ARIA
Esa misma noche, la imagen del Alfa ronda mi mente, como un eco imposible de ignorar. Esa sonrisa burlesca… está satisfecho porque consiguió su objetivo.
Tengo que admitir que me irrita darles lo que quieren, aunque, al mismo tiempo, sé que necesito poner distancia con la manada.
Estoy harta de esta manada, de las miradas, de las críticas y del peso de vivir bajo las reglas de mi padre. Lo único que me ata a esta manada es mi madre y el cachorro.
He estado pensando mucho en ellos. Ahora sé que puedo llevarme al cachorro conmigo, pero mi madre… eso es otro tema. Mi padre jamás permitiría que se fuera, y tampoco puedo llevármela sin más. Es imposible… Para hacer algo así, necesitaría un grupo de guerreros, y eso no es una opción para mí, por lo menos de momento... ‘¿Quién me apoyaría?’
Las prendas de ropa están esparcidas sobre la cama, cada una cuidadosamente doblada. Suspiro, lanzando una blusa a la maleta.
No paro de darle vueltas a la cabeza: todo esto no es más que una obligación disfrazada de "deber". ‘¿Acaso le debo algo a la manada?’, ‘¿por qué debo hacerlo yo?’
Un golpe seco en la puerta interrumpe mi tarea.
—Tu padre quiere verte en el salón —anuncia la voz neutral de Gerónimo, sin espacio para objeciones.
Ruedo los ojos mientras cierro la maleta de un tirón. Claro, porque nada en este día puede salir sin una última conversación llena de reproches.
Mi padre está de pie frente a la chimenea, las manos cruzadas detrás de la espalda. Al lado de él están mis hermanos y mi maestro, sentados en la mesa.
—Siéntate —ordena sin mirarme siquiera.
—Estoy bien de pie —respondo, cruzando los brazos.
Su mirada se vuelve hacia mí, fría y cargada de expectativas.
—Quiero que recuerdes algo —su tono es firme, como si hablara con un soldado y no con su hija—. Esto no es un capricho ni algo que puedas tomar a la ligera. Tu comportamiento en la manada Sombra Nocturna será crucial para nuestra relación con ellos. No hagas tonterías. No te metas en problemas. Haz todo lo que te dicen.
—¿Algo más? —pregunto con frialdad.
Él frunce el ceño, pero continúa:
—No voy a tolerar que eches por tierra todo por lo que hemos trabajado.
—¿"Lo que hemos trabajado"? —solté una risa seca, cargada de sarcasmo.
—No es momento para tus comentarios —su voz se endurece, pero no responde a mi provocación—. Solo… hazlo bien, ¿quieres? No nos decepciones.
Aprieto los dientes, sintiendo la ira hervir bajo mi piel. Él no lo entiende, nunca lo ha hecho.
—¿Y si no lo hago bien? —pregunto, con una frialdad que hasta yo reconozco en mi voz. Su mirada parece oscurecerse por un instante.
—Hazlo bien —sentencia.
—Por supuesto, padre. Haré exactamente lo que esperas —mi tono es ácido, casi cortante—. Porque, al final, lo único que importa es que sirva a tu propósito, ¿no?
No espero respuesta.
Me giro sobre mis talones y salgo del salón antes de que pueda decir algo más. Mientras subo las escaleras, siento cómo el aire se vuelve pesado. Es como si algo invisible apretara mi pecho, robándome la respiración. Me detengo un momento, agarrando la barandilla con fuerza. ‘¿Esa era su despedida?’ Ni un "cuídate", ni un toque reconfortante, ni siquiera una palabra que insinuara que le importa algo más que el éxito de su plan con el Alfa.
Solo un frío "hazlo bien" y "no nos decepciones". Pasan unos minutos hasta que finalmente logro calmarme.
Entro a mi habitación y, poco después, un suave toque en la puerta interrumpe mis pensamientos.Salto de la cama y, cuando abro la puerta, me topo de frente con mi maestro. Me da un pequeño abrazo con una calidez que no esperaba, ya que nuestras interacciones siempre han sido más formales y desprovistas de afecto. En ese momento, sus palabras me tocan profundamente:
—Recuerda lo que te enseñé —su voz es baja, pero firme—. Tienes más fuerza de la que crees, y lo sabrás cuando llegue el momento.
Asiento, incapaz de hablar sin que la emoción me traicione. Me despido de él con un nudo en la garganta, sabiendo que es una de las pocas personas que realmente me han valorado por lo que soy.
Llega el día de mi partida y lo último que hago es despedirme de mamá. El aire en la casa está más pesado de lo normal, como si la despedida ya flotara entre nosotras antes de que se diga una palabra. Mi madre está de pie junto a la ventana, sus manos ocupadas trenzando un trozo de tela vieja. No sé si lo hace para calmarse o porque no sabe cómo empezar la conversación.
—¿Estás lista? —pregunta finalmente, sin mirarme. Mi madre ya sabe de mi matrimonio; alguien debió contárselo antes de que yo pudiera hacerlo.
—Supongo —mi voz sale más apagada de lo que esperaba.
Sus ojos tienen ese brillo de preocupación que siempre logra hacerme sentir como una niña pequeña otra vez. Da un paso hacia mí y levanta una mano, apartándome un mechón de cabello del rostro.
—Sé que no va a ser fácil para ti —su voz es suave, casi un susurro—. Pero a veces, alejarse de lo que te hace daño es lo mejor. Y quién sabe, tal vez algo bueno te espere con la manada de Sombra Oscura.
La miro fijamente, tratando de leer más allá de sus palabras. Sé que intenta animarme, pero no puedo ignorar la melancolía en su rostro.
—¿De verdad crees que algo bueno puede salir de todo esto? —pregunto, sin poder contener mi escepticismo.
—Sí —asiente con firmeza, aunque sus ojos siguen nublados—. No importa lo que pienses ahora.
Siento un nudo en la garganta y desvío la mirada hacia el suelo. Hay tantas cosas que quiero decirle, pero ninguna parece adecuada.
—Voy a extrañarte —murmuro al final, apenas audible.
—Y yo a ti —su voz se quiebra un poco, pero cuando me mira de nuevo, sonríe. Esa sonrisa dulce y fuerte que siempre me ha dado fuerzas.
De pronto, me abraza. Es un abrazo cálido, envolvente, como si quisiera grabar ese momento en nuestra memoria. La miro una última vez antes de dar media vuelta.