—¿Dónde la llevo señorita?
El chófer me pregunta luego de contestar una llamada y sé perfectamente quién le ha ordenado hacerlo.
No tengo a donde ir, así que encojo los hombros y creo que me ve porque asiente y toma una carretera a la derecha. No le digo nada. Me da todo igual y donde sea que me deje, aunque puedo imaginar que me llevará a algún sitio que Dante le haya dicho, llamaré a Cat para que venga por mi.
Incluso me atrevería a quedarme en el cuchitril de su hermano.
—El señor me ha dicho que lo espere en su casa. El vendrá enseguida que acabe la reunión con su padre.
Robin me informa como si le hubiera preguntado y más bien me pregunto a mi misma cómo he acabado en esta tesitura.
—¿Cómo te llamas? —aunque le diga Robin pretendo saber por educación más que nada, cuál es su nombre.
—Me llamo Arnold, señorita.
—Yo soy Camille. Gracias por ayudarme —susurro y sé que me oye.
—Siempre que lo necesite, señorita.
El resto del viaje duró poco y el silencio era agradable. Llegamos a un edifico en el centro de Londres, me detuve en el vestíbulo a esperar a Arnold para que me dejaran subir pero el conserje me saludó y directamente me entregó una tarjeta para el ascensor y subí cuarenta y cinco pisos en menos de doce minutos. El ascensor era supersónico y todo rodeado de un carísimo ambiente. Este hombre tenía tanto dinero que ni yo misma que era l hija de un banquero rico, había visto jamás.
"No me extraña que papá le baile el agua a este tío "
Luego de ese pensamiento acertivo entré al penthouse del susodicho.
La luz se encendió sola y poco a poco fue calibrándose según mis movimientos. Es todo impresionante.
No puedo dejar de vueltas mirando las columnas, los techos, los cuadros originales en las paredes y tantas y tantas otras cosas ultra mega caras que hacen de este sitio, un mausoleo de millones de dólares en el que no sé como su dueño me ha dejado entrar a solas.
Supongo que se fiará mucho de su gran sistema de seguridad.
Todo es tremendamente pulcro y para nada hay un pelusa siquiera fuera de lugar. A pesar de eso, es un espacio muy impersonal. Ya lo dije, como un mausoleo. Un museo muy cuidado y lujoso.
No hay fotos de familia, un residuo de presencia humana en alguna parte y tanto estudiado orden da la sensación de que nadie vive aquí. Y es una verdadera pena porque el sitio es hermoso.
Salí a la terraza y la vista detrás de la puerta de corredera era impresionante. Una pecera tenía como balcón y en la terraza caminar en todas direcciones daba la sensación de hacerlo sobre el aire. Si los vecinos de abajo salenn a mirar el cielo, me ven el tanga. Nunca he estado en un sitio así.
Media hora después me tomaba una copa de champán rosado que saqué de la cavando el fondo de la cocina cuando su voz me roza la nuca...
—Es interesante ver a una mujer descalza en mi cocina tomando champán de mi preciada cava.
—Joder, me has asustado —pongo la copa en la encimera y me doy la vuelta —. Y,¿ tu hermana?
Me levanta y me sienta en frente suyo, abre mis piernas y se pone en medio dejando su teléfono y las llaves de un Mercedes al lado mío.
—Silvya está en tu casa todavía —responde hundiendo la nariz en el hueco de mi garganta dejando las manos a los lados de mis caderas —. Saldrá con unos amigos de tu hermano pero en todo caso ella no vivía aquí. Me encanta como luces en mi casa.
—Gracias —sube las manos a mis muslos por dentro del vestido y empieza a sacarme el tanga —. Espero que no te haya mandado mi padre a decir eso. De seguro le encantará oírte decir que pego con tu decoración —se detiene y se pone frente a mi, un poco lejos pero no lo suficiente como para que no le huela.
—Voy a lanzar una opinión en favor de tu padre.
—Si, encima defiéndelo —le empujo pero solo consigo que se quite el saco de su traje, se desabroche el botón del cuello y arranque su corbata de forma sexy y brusca.
—No es eso... —se comienza a sacar la camisa también hasta que la deja abierta mostrando un espléndido cuerpo que me pone a salivar —; pero hablamos cuando te fuiste y me dijo que había notado que nos entendíamos bien, y que tienes un máster y eres economista, Camille...creo que todo sonó mucho peor de lo que él quiso decir.
No puedo concentrarme cuando se desnuda así, de forma lenta y cómoda para mi.
