Adrik conducía de regreso a la residencia en Santorini con una sonrisa ancha. Sabía que lo esperaban varios escoltas; acababa de recibir el mensaje de Magno. “Mierda, Adrik. Necesito el condenado teléfono. ¿Acaso no sabes que allí tengo cosas importantes” Justo cuando estacionaba el vehículo, vio a Marco asomarse. Rara vez andaba sin su saco de vestir. Se acercó a la puerta del piloto y la abrió por él. —¡Vaya, apareciste! Creí que no vendrías esta noche… Magno no está muy contento con tus paseos por Firá —comentó Marco con tono amigable mientras Adrik bajaba del deportivo. —Dime cuándo Magno está contento. ¿Lo está cuando me quedo? Marco sonrió con amplitud. —Creo que… No, creo que no. Pero ahora está de peor humor que siempre. Adrik sonrió con diversión. —Ya estoy aquí. —Le echó

