—Oye, Sarah, ya sé quién es ese tal Roger del que me hablas —le digo, sintiendo el asco revolverse en mi interior, aunque intento, con cierto esfuerzo, no dirigírselo directamente a ella.
El nombre de Roger se desliza por mi boca con un peso particular, un sabor amargo que se instala en mi garganta apenas lo pronuncio. Es como si al decirlo evocara un eco de recuerdos que preferiría mantener enterrados. Roger. Un nombre simple, pero cargado de historia, de una amistad que alguna vez significó algo y que, con el tiempo, se desmoronó hasta volverse nada más que un espectro del pasado.
Me paso una mano por el rostro, exhalando lentamente, como si intentara liberarme de la incomodidad que ese pensamiento me produce.
—Él era mi amigo cuando éramos niños. Conociéndolo, puede que realmen
