ARIA
No puedo evitar fijarme en las miradas de algunos de los guerreros que nos escoltan. Hay desconfianza en sus ojos, que deja claro que no somos bienvenidos.
Por otro lado, el cachorro está claramente nervioso. No lo culpo. Aparte del comandante, probablemente nunca haya visto guerreros tan imponentes como los que ahora nos guían.
Cuando nos acercamos a la mansión, un nudo comienza a formarse en mi estómago. Al entrar en la gran sala, esa sensación solo se intensifica. Las miradas se clavan en nosotros, penetrantes y evaluadoras.Jasper y Kiro ya se han retirado a la casa de la manada, dejando al pequeño y a mí solos.
El Alfa Axel está sentado en el centro de la sala, con una presencia imposible de ignorar. A su lado, sus hijos comparten su misma postura de poder y dominio. Entre ellos, el comandante destaca como siempre: serio, con una expresión impenetrable que hace imposible adivinar qué pasa por su mente… Tras unos segundos de vacilación, inclino la cabeza y saludo al Alfa.
—Hola, gran guerrero. Encantada de volver a verlo.
—Señorita Aria, bienvenida de nuevo.—responde con un tono neutral.
De repente, una voz familiar rompe el momento.
—¡Aria! —grita Melia, corriendo hacia mí con una amplia sonrisa. Me abraza rápidamente, con esa calidez suya que parece querer aliviar la tensión del ambiente. Después, gira hacia el pequeño y le habla con entusiasmo:
—Hola, cachorro. Yo soy Melia, la hermana de Seik. Parece que voy a ser tu tía. ¡Ja, ja, ja!
El niño, visiblemente nervioso, apenas logra responder:
—H-hola… —dice Marcus. Le tiembla la voz y su rostro se torna rojo como un tomate.
—Hola, Melia. ¿Cómo has estado? —logro decir para cambiar de tema, aunque mi voz sale un poco más baja de lo que espero.
Melia me mira con curiosidad, casi como si pudiera leer mis pensamientos. Finalmente, me dedica una sonrisa cómplice antes de responder:
—Muy bien desde que llegaste. Estamos todos muy contentos, ¿no es así? —dice, lanzando una mirada hacia sus hermanos.
Ellos parecen tensarse, esquivando responder. Mientras tanto, el comandante carraspea, corta la conversación y procede a darnos la bienvenida con su tono característico: directo y sin emociones innecesarias.
Noto una mirada fija en mí y, al girarme, veo a una mujer de belleza deslumbrante observándome con hostilidad. Sus ojos parecen atravesarme, y la intensidad de su expresión casi me hace estremecer.
Si las miradas mataran, ya estaría muerta mil veces.
Melia se emociona y empieza a parlotear.
La escucho, aunque a medias, cuando el comandante se acerca a nosotras y con voz firme dice:
—Vamos a hablar en mi despacho.
Lo seguimos hasta su oficina. Él toma asiento detrás de un escritorio, el cachorro y yo nos acomodamos frente a él. El pequeño está tan intimidado que apenas se mueve.
—Quiero que hablemos a solas. La ceremonia está planeada para dentro de dos semanas. Supongo que ya lo sabías.
—Sí, comandante.
—Las hembras te ayudarán con los preparativos —añade sin rodeos. Luego gira su atención al pequeño.
—En cuanto al cachorro...Mañana mismo comenzará su entrenamiento físico.
—¿Entrenamiento físico? ¿Tan pequeño? —replico, incapaz de ocultar mi sorpresa.
El comandante me dirige una mirada calculadora antes de responder:
—En esta manada, el entrenamiento es obligatorio para todos. Un guerrero debe estar preparado para proteger a su manada y a las hembras. Se les entrena desde jóvenes. Cuando cumpla quince años, podrá decidir si quiere dedicarse a otra cosa, pero hasta entonces seguirá el mismo camino que los demás.
—Entendido, comandante —dice el cachorro, apresurándose a mostrarse dispuesto, quiere agradar a Seik.
