El hombre que no debía amar
CAPÍTULO 1
Nunca imaginé que el amor pudiera sentirse como una advertencia.
Ese día había salido de casa con la intención de despejar la mente. Nada especial. Jeans claros, una blusa sencilla y el cabello recogido de cualquier forma. No esperaba a nadie. No buscaba nada. Solo quería silencio… y un café caliente para acompañar mis pensamientos.
La cafetería estaba casi vacía. El aroma del café recién hecho se mezclaba con la música suave que sonaba de fondo. Me senté junto a la ventana, observando a la gente pasar, preguntándome en qué momento mi vida se había vuelto tan correcta… y tan vacía.
Fue entonces cuando la puerta se abrió.
No levanté la mirada de inmediato, pero algo cambió en el ambiente. Como si el aire se hubiera vuelto más pesado. Más caliente. Mis sentidos se alertaron sin razón aparente.
Cuando al fin lo miré, el mundo pareció detenerse.
Era alto, de hombros firmes, vestido de n***o. Su rostro serio, marcado por una barba de algunos días y unos ojos oscuros que parecían cargar demasiadas historias. No sonreía. No necesitaba hacerlo. Había en él una presencia que imponía respeto… y despertaba algo peligroso en mí.
Sentí un nudo en el estómago.
—No lo mires —me dije en voz baja—. No es asunto tuyo.
Pero ya era tarde.
Nuestros ojos se encontraron.
Fue solo un segundo… pero bastó para estremecerme por completo. No fue una mirada cualquiera. Fue intensa, profunda, como si me desnudara el alma sin tocarme. Sentí que me veía de verdad, más allá de lo que yo misma mostraba al mundo.
Aparté la mirada, nerviosa. Mi corazón latía demasiado rápido.
¿Quién era ese hombre?
¿Y por qué me afectaba tanto?
Él se sentó a unas mesas de distancia. Pude sentir su presencia incluso sin mirarlo. Cada movimiento suyo parecía resonar en mí. Tomé mi taza con manos temblorosas y di un sorbo al café que ya no sabía a nada.
Intenté concentrarme en el teléfono. En cualquier cosa que no fuera él.
—¿Siempre miras así… o solo cuando sabes que no deberías?
La voz me recorrió la piel como un escalofrío.
Levanté la vista de golpe. Él me observaba con una media sonrisa, ladeada, peligrosa. No había burla en sus ojos. Había interés.
—Yo no estaba mirando —respondí, intentando sonar firme.
Mentí.
Y él lo supo.
—Claro —dijo con voz tranquila—. Pero no te preocupes… a mí no me molesta.
Tragué saliva.
Mi cuerpo reaccionaba de una forma que no entendía.
—No deberías hablarme así —murmuré—. No me conoces.
Él inclinó ligeramente la cabeza, como si me analizara.
—No —admitió—. Pero hay personas que no necesitan presentación.
Sentí calor en las mejillas. Me levanté de la mesa con la intención de irme antes de cometer alguna locura.
—Que tengas un buen día —dije sin mirarlo.
Caminé hacia la puerta con el corazón desbocado, pero justo cuando estaba por salir, escuché su voz detrás de mí.
—Algunas despedidas no son finales… solo pausas.
Me detuve.
No supe por qué, pero supe que tenía razón.
Salí a la calle con la sensación de haber cruzado una línea invisible. Como si algo dentro de mí se hubiera despertado después de años dormido.
No sabía su nombre.
No sabía nada de él.
Pero lo sentía.
Y muy dentro de mí, una voz susurraba una verdad que me asustó más que cualquier otra cosa:
Ese hombre no debía entrar en mi vida.
Y aun así… ya lo había hecho.