ÁGATA

VOLVER A CASA

CAP. 8 – VOLVER A CASA

Ágata era movida de un hotel a otro o a casa de miembros de la Familia, aunque Tono desconfiaba de todos. Luego de la muerte del Don, alguien había filtrado información sobre su hija. No podía saber quién era el soplón, pero ardería, estaba seguro. Convencido además de que querían quedarse con el clan rosarino.

Aquella tarde, la joven, entre angustia y enojo, se había sentado a tomar un café, cuando notó que la correa de uno de sus elegantes zapatos, se había desprendido. ¡Eso la salvó! Una ráfaga de fuego y balas lleno el ambiente aquél donde murieron muchos, de su bando y de los otros. A pesar de la sorpresa, Tono pudo devolver la balacera, terminando con varios de sus atacantes.

Presta y desde el piso, también Ágata pudo liquidar a delincuentes que reconoció, de Chiche Chico. Había tomado la pistola de uno de los caídos y disparado certeramente. Desde entonces, anduvo armada y decidió que ocuparía el puesto de su desaparecido padre. Nadie, nunca, supuso tal odio y violencia en una mujer. La Flor de la Mafia, como se la conocería.

Ese mismo día, presidió una reunión de destacados elementos de la mafia que respondían aún al capo y los hizo juramentar de ‘servir fielmente a los intereses del Don; al mismo tiempo, la organización sería reforzada con una banda de pistoleros, pero éstos sólo intervendrían cuando fuera necesaria la acción directa.

A partir de entonces, Ágata estuvo a cargo de los negocios de su padre y de llevar a cabo los supuestos proyectos de refundar el crimen organizado. Finalmente se decidió regresar de incógnito a la Argentina y preparar una movilización general de la mafia. La hija de Don Chiche Grande reagrupaba a la tropa dispersa por años de persecución policial y de estigmatización social y reanimaba un espíritu de cuerpo fundado en la omertá y la vendetta. Parecía tratarse de una especie de ejército en las sombras, en el cual ella, pasó a ostentar un grado máximo: era “la capitana de la mafia”.

En Milán, mientras tanto, quedaba Tono quién estaba sometido a un régimen de libertad vigilada por la policía local. No podía salir de noche, ni participar en reuniones. Sin embargo, su fantasma seguía presente en las elucubraciones policiales, que lo describían como la mano derecha de una organización internacional dedicada al tráfico de drogas y la falsificación de moneda, y en afiebradas crónicas sobre presuntos viajes alrededor del mundo y conspiraciones internacionales. Don Chiche había mantenido a Ágata al margen de sus actividades ya que solo pretendía para su hija un matrimonio conveniente. Aunque la había preparado por las dudas, él desapareciera.

Y de hecho se había ocupado también de elegir al candidato, Vincenzo, que era su propio abogado, para que la desposara. A su vuelta, la vuelta de su marido, pasaba las noches teniendo sexo violento y desenfrenado, mientras imaginaba que era Alfonso

Nada podía detener a la Flor, conocida así por tener los ojos más hermosos, nunca vistos. Nada podría detenerla, como a su padre cuando quiso casarse con su mamá y para ello tuvo que llevar de paseo al que ya era su esposo, y desaparecerlo. O eso decían…

Ágata había vivido hasta entonces como una perfecta mujer moderna, según la prensa. Elegante, atractiva, ajena a los crímenes asociados con su apellido, se había casado con Vincenzo, un poco antes de que su padre fuera asesinado en Italia.

Con su pedido de captura publicado en los diarios y en las reparticiones de la policía, la curiosidad pública tenía un motivo adicional. Ágata no estaba con su esposo: se ocultaba con un compañero de aventuras, un pistolero, un amante. Todo era un embuste, pero nadie salió a desmentirlo.

Por desgracia, Ágata seguía sin poder traer a Alfonso desde Grecia, donde seguía siendo cuidado, pero en grave estado. Y eso la mantenía de pie, presta a cumplir con su vendetta y los planes de su padre.

Por lo pronto debía ocuparse del patrimonio heredado y multiplicarlo. Sus negocios se extendieron por el país: tuvo una bodega en San Juan, se dedicó a la importación de madera en Corrientes, montó una fábrica de muebles en Buenos Aires.

El Don le había enseñado que, a diferencia de los mafiosos que habían llamado la atención desde principios del siglo XX, no buscara su medio de vida en las extorsiones o los secuestros, sino que aplicara esos recursos –el de la violencia, en primer lugar- para asegurar sus negocios.

Amaba entrañablemente a su padre y lo admiraba: - Me llevaba todas las noches al teatro y después, antes que yo me durmiera, se sentaba en mi cama y me hacía hablar de la obra que habíamos visto…Yo quería mucho a mamá, pero a mi papá lo admiraba por sobre todas las cosas del mundo. Tenía una personalidad increíble. Era simpático, culto, seguro de sí mismo- El Don, también le legó otra pasión, -Yo lo acompañaba siempre el hipódromo. Una tarde gané veinte mil pesos en una carrera, una verdadera fortuna-.

Al mismo tiempo supo mantener la distancia de los hechos a través de una intricada red de padrinazgos que tramó entre Buenos Aires y Rosario.

Luego del último tiroteo, la joven, decidida más que nunca a vengarse, volvió a colgar en la pared, pues en la revuelta había quedado tirado en el piso, los 10 mandamientos del mafioso perfecto:

Nadie puede presentarse directamente a uno de nuestros amigos. Debe haber una tercera persona para hacerlo.

Nunca mires a las mujeres de tus amigos.

Nunca te veas con polis.

No vayas a pubs ni a clubes.

Estar siempre disponible para la Cosa Nostra. Es un deber, aunque tu mujer esté a punto de dar a luz.

Las citas deben respetarse escrupulosamente.

Las esposas deben ser tratadas con respeto.

Cuando se te solicite información, debes responder la verdad.

No hay que apropiarse del dinero que pertenezca a otros o a otras familias.

Individuos que no pueden formar parte de la Cosa Nostra: quien tenga un familiar directo en la policía, quien tenga un familiar traidor, quien se comporte mal y no se ciña a los valores morales.

Estos diez mandatos iban precedidos por un juramento:

Juro ser fiel a la Cosa Nostra. Si la traiciono, mi carne debe arder, como arde este documento.