Estrella del campo
Rayan
El sudor salado gotea por mi cara mientras corro por el campo. El aire está cargado de tensión, todos en las gradas esperan con la respiración contenida para ver cómo se desarrollan los próximos minutos.
Corro tan rápido como mis piernas me lo permiten, sabiendo que los chicos del equipo contrario ya están corriendo tras de mí para que no pueda anotar. Me río de ellos porque soy un bastardo decidido y nadie va a detenerme esta noche.
Solo necesito anotar un touchdown más para que nuestro equipo gane el partido de esta noche. En este momento no estoy preocupado porque sé que mi equipo me respalda. Sigo corriendo como si mi vida dependiera de ello.
Ser el mariscal de campo y el niño dorado de Riverside conlleva altas expectativas. Todos esperan que gane el partido de esta noche, sin excepción.
La mayor parte del tiempo, es por lo que vivo. Me encanta ser el centro de atención, especialmente cuando se trata de fútbol. Mi papá es un buen hombre, pero si lo enfadas o te metes con su familia o su negocio de alguna manera, no hay forma de saber lo que haría.
Su familia, los Riverside, fueron los fundadores de este pequeño pueblo que lleva su nombre, y nunca dejan que nadie lo olvide, incluso generaciones después. Es un cliché nombrar un pueblo en honor a uno mismo. Ahora eso es ser pomposo.
Tres... dos... uno...
¡Touchdown!
Esta noche es nuestro primer partido de domingo por la noche. Es el comienzo de la última semana de agosto y tenemos una semana más antes de que la escuela comience oficialmente para el último año.
El fútbol ha sido mi vida desde que tengo memoria y soy muy bueno en ello. Me dediqué a ello desde el momento en que fui lo suficientemente grande para jugar a la pelota con mi papá, y mi amor y obsesión por el deporte crecieron a partir de ahí.
̶¡Quítate de encima, idiotas! murmuro a mis tres mejores amigos. Mientras todos los demás ya me han dejado, estos tontos todavía están aquí.
̶ ¡Vamos! Sabes que te encanta cuando te tiramos al suelo. Nick se ríe, se quita el casco y me sonríe.
Se levantan de encima de mí y yo también me pongo de pie. Miro hacia la multitud y echo un vistazo hacia la parte delantera de las gradas para ver si mi madre ha llegado o no. Me prometió que vendría esta noche, pero, como de costumbre, no ha venido. Suelto un suspiro ante la decepción que me invade en este momento. No estoy seguro de qué le pasa, pero ha estado sufriendo de una depresión severa durante unos meses y no sé cómo llegar a ella.
Desearía poder hacer algo para que volviera a ser ella misma, pero todo lo que he intentado ha fallado. He perdido la esperanza de que alguna vez vuelva a ser ella.
Ha llegado a tal punto que apenas se levanta de la cama estos días. Sé que papá tampoco está aquí en mi partido, porque está en un viaje de negocios. Solo es fútbol de secundaria, así que no importa mucho que ya no estén aquí, supongo. No es un gran problema. Los chicos y yo comenzamos a salir del campo para ir al vestuario a ducharme antes de regresar a casa.
Estoy harta de las constantes peleas que he tenido con mis padres estas últimas semanas. Es agotador escucharlos discutir constantemente. Técnicamente, deberíamos tenerlo todo con el dinero que tiene mi papá, pero esto demuestra que el dinero no lo es todo.
Al llegar a la entrada, me detengo y apago las luces. Me quedo ahí sentado unos minutos. Miro la hora y veo que ya son las diez de la noche, lo que significa que mamá probablemente ya se habrá desmayado. Estoy triste y me duele ver cómo la depresión se apodera de ella.
Salgo del coche, lo dejo en la entrada circular y entro. Uno de los guardias de seguridad lo aparcará más tarde si ve que no salgo.
Abro la puerta de un empujón y entro directamente al vestíbulo; luego me dirijo al pequeño pasillo a la derecha que lleva a la cocina para comprar algo de comer. Tengo mucha hambre. Estos juegos siempre me dan mucha hambre después.
Cuando termino de comer, dejo el plato en el fregadero y subo a la habitación de mis padres. Llamo a la puerta, pero no hay respuesta. Debe estar dormida, pero voy a ver cómo está. Cuando entro en su habitación, está oscura, salvo por la pequeña luz del televisor. También hace un poco de frío porque la ventana está abierta y entra el aire nocturno.
Enciendo la tenue luz del techo junto a la puerta para asegurarme de que está bien. Una vez encendida, la miro. Está hecha un ovillo y se ha quitado las mantas. Empiezo a caminar hacia ella con la intención de cubrirla con ellas, pero en cuanto doy un paso, mi bota pisa algo en el suelo, lo que casi me hace tropezar y caer.
Miro hacia abajo para ver qué he pisado y veo dos frascos de pastillas tirados por ahí. Me agacho y los recojo. Están vacíos. Miro la etiqueta de ambos frascos. Uno dice Ambien y el otro Xanax. El corazón me da un vuelco y siento un nudo en el estómago. Uno es para dormir y el otro para la ansiedad.
Me quedo pálida y levanto la cabeza para mirarla. Parece dormida, pero... me quedo sin aliento porque sé que la tragedia está a punto de ocurrir en ese momento. Mi corazón late fuerte y ya siento dolor. Justo ayer le compré sus repuestos y ahora ambas botellas están vacías.
Llamo rápidamente a nuestro médico, que vive a cinco minutos. Contesta al segundo timbre y le explico rápidamente que es una emergencia médica. Me dice que vendrá enseguida. Sigo intentando despertarla, no quiero rendirme, tampoco quiero enfrentarme a esta nueva realidad. No puede estar muerta. No puede estarlo.