Bree me maquilló y eligió mi outfit. Estaba como loca por la emoción, incluso más que yo. Cuando salí de la ducha, encontré un conjunto de lencería a juego. Salí de la habitación con él en la mano lo bastante sorprendida.
—¿Qué significa esto, Bree Knigth? —ella solo se encogió de hombros y sonrió.
—Es ropa interior, no seas dramática.
Reí y, aunque no estaba en mis planes, me la puse y me vestí. Ella me maquilló y arregló mi cabello. Me quedé sorprendida por cómo me veía y, aunque no me sentía como yo, me veía bien y eso no se discutía.
La cita con Hans había sido la mejor jodida cita que había tenido en mi vida. Tanto así, que fui yo quien dio ese primer paso y lo besó. Sus labios, tal como había pensado toda la noche, eran suaves y carnosos, llevándote a querer morderlos. Pero, aunque quise, no lo hice, al menos, no en este primer beso, pero sí en el de despedida en la puerta de mi habitación del hotel.
Y, aunque era muy pronto, Hans y yo quedamos en desayunar, ayudados de una alcahueta Bree, quien había cancelado todas las reuniones del día de mañana, solo para que él y yo pudiéramos estar juntos.
Habíamos quedado de vernos en el restaurante del hotel, pero, cuando salí de mi habitación, lo encontré esperándome con una amplia sonrisa. Quería correr a sus brazos y volver a besarlo, pero me cohibí pensando que, tal vez, era muy pronto para todo. Hans estaba de pullover, lo bastante ajustado, revelando sus enormes bíceps, los cuales antes no había mirado. ¡Carajo! Es que siempre había estado encantada con su sonrisa, con sus ojos e incluso con sus espesas cejas y ni siquiera me había fijado que, físicamente, el hombre era un bombón.
Subimos a un ascensor lleno tomados de la mano y nos bajamos de ahí aun tomados de la mano. Creo que ni siquiera comimos, solo hablamos y hablamos. Hans había viajado tanto como lo había hecho yo y como por cosas de la vida, habíamos estado en el mismo lugar, en la ciudad medieval de Bhaktapur, en Nepal y ambos habíamos quedados encantados con la ciudad.
—Si pudiera escaparme y quedarme ahí una temporada, lo haría sin dudar —dijo con una sonrisa. Le devolví la sonrisa contándole que había pasado un par de semanas ahí y que podría vivir en aquel lugar la vida entera sin ningún problema.
—¿Hace cuánto estuviste ahí?
—Hace un año, más o menos.
—¿En serio? ¡Yo también! —Cuando dije eso, nos miramos sorprendidos.
—¿Será que habremos estado el mismo tiempo? —preguntó.
—No lo sé, pero por las dudas voy a revisar mis fotos a ver si te encuentro —respondí con una sonrisa.
Nuestro desayuno transcurrió bien, tanto, que seguimos conociendo la ciudad, pero esta vez, los dos solos perdiéndonos todo el tiempo, pero felices de estar el uno con el otro. Cuando nos despedimos, no nos volvimos a besar y, aunque lo había estado anhelando, no actué por impulso, al menos, no esta vez.
El día siguiente, no tuve noticias de Hans, pero supe que el haber cancelado todo el día anterior, les había pasado factura, porque Bree ni siquiera llamó para hablar con Rachel. Hacer llamadas con ella, era algo que Bree solía hacer esos días en los que no podía verla, porque tenía mucho trabajo. Bree decía que eran, para que no la olvidara y yo siempre me burlaba de eso, porque Rachel la amaba, ella era su ídolo, así que, no creía que eso pasara jamás.
Volvimos a New York la mañana siguiente, según me había dicho Bree, ya habían terminado todo y solo quería volver a casa. Ese día tampoco volví a saber de Hans y tampoco se lo pregunté a Bree.
Habían sido dos citas y unos besos, tampoco tenía por qué obsesionarme con él. Me quedé tranquila pensando en que todo había sido demasiado bueno y perfecto para ser real y seguí con mi vida. Volví a mi estudio y pinté, pinté mucho. La buena energía de Hans se me había contagiado y me hizo crear excelentes obras que se vendieron casi en su mayoría, apenas las saqué a exhibición.
Hans se apareció en mi galería en unas de esas exhibiciones y compró un par de cuadros. No supe que era él hasta que Emma subió a mi oficina, porque el cliente quería conocerme. Cuando bajé lo vi guapísimo y sonriente. Casi corrí a sus brazos, pero no lo hice, porque no quería espantarlo, así que, solo le sonreí y me acerqué despacio para saludarlo. Él me abrazó.
