Fueron muchos los días en que Lenet estuvo sometida a Adrik, sin poder evitarlo cada vez que él la buscaba. Un juego oscuro, intenso, donde no podía negarse ni huir. Los primeros días, él le sujetaba las muñecas y las alzaba hasta dejarlas colgando de una varilla metálica en el techo. Ella apretaba los ojos, tragando el terror que se confundía con algo más oscuro, más inconfesable, cada vez que él comenzaba a desnudarla. No le importaba desgarrar su ropa con el cuchillo si no se deslizaba con facilidad. Luego venían los silencios. Días en los que no lo veía, en los que alguien más le llevaba comida y las reglas volvían a cambiar. Cada vez tenía más libertad de movimiento, menos restricciones. Pero ya no se atrevía a acercarse siquiera a la puerta. Aunque ahora podía recorrer la casa ente

