Ramiro caminaba por el pasillo de piedra rumbo al comedor cuando Meche se le cruzó de frente, con los brazos cruzados y una ceja levantada. Esa mirada que pocas veces usaba con él… pero cuando lo hacía, era como un látigo de verdades. —¿Se le ofrece algo, Meche? —preguntó él, fingiendo normalidad. —Sí, patrón. Que baje la cabeza antes de que se le note demasiado. Ramiro se detuvo. La observó en silencio. —¿De qué estás hablando? —Usted sabe muy bien de qué hablo —respondió ella sin titubeos—. No es tonto. Pero parece estar jugando con fuego... y esa niña ya no es una niña. —No estoy jugando con nada. —No lo diría así. Usted la mira como no la miraba antes. Se le nota. En los ojos, en el cuerpo. Y ella… ella ya empieza a notarlo también. Ramiro bajó la mirada, mordiéndose el labio c