—Te he echado de menos, Sky —casi me derretí con sus palabras. ¿Cómo podía tenerme en la palma de su mano así nada más? A mí, que no me consideraba enamoradiza y que creía que después de lo sucedido con Ethan, jamás siquiera, iba a volver a plantearme tener algo con otra persona, pero con Hans yo me imaginaba hasta nuestra casa. Me sentía una quinceañera a su lado —. Te invito a comer por los días en los que no nos vimos. ¿Qué dices?
—Me encantaría —respondí sonriente.
—¡Ah! Antes que lo olvide, de traje esto —dijo tendiéndome una bolsa —. Lo traje de j***n para ti.
—¿Estuviste en j***n?
—Sí, ¿no te lo dijo tu hermana? Tuvimos algunos problemas por allá y tuve que ir a resolverlos.
Le pregunté si todo estaba resuelto, mientras sacaba el contenido de la bolsa para encontrarme con un pequeño Torii en una cajita. Lo miré encantada, porque me fascinaban. Así que, le di un abrazo que lo tomó por completa sorpresa, tensándose así, pero acostumbrándose a él casi enseguida para luego corresponderlo.
—¿Qué te parece si tomamos algo?
—¿Ahora?
—Sí, ahora. Claro, solo si puedes —asentí alejándome de él.
—Voy por mis cosas —y caminé a mi oficina, dejando el pequeño y hermoso Torri en mi escritorio.
Hans me esperaba distraído mirando mis cuadros.
—Son realmente buenos, Sky. Eres un genio.
Me encogí de hombros, porque me consideraba buena, pero había mejores. Miré los cuadros que Hans había comprado y dos de ellos eran esos que había pintado, cuando había vuelto de conocerlo, así que, sí, las señales me estaban hablando otra vez y no pensaba llevarles la contraria.
Fuimos por un café y charlamos como si nos conociéramos de toda la vida. Es que con Hans se podía hablar de absolutamente todo. Era como una enciclopedia viviente. En mi mente lo llamaba Hanspedia, porque no había absolutamente ningún tema que él no supiera y eso me encantaba. Me sorprendí a mí misma loca por ese nerd, a mí, que era una hippie loca y me gustaba lo raro. Y con lo raro no me refería exactamente a un hombre de negocios, con trajes entallados y con un cerebro que valía millones.
—Perdóname por no llamarte estos días, juro que quería hacerlo cada día, pero no quería parecer un intenso —sonreí restándole importancia, porque a mí me pasaba exactamente lo mismo que a él. Y, aunque quería escribirle y pasar todo el día sonriéndole al teléfono, como una adolescente enamorada, no lo hacía para no parecer una intensa.
—No te preocupes, me pasa exactamente lo mismo —dije confesándoselo.
—¿Exactamente qué? —preguntó mirándome intrigado.
—Que quiero escribirte todos los días o llamarte, pero no quiero parecer intensa.
—¡Vaya! Tenemos un grave problema de comunicación aquí, porque a los dos nos está pasando lo mismo. Creemos que el otro nos creerá intenso. Así que, es momento de charlar, señorita Sky Price. ¿Qué quieres exactamente?
Su pregunta me tomó por sorpresa y me hizo sonrojar, porque si ponía en palabras lo que tenía en mi mente, tal vez, él no me iba a mirar con los mismos ojos, quizá iba tan rápido que podía considerarse acoso. Así que, me reí y él me miró intrigado.
—Necesito saber qué está pasando por esa cabecita —negué.
—Por tu bien, no.
—Entonces, ¿hablo yo primero? —asentí y él me sonrió —. Yo quiero poder escribirte cada vez que te extrañe; quiero verte más seguido, sin parecer un loco, porque si es por mí, quisiera verte todos los días. Y quiero besarte… ¿Puedo besarte, Sky? —asentí y él acercó sus labios a los míos, dándome un corto, pero dulce beso que a mí me llevó a los cielos y, aunque quería más, no lo presioné —. Había soñado con esos labios desde la última vez que los probé. Y no sé si esto sea muy apresurado, pero quisiera que saliéramos, que nos conociéramos más —preguntó con una sonrisa. Asentí y él tomó mi mano depositando un beso en ella.
Por mí, él podía decirme que nos casáramos ya mismo y yo iba a aceptar sin dudar. No entendía cómo podía estar tan loca por él, tanto, que me daba miedo.