El paseo con Julio fue todo menos placentero. Desde que salieron del rancho, María notó algo distinto en él. Su sonrisa ya no era dulce, su tono ya no era gentil. Hablaba rápido, con un dejo de molestia que disfrazaba de bromas pesadas, como si algo dentro de él hubiera cambiado sin aviso. —No me mires así —le dijo Julio, cuando ella le retiró la mano que intentaba colarse con insistencia por su cintura—. ¿Qué? ¿No somos novios? ¿No me vas a negar tu cariño, verdad? —Julio... —respondió ella, con tono serio—. No nos hemos ni casado. ¿Por qué te comportas así? —¿Así cómo? —Como si ya tuvieras derecho sobre mí. La sonrisa de él se borró de golpe. El ambiente se tensó. Ella se alejó, pero él la sujetó del brazo con fuerza para obligarla a sentarse junto a él. María sintió esa presión que

