos todos los días en el ascensor, y bueno, al parecer no todos podían ser amables con el chico cuando daba abrazos. Por ejemplo, la señora Oh, del piso tres, lo golpeó con su paraguas, y Theo salió del elevador quejándose, diciéndole que él solo regalaba abrazos para que las personas se sintieran mejor, que no era un pervertido, como imagino que la mujer lo llamó. Él parece divertido y… he recibido tres abrazos suyos en este mes, además de muchas sonrisas cuando no coincidimos en el ascensor. Aunque el día que la señora Oh lo golpeó, pude haber recibido un abrazo más, si una niña de dos años que también parece ser nueva en el edificio, no se hubiera interpuesto llevándose mi abrazo y muchos besos en su mejilla. Mis días son los mismos siempre: voy al trabajo, cumplo mis ocho horas ahí, y después regreso a casa en autobús. Esa es una rutina que adquirí después de vender mi auto como una forma de olvidarlo, aunque no puedo decir que me ha dado resultado, y es incómodo viajar en ese transporte. Pero pensé que me distraería de mis pensamientos que no se van, que se vuelven cada vez más en mi contra, que me han hecho pensar locuras, y que intento apartarlas de mi mente. Sin embargo, no se van con facilidad, y la psicóloga ha dicho que soy yo quien no me dejo avanzar, no obstante, no sé hacia dónde ir, me siento perdido. El autobús se detiene en una de las paradas, y parece que desde que Theo se mudó al edificio, es a quien veré muy seguido en mis días. Él sube usando su nariz de payaso y un cartel que dice que regala abrazos, que los besos los cobra y, no puedo evitar sonreír por eso, ¿trabajará en algún lado con ese cartel? Quiero decir, su ropa no es muy llamativa, ni su rostro tiene una gran cantidad de maquillaje, sólo en sus mejillas hay unos círculos rojos y pecas pintadas en estos. Lo veo intercambiar palabras con el conductor, quien le dice que no está permitido pedir dinero dentro del autobús, pero Theo le muestra su pasaje y le promete que no molestará a los pasajeros, que él sólo está usando el transporte para volver a casa, hasta hace una promesa de meñique con el conductor que lo mira como si hubiera enloquecido. Theo se para a mi lado, ya que no hay más asientos y, parece reconocerme, porque por sus labios rápidamente se extiende una sonrisa y no aparta la mirada, haciendo que me sienta un poco incómodo, ¿qué pretende con eso? —¿Va a casa, Aldair? —murmura acomodando su mochila sobre su hombro. Asiento, esperando que sea respuesta suficiente y se mueva más atrás, ya que sí hay espacio, aunque hay varios pasajeros parados, pero este día me siento más cansado que otros, por lo que no quiero ser el hombre amable que todos esperan que sea, y ceder mi asiento no lo veo como una opción. —¿Le importaría? Theo no espera una respuesta mía cuando coloca su mochila en mis piernas, al igual que su cartel, acomodándose un poco su cabello n***o para apartarlo de su frente, pero este vuelve a su lugar, haciendo que resople y pierda el equilibrio, por suerte para él, está sujeto de uno de los tubos de los asientos, y de no ser así, pudo ir a hacerle compañía al conductor. —¡Cuidado, payasito vivo a bordo, y quiere vivir, pero va parado y puede morir! —grita hacia el conductor. Varias personas regresan a verlo, y yo me encojo en mi asiento, espero que no me relacionen con él, a pesar de que tengo su mochila y cartel sobre mí. Aunque pude devolvérselo, no lo hice, porque la mochila está pesada para que la lleve en sus hombros si va parado. En la siguiente parada varias personas bajan, pero parece que suben el doble, sin embargo, Theo que no se mueve de mi lado, ya no se ve tan cómodo como antes, haciendo que me pregunte sobre lo que le está inquietando, y parece que desde el primer día que nos vimos, él sabe cómo leerme, porque se inclina un poco hacia mí, medio susurrando y hablando fuerte, me dice: —Mi amor, el señor de atrás mío, ha estado metiéndome mano desde hace una cuadra. Varias personas vuelven otra vez a mirarlo y, el hombre que estaba detrás de él, se mueve incómodo cuando le observo. No parece ser una mentira de Theo, en realidad, él luce molesto con la acción de ese hombre, y tal vez es la primera vez que lo veo de esta manera. No sé si Theo ha estado pretendiendo que me levante de mi asiento desde que subió y me dio sus cosas, pero lo hago, le cedo mi asiento y soy yo quien se sujeta del tubo para no caerse, viendo como él pretende sentarse