Mi padre nunca quiso enseñarme a pelear, quizás porque no ve utilidad en una hembra guerrera o teme que destaque más de lo que a él le parece apropiado.
Afortunadamente, mi maestro fue diferente. Con su ayuda aprendo lo básico, aunque nuestro tiempo juntos fue limitado. Para mi manada, las hembras deben centrarse en tareas "más útiles", mientras que los entrenamientos quedan reservados para los hombres.
Una mano pequeña sobre mi muslo me saca de mis pensamientos. Es el cachorro, mirándome con timidez.
—Y tú, hembra —continúa el comandante—. Procura no meterte en problemas.
Después de esa conversación, un hombre lobo viene a guiarnos hasta nuestras habitaciones. Agradezco la privacidad; estoy exhausta tanto por el viaje como por la tensión acumulada.
El pequeño se queda conmigo esa noche y se duerme enseguida, pero yo no puedo pegar ojo. El comandante no ha mencionado nada sobre mis nuevas responsabiliades.
Cuando el reloj marca las seis de la mañana, una voz fuerte interrumpe mi insomnio, llamando al cachorro para su primer entrenamiento. "Qué manera de torturar a los cachorros", pienso mientras intento volver a dormir.
Finalmente, me levanto con la intención de dar un paseo por los alrededores.
No llevaba ni diez minutos andando cuando dos hembras bastante llamativas me dicen:
—Así que tú eres la prometida del comandante… —su cara lleva ‘desagrado’ escrito a fuego.
—Sí, soy yo. Me llamo Aria. Encantada de conoc… —me interrumpe muy groseramente.
—Supongo que no me conoces. Soy Elisabeth, la hija del anciano Relek. Él es el beta del Alfa Axel. Mi familia es muy respetada en esta manada —dice, mirándome con cara de pocos amigos mientras me evalúa de arriba abajo.
—Oh, vaya —respondo sin entusiasmo, imitando su expresión hosca.
Ya empezamos.
—Buf… es increíble que te hayan elegido como esposa del comandante, el hombre más fuerte e importante de la manada. Mirándote bien ...la verdad, eres muy poca cosa…
—¿Ah, sí? Vaya… —respondo, fingiendo indiferencia.
No voy a darle la satisfacción de que sus palabras me afecten. Estoy acostumbrada a que me menosprecien.
A veces, incluso pienso que nadie me trata peor de lo que yo misma lo hago, repitiéndome constantemente lo inútil que soy.
—¿No sería mejor que regresaras a tu manada? Como puedes ver, aquí hay muchas hembras que sí están al nivel del comandante. Tú no eres adecuada para ser Luna.
—No recuerdo haberte pedido opinión ...—respondo con un tono frío, mirándola con indiferencia.
¿Acaso cree que estoy aquí por gusto?
Mientras me alejo, noto que comienza a criticarme en voz baja con su compañera.
No puedo negar que es una mujer lobo atractiva: alta, delgada y con un cuerpo bien proporcionado.
Supongo que todas aquí anhelan el estatus de Luna.
Mientras me dirijo a mi habitación, me cruzo con mi cachorro, que acaba de terminar su entrenamiento. Está exhausto, pero al verme, corre hacia mí y me abraza con fuerza, creo que está eufórico.
—¿Estás cansado, Marcus? ¿Te apetece que te bañe y luego comamos algo rico? —le pregunto, sonriendo.
De inmediato, escucho algunas risas y susurros a mi alrededor. Siento las miradas condescendientes sobre nosotros. Marcus, al notarlo, me mira con pena. Sin dudarlo, los fulmino con la mirada pero los murmullos no cesan.
'No dejes que te afecte Aria'.
Estamos a punto de irnos cuando los murmullos cesan abruptamente. Una voz masculina y autoritaria, resuena en la sala.
—¿Qué hacéis todavía aquí? ¡Id a descansar! —ordena el beta Roberto.
Todos asentimos, obedientes, y nos retiramos sin más comentarios.