Es muy magnético lo que provoca y mi cuerpo reacciona a él, en modo automático. Mi cerebro sin embargo, activó el modo avión.
—Igual todo resulta lo mismo, Dante —consigo decir —...él sabe que no quiero trabajar todavía , que me he tomado un año sabático y no le importa nada de lo que uno quiera. Simplemente organiza mi vida y no quiero aceptar algo así.
—¿Por qué aún vives allí?
—No sé...supongo que romper con todo y cambiar tu vida no es tan fácil —explico sorprendida de la conversación tan banal que estamos teniendo como si fuéramos más que socios que se desean —, o en el fondo soy una niña mimada, no lo sé.
De pronto su respiración cambia. Sus ojos me miran más violetas que nunca y me muero por que me toque. Ahí está esa sensación incontrolable que me provoca y que hace que me ponga a sus pies.
—Quédate aquí conmigo —me levanta un poco el vestido y mira debajo, ni sé el qué.
—¿Estás de broma...? —mete la cabeza dentro y chupa rápido un pezon.
—No.
—Dante...sé que te mueres por echarme un polvo de nuevo y otro detrás de ese —alza la vista y me suelta pero sonríe haciendo una mueca coqueta —; pero los dos sabemos que no estarías cómodo y yo tampoco. Por otro lado ahora mismo tengo que reponer un dinero, no puedo ni rentar algo para mi sola.
–Yo te lo pago —propone enseguida.
—¡No!
Salto a cortar lo que está sugiriendo porque todo esto se tornaría todavía más sucio de lo que ya es.
—Y, ¿que piensas hacer?
Entiende lo que estoy pensando y por qué me puse frenética de un momento a otro, tanto, que retrocede y dejamos de estar jugando a tentarnos, para pasar a hablar en serio.
—¿Tú te das cuenta de que esto que estamos haciendo desde que nos conocimos es potencialmente peligroso para los dos y altamente extraño?
Sus ojos endemoniadamente exóticos me miran suplicando que abra esa puerta y mucho menos le meta dentro de esa conversación. Yo por mi parte sostengo esa impresionante mirada esperando que finalmente decida hablar seriamente del hecho de que no podemos sacarnos las manos de encima. Buscamos al otro para estar juntos y estamos mezclando negocios y placer en lo sucesivo incluso involucrando nuestras familias.
—Responde a mi pregunta —brama eludiendo lo demás.
—Dante...sabes que deberíamos...
—¡No! —ahora es él quien se muestra renuente.
—Dormir aquí si me dejas y volver a casa mañana, no tengo más remedio —suelto una exhalación.
Hay una sonrisa macabra abriendo sus labios. El muy descarado ya consiguió lo que quería y deja aparcado el tema justo donde quiere y por lo que sea que lo prefiera.
—Hoy no te dejaré dormir mucho pero si quieres puedo darte un piso de esos del banco —vuelve a proponer algo que rechazo —...de igual forma empezarás a trabajar conmigo y cobrarás, podrás darme la renta y solucionado todo.
Me sorprende la capacidad de negociación que posee pero eso se justifica perfectamente por el trabajo que hace. No tendría el poderoso banco que tiene y sus filiales menores si no fuera un excelente negociador.
—Estás cambiando mi vida en los dos días que llevas pululando a mi alrededor —viene de nuevo hacia mi y pone sus palmas en mis muslos. Sus pulgares juegan a hacer círculos en mi piel mientras nos miramos a los ojos —. No vamos a volver a acostarnos hasta que no tengamos establecido de qué va todo esto.
—Prefiero pulular dentro de ti pero igual creo que estoy ayudándote más de lo que te pejudico —pega nuestras frentes y disfruto del contacto —. No me niegues algo que deseas tanto como yo. Probablemente más...
—No lo tengas tan creído —le pego en un brazo y me río echándome hacia atrás. Lejos de su tentadora boca
—Me gusta tu risa.
—Y a mi tus ojos —me besa rápido.
—¡Ven a aquí! —me hace resbalar hacia adelante por la encimera.
—¡No!... Luego, mejor.
—Ven ahora. Quítate el tanga y siéntate sobre mis caderas. Deja que te sienta cerca.
—No llevo tanga —susurro jugando con él.
—Vas a matarme, pronto —deja caer la cabeza hacia atrás y flexiona las piernas en un simpático gesto —Puedo sentirlo.
Lanzo un grito cuando me toma en brazos, me lleva las piernas alrededor de sus caderas y nos mueve hasta su terraza donde no sé, sinceramente no sé que sucederá luego de esta peculiar conversación.