antes de mirar a una mujer a pocos pasos de nosotros y, le cede el asiento. Theo vuelve a tener sobre su hombro su mochila y el cartel, pareciendo realmente incómodo con todo lo que lleva. Quizás en mucho tiempo, es la primera vez que de verdad quiero ayudar a alguien, por lo que tomo su cartel para que él pueda sujetarse mejor del tubo y así no caer. No viajamos mucho tiempo parados cuando tenemos que bajarnos cerca del edificio en el que vivimos. Theo camina en silencio a mi lado, todavía lleva su nariz que no entiendo la razón de que no se la haya quitado, porque atrae la atención de las personas que caminan cerca, pero él parece cómodo con eso. —Aldair —su voz es alegre, siempre lo es. —Uh… —hago un sonido para que entienda que lo escucho. —Lo invito a cenar esta noche en mi casa. Detengo mis pasos como si se hubiera vuelto loco por hacer esa invitación repentina, pero parece que él no lo ve como algo malo, porque su sonrisa de niño travieso sigue presente, incluso si empiezo a caminar otra vez sin darle una respuesta. —No creo que sea correcto —digo con voz firme para que entienda que no quiero aceptar. —¿Por qué? —Porque… Mis palabras se detienen cuando veo a una persona pararse frente a mí. Un alguien que conozco bien; quien parece haberse vuelto más bonito con el paso de los meses. Por un momento mi corazón late muy rápido, como si estuviera dando sus últimas palpitaciones antes de morir. —Aldair… —lo veo sonreír frente a mí, sí, se ha vuelto más hermoso. —Ma… Malú —murmuro. Él me sonríe y, por un momento, creo que todo vuelve a ser como antes, pero algo dentro de mí me dice que no es así, y cuando observo el mismo auto blanco en el que lo vi llegar a la cafetería, es una confirmación para mí de que no ha vuelto, no para siempre como me gustaría. —Quería darte esto —me dice con una pequeña sonrisa. Tomo el sobre que él me extiende y lo abro de inmediato, leyendo de lo que se trata. Es una invitación a su boda. Él va a casarse, y yo ni siquiera lo he podido superar. Siento como el día en que se fue, que todo se derrumba a mi alrededor. Él ha podido seguir adelante sin mí, mientras yo me he quedado en la misma página. —También quería invitarte a la cena de ensayo —su voz me saca de mi propio mundo—. Estuve llamándote, pero tu secretaria dijo que estabas ocupado, o que no te encontrabas en la oficina. Lo más probable es que sí haya estado disponible, sin embargo, cuando lo vi con otro hombre en la cafetería, le pedía a mi secretaria que no me pase ninguna llamada de él, quería superarlo. Creo que es lo único que he hecho bien hasta ahora. Pero Malú ha venido y lo ha arruinado una vez más, volviendo a recordarme que no volverá y que estoy solo, que lo único que hago es dar lástima. —La cena es hoy a las ocho de la noche, quise avisarte antes, pero sé que si te dejaba un recado, no lo escucharías, y si te enviaba la invitación por correo, no la verías. Espero que asistas. No puedo responder, no quiero estar ahí, no deseo verlo feliz con otro, por muy egoísta que eso suene. ¿Acaso Malú quería destruirme? ¿Qué fue eso tan malo que le hice para que me haga tanto daño? ¿Es que no se da cuenta? No soy consciente de que estoy temblando hasta que mi mano es sujetada por una más pequeña que la mía, y mis ojos se enfocan en los cafés de Theo, quien no está sonriendo como siempre, sino que parece preocupado y molesto, ni siquiera en el autobús cuando dijo que alguien lo estaba tocando, no se veía tan enojado como ahora, ¿qué sucede con él? —Espero que haya lugar para dos personas —le dice Theo, su sonrisa habitual no está. Malú lo mira confundido, luego pasa su mirada a mí, parece que me estuviera pidiendo una explicación y, yo me siento orgulloso de saber que hay algo que le moleste, ¿es siquiera justo que él me invite a su boda y a su cena de ensayo cuando soy su exnovio? —Bueno, yo… ¿quién eres tú? —El nuevo novio de Aldair. Theo sonríe, no es la misma sonrisa que nos muestra a las personas del edificio todos los días. —Aldair… Malú me mira exigiendo una explicación; luego parece recordar que ya no somos nada, que terminamos hace mucho tiempo, tal vez debería de darle la tarjeta de invitación a su boda para que recuerde que es él quien va a casarse. —No sabía que Aldair estaba saliendo con alguien —intenta sonreír—sólo guardé un lugar para él en la cena de esta noche. —Podrías colocar una silla más —Theo se encoge de hombros—, no creo que apretarnos un