Las manos de Adrik descendían por su espalda, su tacto cálido contrastando con la piel aún fresca tras la ducha. La sensación era gloriosa, electrizante. No había titubeos en él, sólo el reclamo silencioso de un deseo que exigía más que besos. Su toque se volvió más audaz, firme, hasta que sus dedos se cerraron con fiereza sobre los glúteos de Lenet, arrancándole un jadeo ahogado.
En un solo movimiento, la aferró por las caderas, atrayéndola con vigor hasta pegarla contra su cuerpo sólido y ardiente. El impacto la dejó sin aliento… y fue entonces cuando lo sintió.
Ese contacto—una presencia firme, inconfundible—desató un torbellino en su interior. Un vacío abrasador se formó en su vientre, como si su cuerpo reconociera lo que estaba a punto de suceder antes que su mente. Con el corazón l
