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La fiesta

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Blurb

Una inocente fiesta entre estudiantes de secundaria se convierte en tragedia cuando tres hombres enmascarados y armados irrumpen con intenciones claras; que nadie salga vivo de ella.

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U N O
—Sé que esto es difícil para tí, pero tengo que pedirte que por favor comiences desde cero —insistió la mujer mientras presionaba un botón en la grabadora—. Dime cómo te llamas y lo que recuerdas de aquella noche. Yo me quedé estática en mi asiento, sin darle la más mínima atención a lo que me había pedido. Sentía como si todo el aire de esa pequeña habitación me presionara el torso poco a poco, impidiendome hablar o reaccionar. —Dale tiempo, Azucena —replicó una voz a mis espaldas. Con torpeza y mucho esfuerzo, me giré lentamente en mi silla para encontrarme de cara a un hombre uniformado de unos cuarenta y tantos tendiendome un vaso de coca-cola. Lo tomé gustosa y en cuanto le dí el primer sorbo me sentí mucho mejor. Estaba segura de tener la presión por las nubes en ese momento. Aclaré la garganta y suspiré cerrando los ojos. En cuanto más rápido diese mi declaración, más rápido me iría de allí. Con esa idea instalada en mi mente, me dispuse a hablar. —Mi nombre es Inés Mazini. Tengo 18 años y fui la organizadora de la fiesta del 18 de Octubre de este año —tragué saliva—. Aquella fiesta que terminó con la vida de 7 compañeros de clase. Era un día como cualquier otro. Solía ser la burla de mis compañeros, incluso me atrevería a decir que la de toda la escuela, ya que en otros cursos también se dedicaban a molestarme. La única persona que fue amable conmigo se llamaba Alicia, e iba tres cursos menos que yo, lo que significa que era menor de edad. Ella estaba en el rollo de las fiestas y todo eso; típico de adolescente. Alicia fue quien tuvo la idea aquella vez, de que yo organizara una party como ella le llamaba. De ese modo los estudiantes verían que soy cool y dejarían de molestarme, o al menos, eso era lo que ella creía... *** —Por favor, Inés —Alicia puso sus manos en forma de súplica, haciendo un puchero—. Ahora nadie puede hacer fiesta. Por los desastres que provocamos, ningún padre cuerdo nos dejaría organizarlo en nuestras casas. Me reí. —Pues, por algo será. ¿No lo crees? —pregunté con ironía. —Porque son aburridísimos —bufó—. Solo piénsatelo. Iría por lo menos la mitad de la escuela, me parece que es una buena forma de demostrarles que eres igual o incluso más cool que ellos. El timbre sonó abruptamente, dando por finalizado el receso y por ende, nuestra conversación. Se fue dando saltitos de alegría bajo la promesa de que me lo pensaría. Y en serio que iba a hacerlo. Alicia tenía razón en una cosa; todos aquí me creían rarita, y por eso sentían que tenían el derecho de molestarme. Donde quiera que fuese escuchaba comentarios despectivos hacia mi persona, entre ellos freak, apodo el cual se popularizó gracias a Amanda, la típica niñata popular que hay en todas las escuelas, lastimosamente. Y como todas tenía su séquito de brujas, quienes también se dedicaban a hacerme la vida imposible. Dispersé mis pensamientos cuando el timbre volvió a sonar, indicando que era la última oportunidad para ingresar a clase. Rápidamente me abrí paso entre los estudiantes, quienes lanzaban miradas de odio e incluso insultos simplemente por pasar a su lado. —¿Dónde vas tan apurada, princesa? —escuché que me dijeron antes de caer de bruces al suelo. Quien quiera que haya sido el que me puso el pie, comenzó a reirse descaradamente. No me lo podía creer. Como pude, bajé la maldita falda que te obligaban a usar y me incorporé, sin ver atrás. No tenía sentido hacerles frente, hacía 6 meses que respondía a sus ataques y ofensas, solo conseguía que cada vez se hicieran peor... Golpee la puerta de la siguiente clase, ya había llegando tarde debido al accidente. El profesor abrió con cara de pocos amigos, mirandome de abajo a arriba, detendiendose un segundo en mis rodillas, donde posaban plácidamente unos cuantos rasguños a causa de la caída y no hizo falta que explicase más. Negó con la cabeza y me dejó pasar sin cuestionar. Bajo la mirada de todos mis compañeros busqué algún asiento vacío, pero para mi mala suerte, todos se habían puesto de acuerdo en venir a clase y el salón casi que no daba abasto. Solo quedaba un asiento en la última fila, y era al lado del novio de Amanda. Lo que me faltaba. —Siéntate por allá, no hay más asientos —me dijo el profesor, remarcando lo obvio. Diego, el novio de Amanda, alzó las cejas y me lanzó un beso desde su asiento. —Vamos hermosa, si yo no muerdo —gritó para que toda la clase se riera de mí, como si no hubiera tenido suficiente humillación por un día. Tragué saliva duro e hice lo que el profesor me indicó, ya que obvio no tenía más alternativa. Me senté a su lado en silencio, manteniendo una distancia más que exagerada con tal de que no tuviesen excusa alguna para molestarme. —Lo siento —dije en voz baja. —¿Por qué te disculpas? —susurró en mi oído, provocandome cosquilleos—. Si desde que llegaste a esta escuela he querido sentarme contigo, Inés. Sabía que se trataba de una broma. Su novia me había hecho la vida imposible desde que entré por la puerta y él nunca hizo más que reirse de sus ocurrencias. —Aléjate de mí o gritaré —afirmé, apartandome aún más—. No sé que nueva forma de molestarme planean tú y tu novia, pero para ya. Él sonrió por lo bajo. —Me encantaría ser quien te haga gritar —dijo y colocó una mano sobre mi pierna—. Y lo que haga Amanda no tiene nada que ver conmigo. Puedo demostrartelo cuando quieras. Me quedé congelada en mi sitio, sin poder reaccionar. Todo me parecía tan irreal en ese momento que por un instante creí que se trataba de un sueño. Pero no. Era real. Su mano subiendo lentamente por mi falda se sentía como tal. —Por favor, para —logré decir finalmente, entre jadeos. Pero él no se detenía, había encontrado el punto exacto y lo sabía. No podía detenerlo. —Sigueme la corriente si no quieres que todos se enteren lo que pasó aquí hoy —me miró fijamente—. ¿Entendiste? Lo sabía. Lo sabía y no lo detuve, me merecía el premio a la más idiota.

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