poco en la mesa sea molesto. Malú lo mira como si hubiera dicho algo terrible, y conociéndolo, lo es. La mesa debe tener los lugares exactos, el número de platos también deben de serlo; y una boca más, arruinaría la cena perfecta que debió haber organizado. —Creo que es hora de irme Se gira y empieza a caminar a el auto blanco en el que su novio lo espera, puedo verlo bien ahora. —Aldair —dice antes de entrar— de verdad me gustaría que asistieras. Y esa era una manera de decir que me quería a mí, pero no a Theo ahí. Extrañamente me estoy sintiendo victorioso sobre él. Pero cuando me encuentro con el ceño fruncido de mi vecino, me recuerdo como se ha metido en una conversación que no era más que mía, y empiezo a sentirme furioso, porque si él no lo hubiera hecho, tal vez pude haber hablado más con Malú. —No lo digas —habla antes de que siquiera pueda abrir mi boca—. Yo te invité primero a cenar y prácticamente me rechazaste; él viene, te destroza y le armas un camino de flores, no es justo. Theo me arrebata el cartel de las manos y camina furioso hacia el ascensor; creo que es la primera vez que lo veo así, y pude haber esperado a que el ascensor bajara otra vez, pero voy un poco despreocupado detrás de él, sin intenciones de alcanzarlo, si las puertas se cierran en mi rostro me daría igual. No sé en qué momento entre mí y el llegar al elevador, se encontró a la niña de dos años, quien ahora limpia sus lágrimas, porque Theo está llorando, y se abraza a él como si ese fuera el último abrazo que iba a dar en la vida. Me siento culpable de verlo llorar, aunque no sé si son lágrimas de enojo o de tristeza, yo no soy como él, no puedo leer a través de las personas, yo no regalo abrazos a desconocidos. Somos tan diferentes. El ambiente en el ascensor se vuelve tenso y quiero decir algo mientras subimos, pero ni siquiera soy capaz de colocar el número de mi piso, sino que sigo al de Theo, viendo como la niña parece no querer dejar ir su cuello, ¿serán conocidos o ella le tiene tanta confianza en tan poco tiempo que lleva viviendo aquí? Las puertas del elevador se abren y Theo, con dificultad, recoge su mochila y cartel que ha dejado en el suelo, soltando a la niña que corre hacia la primera puerta y la golpea con su puño; sus coletas rubias se mueven de manera divertida cuando la puerta se abre y una mujer de cabello del mismo color, la toma en brazos, y mira en nuestra dirección unos segundos antes de centrar la atención en la niña. —Aldair, usted ya no está invitado a la cena —me dice Theo en un tono hosco. —¡Theo! —la mujer lo regaña. —Si la comida le hace mal no soy responsable —todavía suena molesto. Sé que no me quiere en su casa, su voz y sus palabras lo dejan claro, pero no sé lo que estoy haciendo cuando lo sigo afuera del ascensor, quizás quiero dejar de pensar en la invitación de Malú, en que se casará, y cerca de Theo he aprendido a sentirme cómodo, tal vez porque parece que no tiene miedo a decir lo que siente, o porque no me ve con lástima. Él me deja entrar primero en el apartamento, veo a dos niños correteando; Theo parece haber olvidado su enojo corriendo hacia ellos y uniéndose en un juego de alcanzarse el uno al otro. También hay un joven de quizás la misma edad de Theo, sólo que él es de tez más morena y más alto, un señor que imagino es su padre, la mujer de antes y la niña; son una familia numerosa. Verlos a todos me hace pensar en lo incómodo que debe de ser para ellos a la hora de dormir, ya que los apartamentos sólo tienen tres habitaciones, porque todos son iguales, aunque este lugar parece más cálido que el mío. —Theo. El hombre mayor lo llama y el joven deja de jugar con los niños. —Papá —besa su mejilla, sonriendo.                                                                   —¿Quieres explicar quién es el hombre que nos mira como si fuéramos extraños? Pareciera que pretendió decirlo en voz baja, pero él sabe perfectamente que lo he escuchado, su mirada sobre mí lo delata, ¿acaso toda la familia era así?, tan extraña, tan amable, tan cálida. —Es Aldair —dice Theo —el vecino del piso de abajo. —¿Es ese Aldair? Su voz insinúa algo que ignoro, o quiero hacerlo. —Sí. Una sonrisa tímida aparece en los labios de Theo. —¿Y cuándo nos pediste permiso para traer a tu novio a casa? —¡Papá! —se empieza a quejar. Y antes de que me dé cuenta ya ha huido hacia una de las habitaciones, dejándome ahí parado en mitad de la sala, viendo a los niños jugar, a un joven que me mira como si me odiara al igual que el hombre que está en el sofá, ¿es la hora de comenzar a correr por mi vida?, ¿o tal vez debería dejar que me mataran?, de esa manera dejaría de ser un miserable. Sé que no soy la persona más amable cuando me despido, hago una reverencia y salgo del apartamento, casi corriendo hacia el ascensor, con una sensación extraña en mi pecho. Theo tiene toda una familia, su apartamento a pesar de que tiene la misma estructura que el mío, se siente más cálido, y él parece siempre tener un ambiente alegre a su alrededor; como si el sol constantemente estuviera alumbrando sobre él, mientras que yo parezco todo el tiempo tener una nube negra sobre mí. Intento no pensar en Theo, intento no pensar en la cena de Malú, y no sé el momento exacto en el que me duermo, lo único que recuerdo es que minutos, o tal vez horas más tarde, la puerta de mi apartamento está siendo golpeada. Todavía con el sueño presente la abro, encontrándome con una sonrisa tímida y unas fuentes de comida frente a mí. —Aldair, se fue antes de que la cena siquiera esté lista. Su rostro no lleva maquillaje ni aquella nariz roja con la que subió al autobús, y yo me tomo unos minutos para reaccionar y sujetar las fuentes, haciéndome a un lado como una invitación a mi apartamento. —Si me esperas un momento, te los devuelvo inmediatamente. Theo no dice nada pero me sigue de cerca hasta la cocina, en donde cambio la comida a otro recipiente y comienzo a lavarlos para poder devolvérselos, esperando no estar siendo muy grosero, pero todavía no logro despejarme por completo del sueño. —Pensé que había ido a la cena de ensayo —dice. Theo limpia una mancha inexistente en la encimera. —Acabas de despertarme. Una sonrisa triste aparece en sus labios, y cuando me giro lo tengo a pocos pasos de mí. Tomo una toalla de cocina para secar los recipientes, sin embargo, antes de siquiera intentarlo, son arrebatados de mis manos y colocados en la encimera, y en segundos tengo los labios de Theo sobre los míos. Es un beso lento, uno que no correspondo en un principio, pero me dejo llevar por la sensación, por cómo se siente, por lo distinto que es a los besos que siguen en mi mente. —Theo —digo separándome de él cuando una de sus manos se mete dentro de mi camisa —esto no está bien. —Soy legal —susurra—, así que no lo meterán a prisión si avanzamos. No estoy seguro de lo que quiere decir en ese momento, pero me dejo besar una vez más, permito que Theo haga de mí lo que desea, es como si me hubiera entregado como un títere a un nuevo titiritero, pero este parece darme opciones de hacer lo que quiera, no sólo lo que él dice. Theo me desata de los nudos que mi antiguo dueño hizo, o sólo es la sensación de tenerlo junto a mí, de sentir su entrega a mí con cada beso, con cada caricia, como si me diera la confianza para no sentir miedo cuando él me toca, cuando me pide que le haga el amor. Soy una mala persona que ha sido lastimado. Lo sé porque en lugar de colocar un alto me dejo llevar, dejo que las manos de Theo se deshagan de mi camisa, que sus labios se adueñen de los míos, que me arrastre hasta la habitación que una vez compartí con Malú. Quizás nunca debí dejarlo entrar al apartamento, de esa manera nos habría mantenido a salvo de mí, no soy lo mejor que le ha podido pasar a Theo, de hecho, soy lo peor, tengo mucha carga que no puedo soltar, y él lo sabe muy bien. —Aldair —murmura con la voz entrecortada cuando está bajo mi cuerpo— déjame salvarte. Y tal vez es una frase que debo oír, necesito ser salvado de algo que no puedo controlar, de algo que me ha estado absorbiendo y que ni yo conozco, que ni la psicóloga puede ayudarme, pero él parecía saber lo que necesitaba desde aquel primer abrazo en el ascensor, y con cada beso que recibo en esta noche me lo recuerda, porque estuve gritando en silencio por ayuda, y Theo se siente como si hubiera llegado a salvarme. Todavía tengo un poco de consciencia, sé que debo detenernos; sus manos se sienten tan bien cuando me acarician, sus labios son amables conmigo, y a pesar de que es él quien tiene el control de todo esto, siento que me da opciones, las cuales por esta noche no quiero tomar. Ya no sólo es Theo entregándose, soy yo también haciéndolo, dándole el control, dejando de compadecerme de mí mismo, permitiéndome sentir vivo... aunque sólo sea por hoy.

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