Adrik mantuvo la mirada sobre ella, percibiendo algo intenso moverse en el trasfondo de los ojos de Lenet: un deseo indisimulado, una feroz atracción, en lugar de ese temor evidente y el sufrimiento grabado en cada rasgo de su rostro. Respiró hondo al contemplar su mirada. Pasó el pulgar sobre sus labios, y ella no se mostró temerosa ante el contacto, sino ansiosa. Él no pudo ocultar el gusto de la complacencia al examinarla, tan hermosa como decidida, vestida con aquella ropa provocativa. Se inclinó apenas, y apoyó una mano bajo la nuca de ella, atrayéndola hacia sí para verla de cerca. De verdad deseaba contemplar la belleza de esos ojos que, desde la primera vez que los miró, lo habían hechizado con su misterio y su gloria. Lenet no pudo evitar erizarse. Por primera vez en muchos día

